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Por Publicado el: 10/06/2022Categorías: Diálogos de besugos

Críticas en la prensa: La damoiselle élue / Juana de Arco en la hoguera en el Teatro Real

LA DAMOISELLE ÉLUE (C. DEBUSSY) / JEANNE D’ARC AU BÛCHER ( A. HONEGGER)

El martes, 7 de junio, el Teatro Real estrenó el doble programa compuesto por La damoiselle élue de Debussy y el oratorio escenificado Juana de Arco en la hoguera, de Arthur Honegger, una propuesta sobre la que Pedro González Mira resaltaba en estas páginas lo acertado de la propuesta, en la que «dos heroínas del propio existir se funden sobre músicas radicalmente diferentes, pero entroncadas sobre una circunstancia que las lleva a autodestruirse sin piedad». Tres aspectos ensalzan lo atractivo del programa: el más comentado, la participación de Marion Cotillard como protagonista; el debut en el foso de Juanjo Mena; y el montaje escénico de Àlex Ollé.

Sobre cada punto, los críticos de los diarios nacionales coinciden al destacar la idoneidad de la actriz francesa para encarnar el papel de la heroína así como la labor tanto del Coro Titular del Teatro Real como de los Pequeños Cantores de la JORCAM. Es esta producción, subraya González Lapuente, es un trabajo de masas, un engranaje pulido a pesar de la puesta en escena abrumadora con algunos elementos innecesarios, comenta por su parte Luis Gago.

Debussy: “La damoiselle élue”; Arthur Honegger: “Jeanne d’Arc au Bûcher”. Intérpretes: Camilla Tilling, Marion Cotillard, Sébastien Dutrieux, Sylvia Schwartz… Coro y Orquesta del Teatro Real. Pequeños Cantores de la JORCAM. Director musical: Juanjo Mena. Director de escena: Alex Ollé (La Fura dels Baus). Teatro Real, 7-VI-2022

Juana-de-Arco-en-el-Teatro-Real

Juana de Arco en el Teatro Real

EL PAÍS 08/06/22

El ‘efecto Marion Cotillard’ galvaniza al Teatro Real

La presencia de la actriz francesa como Juana de Arco sirve de espoleta para los aplausos finales del público en el estreno de un espectáculo manifiestamente mejorable

Aunque ya no acapare portadas ni despierte angustias como antes, la guerra de Ucrania sigue tristemente viva. El ángel de fuego de Prokófiev remitía a ella de muchas maneras y por muchos motivos, del mismo modo que ahora es inevitable recordar que fue Ida Rubinstein, la bailarina nacida en Járkov, la segunda ciudad de Ucrania, quien encargó a Paul Claudel y Arthur Honegger esta Jeanne d’Arc au bûcher, que ella misma estrenó en 1938, en traducción alemana, en una iglesia de Basilea. Las primeras representaciones escénicas no llegaron hasta 1942 en Zúrich (de nuevo en alemán), mientras que la Ópera de París no la acogió en el idioma original hasta 1951. La que propone ahora el Teatro Real es una coproducción con la Ópera de Fráncfort, donde se dio a conocer en 2017. Su protagonista, que vivió también en una época de invasiones y disputas territoriales, nació en Domrémy, una de las localidades de Alsacia-Lorena que no pasó a manos de Prusia tras la derrota francesa en 1871. Cuando se produjo la invasión alemana en 1940, una Juana de Arco que empuñaba la cruz de Lorena se convirtió en Francia en el emblema de la Resistencia y la lucha contra los nazis y el régimen colaboracionista de Vichy: la historia se repetía, mutatis mutandis, cinco siglos después.

[…]

Los montajes de Àlex Ollé, en cambio, gustan de recrearse en referencias concretas a nuestro tiempo, como hizo en 2016 en el Teatro Real en su desenfocado montaje bangladesí de El holandés errante. En el credo y el modus operandi ya muy consolidados de La Fura dels Baus, lo visual prima sobre lo conceptual y el abigarramiento desplaza casi por completo al despojamiento. Admitiendo que no es fácil escenificar el oratorio de Claudel y Honegger, resulta difícil empatizar un solo momento con el sufrimiento de la futura santa. Hay demasiados elementos postizos (no solo los penes y las vaginas) y, sobre todo, innecesarios, amén del característico barroquismo high-tech (ese suelo de metacrilato sostenido por largos cables metálicos que acoge a los personajes celestiales), con esos toques de teatro callejero tan habituales en sus montajes.

