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Por Publicado el: 04/03/2020Categorías: En vivo

Crítica: Niños Cantores de Viena y el Orfeó Valencià Infantil

NIÑOS CANTORES DE VIENA. ORFEÓ VALENCIÀ INFANTIL.

¡Cuidado con los ‘churrrros’!

Director: Manolo Cagnin. Pro­gra­ma: Obras de Wirth, Bruck, Da Viadana, Victoria, Charpentier, Brahms, Mendelssohn-Bartholdy, Salinas, Banchieri, Josef Strauss, Johann Strauss y músicas folclóricas de la cuenca del Mediterráneo. Lugar: Valencia, Palacio de Congresos. Entra­da: Alre­de­dor de 1.000 espectadores. Fe­cha: 1 marzo 2020.

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Niños Cantores de Viena

Los Niños Cantores de Viena son siempre un reclamo para cualquier espectador. Melómano o no melómano. También un éxito seguro y sin riesgo para todo promotor que juegue la carta segura de programarlos. Su prestigio, cimentado a lo largo de centurias de tradición y buen hacer –existen, como tales, desde 1498-, hace que sus actuaciones sean siempre esperadas por un público mayoritariamente familiar, con niños no cantores de la mano de sus padres;  y de padres y abuelos que se emocionan con el canto puro, siempre agudo y aires virginales de estos niños que comienzan a ser menos rubios al incorporar en sus filas voces de chavales procedentes de otras latitudes. De hecho, de los 24 que actuaron el domingo en el Palacio de Congresos, dentro del ciclo de abono del Palau de la Música, seis eran orientales y bastantes otros de diferentes nacionalidades, desde Filipinas a Rumania, Estados Unidos, Francia o Alemania.

Quizá esta enriquecedora mezcolanza haya aportado a estos niños cantores del mundo savia y nuevos registros a una institución tradicionalmente muy cerrada y conservadora en su estructura interna. En su nueva visita a Valencia llegaron de la mano del italiano Manolo Cagnin, un showman mezcla de Richard Clayderman y André Rieu, que, micrófono en mano, se metió al respetable en el bolsillo antes incluso de que se escuchara una sola nota en la acústica seca y muy antivocal del Palacio de Congresos. Desde los primeros momentos dejó bien claro que más que un concierto de polifonía, gregoriano y otras monsergas, de lo que se trataba era de divertir y hacer pasar un buen rato al entrañable público. Triunfó en toda regla.

Gregoriano, panderetas, Brahms, acordeón, O sole mio, dos niños que simulan pelearse, Victoria, polcas y valsecitos, Charpentier… De todo hubo en el gazpacho, aderezado con las gracietas del simpático maestro comunicador, que cuando llegaron músicas arábigas incluso no dudó en contonearse como si estuviera bailando la danza de los siete velos mientras tocaba el piano. En fin… Habló y habló, presentó a cada uno de los niños, contó chistes e historietas –“en estos días de gira por España los niños han comido muuuchos churrrrrros en Toledo, ¡mirad cómo se han puesto de gordos, jajaja! ¡Viva Valencia!…”. El público se lo pasó en grande con la verborrea, pero los cantorcicos vieneses y del resto del mundo miraban la mayoría de ellos con cara de no divertirse tanto tantísimo.

Cantaron, esto sí, tan estupendamente como siempre. Voces más angelicales que blancas; dúctiles, empastadas y flexibles, capaces además de tocar un violín, un acordeón, un pandero, un triángulo o lo que haga falta para dar color y calor al espectáculo. Otro cantar es el apartado estilístico, descuidado y heterodoxo hasta convertir en irreconocibles algunas músicas, desde la ausente pureza renacentista del gran Tomás Luis de Victoria a un Brahms que podría haber sido Charpentier y viceversa. Pero el show funciona y la gente –hijos, padres, abuelos y aledaños- se lo pasan pipa. ¡Pues fantástico! ¡Todos felices y contentos, que, a la postre, es de lo que se trata!

En dos de las muchas páginas interpretadas se sumaron las voces del Orfeó Valencià Infantil, algunas de cuyas talluditas componentes tienen de infantil lo que este crítico de joven. Fue un detalle y sin duda, sus jóvenes y menos jóvenes miembros jamás olvidarán que un día cantaron nada más y nada menos que con los legendarios Niños Cantores de Viena. El O sole mio adornado con un calderón tan infinito como efectista (que deja en agua de borrajas los que hizo Lauritz Melchior en los legendarios “Wälse! Wälse!” de La valquiria de Boston de 1940) abrió la recta final de tan exitoso y popular concierto. La guinda fueron, claro, un vals y una polca de los Strauss de Viena. ¡Qué bien! ¡Hasta la próxima y buen regreso a Viena! ¡Cuidado con los churrrrrros! Justo Romero

Publicado en el Diario Levante el 3 de marzo

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