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CRÍTICA: "El holandés errante"
Por Publicado el: 17/06/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: «El caballero de la rosa»

STRAUSS, R.: El caballero de la rosa [Der Rosenkavalier]
Semperoper de Dresde. 16 de junio de 2013.

Llegó el día más esperado y el resultado no ha respondido plenamente a mis altísimas expectativas, aunque pocas veces se pueda tener la oportunidad de asistir a una representación de esta obra maestra de Richard Strauss con un resultado global tan alto.

Como estaba previsto, Christian Thielemann dirigía la ópera y a punto estuvo de saltar la noticia, aunque yo no pueda saber qué es lo que realmente ocurrió ayer en la Semperoper. Independientemente de la actuación de Thielemann al frente del espectáculo, aunque seguramente relacionada con ella, algo pasó que no gustó al maestro. La representación se desarrolló con normalidad en los dos primeros actos, retrasándose sin ninguna explicación el inicio del tercer acto, a pesar de estar la sala llena y los espectadores impacientes ante el retraso que nadie se explicaba. Lo cierto es que este segundo descanso se prolongó durante nada menos que 48 minutos, hasta que, finalmente, Thielemann subió al podio y se reanudó la representación. En los saludos finales salió el maestro con cara muy seria y se retiró inmediatamente. No creo que estuviera ante la cortina más de 3 segundos y no volvió a aparecer más, a pesar de que los cantantes saludaban una y otra vez. Algo pasó que hizo que Thielemann no estuviera contento.

En términos estrictamente musicales la dirección de Christian Thielemann tuvo altibajos o quizá habría que decir mejor que tuvo “altillanos”, ya que momentos realmente bajos no hubo, pero no todo tuvo el nivel de excelencia que alcanzaron algunos momentos inolvidables de su lectura. El acompañamiento al Monólogo de la Mariscala y al dúo con Octavian que cierra el primer acto fue insuperable, de una delicadeza de cortar la respiración. Hay que destacar también el final del segundo acto y toda la parte final del último acto, donde Thielemann rayó a gran altura en el bellísimo terceto y en el inspiradísimo dúo de Octavian y Sophie. Pero no toda su dirección ofreció esa calidad, resultando particularmente decepcionante la Presentación de la Rosa y ralentizando en exceso los tiempos, haciendo que la versión perdiera pulso en otros momentos. Si esta versión de Rosenkavalier se la escucho a otro maestro, salgo del teatro entusiasmado, pero de Thielemann uno siempre espera lo mejor. Lo que no falló fue la excelente Staatskapelle Dresden, cuyo nivel de calidad está fuera del alcance de otras muy prestigiosas orquestas de grandes teatros de ópera.

Evidentemente, Christian Thielemann no fue el esperado, salvo en momentos excepcionales, y únicamente él y algunos más saben cuáles hayan sido los motivos reales.

Ayer escribía en mi crítica del Holandés que Dresde no suele ofrecer repartos vocales de relumbrón. Como no hay regla sin excepción, ayer hemos podido disfrutar de un reparto excepcional, especialmente en lo que se refiere a las tres mujeres principales de la ópera. Anne Schwanewilms, Elina Garanca y Anna Prohaska son un auténtico lujo en cualquier teatro y sus actuaciones fueron espléndidas.

El personaje de la Marschallin es una joya que pide a gritos una gran cantante. Hoy en día hay algunas sopranos auténticamente excepcionales en este personaje y no cabe duda de que Anne Schwanewilms es una de las mejores. No es una soprano de las que ofrecen fuegos artificiales, sino que vive el personaje con una rara intensidad, traduciendo una melancolía realmente emocionante. Cantó con un gusto exquisito, plegando su instrumento a las exigencias de la interpretación. Una gran actuación la suya, llena de emoción, elegancia y buen gusto.

Elina Garanca es una consumada intérprete de Octavian y lo volvió a demostrar. Sigue manteniendo la frescura de su instrumento y su gran musicalidad. El problema de Octavian es que queda siempre en la sombra, cuando hay en escena una gran Mariscala y aquí la hubo, lo que no merma la calidad de la interpretación de la Garanca.

