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Por Publicado el: 19/06/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: «Manon Lescaut»

PUCCINI, G.: Manon Lescaut
Semperoper de Dresde. 18 de junio de 2013.

Termina mi viaje a Dresde de manera bastante decepcionante. Manon Lescaut no es una ópera fácil. De hecho, se representa más bien poco. Yo mismo hacía más de 6 años que no la había visto en escena. La verdad es que el resultado de la representación se puede resumir en una sola palabra: aburrimiento. Puccini sin emoción es inaguantable.

La producción escénica es una colaboración de los teatros de ópera de Graz y Dresde, habiendo sido estrenada en la ciudad austriaca en Octubre del año pasado para recalar en Dresde hace 3 meses, aprovechando que Christian Thielemann dirigía la ópera. La producción lleva la firma de uno de los hombres de teatro de moda en la actualidad, el noruego Stefan Herheim, que cuenta con una auténtica legión de admiradores, que parecen competir entre ellos en sus alabanzas y en quién es el que mejor ha entendido el trabajo de su ídolo. Yo no comparto la admiración hacia alguien al que hay que interpretar a fondo para disfrutar con su trabajo. La obligación de un director de escena es narrar la historia – muchas veces, su historia – de manera comprensible. Si no se entiende, la culpa es del autor y no del espectador. La ópera no es física cuántica.

Uno de los motivos del fracaso de esta representación estriba precisamente en la producción de Stefan Herheim, quien, al ofrecer su propia trama, acaba eliminando cualquier atisbo de emoción. El motivo central de la producción es el ansia de libertad de los protagonistas, que viene representada por la celebérrima Estatua de la Libertad de Nueva York, que se podía visitar en París antes de que Francia hiciera donación de la estatua a Estados Unidos en 1886. El arranque de la ópera no es, pues, la estación de postas de Arrás, sino los talleres de construcción de la Estatua de la Libertad, donde Des Grieux parece ser su autor y son muchos los visitantes, entre ellos Manón. La historia que narra Herheim poco tiene que ver con la del Abate Prevost o la de Puccini, puesto que parece que América es un sueño de libertad para los protagonistas, cuando realmente en la novela y en la ópera, Manón – y con ella des Grieux – son deportados en barco y no van en un crucero de placer, como pretende hacernos creer el señor Herheim. El noruego no tiene mejor idea que añadir un personaje más a la narración, que no es otro que Giacomo Puccini, quien dirige a los protagonistas y les señala los cambios que introduce en la novela de Prevost, que ellos casi siempre llevan en sus mano y parecen recitar. El problema es que Puccini interviene en la escena y así el Sola, perduta, abandonata no lo canta Manón íntimamente, sino que lo canta a Puccini en su despacho, muriendo en sus brazos. ¿Dónde? Se supone que en América, pero ni rastro de desierto de Luisiana. No hay emoción en ningún momento, porque todo consiste en una interpretación con Puccini de director de escena.

Para complicar más las cosas Stefan Herheim organiza un lío con el vestuario. En el acto I los trabajadores visten del XIX, mientras que los visitantes son mezcla de siglos XVIII y XIX. El mismo Des Grieux pasa a calzarse una levita del XVIII en el segundo acto, para acabar totalmente vestido como antes de la Revolución Francesa en el acto III. Como para Herheim la deportación no es tal, sino una liberación, los amantes aparecen en América con otras ropas, éstas del XIX.

He disfrutado con otras producciones de Herheim, pero no en este caso. Creo que su primera obligación debería ser servir a la ópera. Aquí no la sirve, sino que se sirve de ella. Stefan Herheim ha ofrecido un relato muy personal y se ha cargado toda la emoción de la música de Puccini. Sus fans lo entenderán. Yo, no.

En la dirección musical estaba anunciado Daniel Oren, pero canceló – no creo que por enfermedad – siendo sustituido por Pier Giorgio Morandi, cuya dirección ha sido plana, superficial y aburrida, como si se hubiera puesto de acuerdo con Herheim. Nada que objetar a la Staatskapelle Dresden, sin duda lo mejor de la representación.

La protagonista, Manon Lescaut, era la italiana Norma Fantini, cuya actuación hay que considerarla como buena, corta de emoción, pero con las notas en su sitio. Es una cantante sólida, auque nunca me haya conseguido emocionar con su canto.

El tenor brasileño Thiago Arancam fue un deficiente Des Grieux. Este cantante tiene una voz totalmente artificial en el centro y graves, engolada y hueca, además de mal emitida, resultando tapado por la orquesta continuamente. A partir del paso la voz parece más natural, pero las notas altas son siempre forzadas, además de poco afinadas. No tiene sino la figura, que es lo único que puede explicar que pueda estar cantando en teatros importantes. Como actor es simplemente exagerado, con dosis de mal gusto.

Markus Butter fue un Lescaut con la voz escasa y mal emitida, de las que no salen del escenario ni a empujones. Mauricio Muraro estuvo bien en Geronte. Al menos, se le oía.

En los personajes secundarios el tenor Abdellah Lasri me causó buena impresión en Edmondo, doblando también como Maestro de Danza y Lamparero. Sonoro el Capitán de Tomislav Lucic.

La Semperoper ofrecía una entrada algo superior al 90 % del aforo. El público se mostró frío. No escuché ningún bravo, pero sí abucheos para Arancam.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 2 horas y 27 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 horas y 58 minutos. Los tibios aplausos finales se arrastraron durante 5 minutos.

El precio de la localidad más cara era de 91 euros. La butaca de platea costaba 88 euros, siendo 64 euros el precio de las últimas filas de butaca. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 64 y 39 euros. La localidad más barata costaba 22 euros. Jose M. Irurzun

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