El bajo británico Peter Rose fue una vez más el barón Ochs y tuvo una buena actuación. He visto esta producción varias veces y casi siempre era Kurt Rydl quien daba vida a este personaje y eché en falta a aquel Rydl que llenaba la escena y se convertía en el protagonista de la ópera en los años en los que su voz todavía tenía frescura. Peter Rose estuvo bien, pero a otro nivel, alejado de lo que su colega ofrecía hace años. El mayor problema del británico radica en las notas graves.

Como Sophie estaba anunciada Daniela Fally, que fue sustituida a última hora por Anna Prohaska, lo que no deja de ser un alarde de capacidad de resolver problemas de última hora por parte de un teatro de ópera. La actuación de la soprano austriaca me resultó totalmente convincente en todos los sentidos. Voz ligera y atractiva, muy bien manejada y con grandes dosis de expresividad. Seguramente, estamos ante la mejor Sophie Faninal de la actualidad. Aparte de cantar estupendamente, resulta inmensamente creíble en escena,

Para completar el lujo del reparto fue Bryan Hymel quien se ocupó del Cantante Italiano. Este tenor ha alcanzado una popularidad importante el año pasado cantando con éxito partituras tan comprometidas como Eneas en Les Troyens, de Berlioz o Roberto el Diablo, de Meyerbeer. El aria del primer acto es un auténtico regalito para su intérprete, ya que la tesitura no puede ser más complicada y son muchos los tenores que tienen dificultades evidentes para salir airosos de esta auténtica trampa. No ha sido el caso de Bryan Hymel, que ha resuelto las dificultades francamente bien.

Martin Gantner fue un buen intérprete de Faninal tanto vocal como escénicamente. Adecuada, como siempre, Irmgard Vilsmaier en el personaje de Marianne. Apropiados la pareja de intrigantes formada por Thomas Ebenstein (Valzacchi) y Helene Schneidermann (Annina). El amplio reparto de comprimarios estuvo francamente bien cubierto.

La producción ofrecida es la propia de Dresde, que lleva la firma de Uwe Eric Laufenberg, que había tenido ocasión de verla aquí mismo en varias ocasiones, siendo la última vez que pude verla cuando se representó en el Liceu de Barcelona hace 3 años.

La producción traslada la acción a los años 60 de siglo pasado y su dirección escénica funciona bien a medias. Un primer acto muy clásico en escenografía, obra de Christoph Schubiger, con buenos momentos, en especial en la escena de Octavian y la Marschallin y buen movimiento de escena en la de los vendedores. Un segundo acto bien conseguido, trasladando la casa de Faninal a un rascacielos con un gran ventanal y una recepción con focos y fotógrafos. Muy bien conseguida la intriga de la pareja de italianos como paparazzis limpiando ventanas desde el exterior. Floja la escena de la Presentación de la Rosa, a la que le falta vida y encanto y pasada de rosca la actuación de los patanes que acompañan a Ochs. Un tercer acto flojo, sin duda lo menos conseguido de la ópera, donde no hay gracia ni sorpresa. Adecuado el vestuario de Jessica Karge. Al final es una producción que va de más a menos, terminando en una línea bastante flojita

El teatro estaba literalmente abarrotado. El público vitoreó a los artistas, siendo Schwanewilms, Garanca y Prohaska las grandes triunfadoras. Thielemann fue muy bien recibido, pero casi no fue visto.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 4 horas y 52 minutos, incluyendo dos intermedios. La duración puramente musical fue de 3 horas y 22 minutos. Los aplausos finales se prolongaron durante 8 minutos

El precio de la localidad más cara (Palco Central) era de 99,5 euros. La butaca de platea costaba 93,50 euros, que pasaban a ser de 74,50 en las filas de atrás. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 74,50 y 46,50 euros. La localidad más barata con visibilidad costaba 28,50 euros. Relación calidad-precio insuperable. José M. Irurzun

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