Para completar la velada, y a modo de prólogo, se ha optado por interpretar La damoiselle élue, un juvenil poème lyrique de Claude Debussy compuesto a partir de la traducción francesa de un poema de Dante Gabriel Rossetti, que pintó a Juana de Arco en 1864 y 1882 en el más puro estilo prerrafaelita. Las concomitancias —estilísticas y argumentales— entre ambas obras, más allá de lo que pueda indicar el título, son escasas y quizás hubiera sido mucho mejor apostar por la “cantata sacra” La Danse des morts, la segunda colaboración entre Claudel y Honegger a partir de otro tema intrínsecamente medieval y cuyo estreno fue dirigido asimismo por Paul Sacher. Ollé sitúa a la doncella de Rossetti/Debussy en lo alto, mientras que la narradora acaricia abajo a una Marion Cotillard yacente en el centro del escenario. La capa dorada y la melena rubísima de la muchacha reaparecerán luego en la Virgen, Margarita y Catalina durante sus intervenciones postreras en el oratorio, pero por muchos puentes visuales que intenten trazarse entre ambas obras, están metidos con calzador, porque habitan en mundos estéticos, poéticos y musicales completamente diferentes, como queda simbolizado en el tránsito del Do mayor final en Debussy a ese perturbador Sol sostenido en varios instrumentos con el que se inicia el Prólogo del oratorio de Honegger, un añadido de Claudel y el compositor en noviembre de 1944, tres meses después de la liberación de París, donde se interpretó en 1945 para celebrar el fin de la guerra y de la ocupación alemana.

Marion Cotillard parecía llamada a ser Juana de Arco, ya que en 1992, con tan solo 17 años, vio a su madre, la actriz Niseema Theillaud, interpretar el oratorio de Honegger en la catedral de Orleans en un montaje escénico dirigido por su propio padre, Jean-Claude Cotillard. Y en 2005, el año en que se conmemoraba el cincuentenario de las muertes de Claudel y Honegger, fue ella quien dio vida a Juana de Arco en la misma iglesia y con idéntico director musical, Jean-Marc Cochereau. Luego la ha interpretado en numerosas ocasiones por todo el mundo, grabándola incluso en versión de concierto en Barcelona, incorporándose así a una larga e ilustre lista de compatriotas (Claude Nollier, Marie-Christine Barrault, Marthe Keller, Isabelle Huppert, Dominique Sanda, Sylvie Testud, Fanny Ardant, Romane Bohringer, Marianne Denicourt o la ya citada Audrey Bonnet) que han querido hacer suyo el texto de Paul Claudel.

Al igual que se ha hecho con el otro gran personaje del oratorio, el hermano Dominique, y con la mayoría de los personajes hablados, la voz de la actriz francesa suena amplificada, un peaje quizás inevitable, pero que introduce también inesquivablemente un dejo de artificialidad en todo lo que dice: frente al sonido real de los cantantes y los instrumentos, estas intervenciones habladas rechinan frente al resto. Cotillard domina el papel por completo y extrema el uso de un timbre vocal casi aniñado, muy pertinente, aunque sorprende que en la décima escena no cante Trimazô, una canción popular que Honegger confía a su protagonista (acompañada en parte por las ondas Martenot), sino que más bien la semicanturree muy entrecortadamente, no es posible saber si por decisión propia o del director de escena. En su papel, además de intervenciones recitadas libremente, hay otras en las que Honegger escribe una notación rítmica muy precisa, por lo que aquí debe ajustarse a las indicaciones del director para sonar perfectamente coordinada con la orquesta. El “Pute” que parece leerse pintarrajeado en su camiseta blanca sustituye en Madrid al “Hexe” (bruja) que se leía en el estreno en Fráncfort (y que se reproduce en la portada del programa de mano), mucho más acorde con lo que se sustanció en el proceso que condenó a Juana de Arco a morir en la hoguera.

Juanjo Mena, muy serio (en su doble acepción) desde el foso, introduce orden y concierto en ambas obras, pero tiende a quedarse en ese punto, sin llegar más allá. En Debussy, por ejemplo, hay una tendencia casi constante a que la orquesta toque demasiado fuerte, con excesivas costuras a la vista en lo que debería ser un tejido instrumental casi inconsútil. En Honegger, en cambio, se añora un mayor relieve de las extraordinarias combinaciones tímbricas que plantea el compositor franco-suizo, no solo gracias al sonido visionario, no siempre claramente audible, y los glissandi interminables de las ondas Martenot (fue el propio Maurice Martenot quien tocó el instrumento en el estreno del oratorio en 1938), sino también en el empleo de los tres saxofones, en la escritura de los dos pianos (mudados en falsos claves al cubrir sus cuerdas con piezas metálicas para tocar la música barroquizante de la sexta escena) o en algunos solos y combinaciones muy afortunadas de la madera. La música de Honegger está llena de sorpresas armónicas, irradia oficio y capacidad de mímesis y es, sobre todo, un crisol de estilos de diferentes épocas, del canto llano al jazz, y Mena, antiguo contratenor, se siente especialmente cómodo y elocuente en el primero, muy presente en la octava escena.

Camilla Tilling, aunque la voz ha perdido parte de la tersura que exhibió al cantar el personaje del Ángel en el San Francisco de Asís de Messiaen en el Madrid Arena, fue una Damoiselle élue admirable: cuesta entender que, aprovechando su presencia, no cantara ella misma el personaje de la Virgen en la última escena del oratorio (con idénticos vestuario y ubicación), porque la prestación de Sylvia Schwartz fue muy inferior, con agudos tensos (tiene que llegar al Si bemol y al Si natural) y a ratos inaudible. Enkelejda Shkosa, a la que escuchamos recientemente en el Teatro Real en la versión de concierto de Lakmé, sonó demasiado operística en Debussy y mucho más entonada en Honegger. Muy bien Elena Copons en su doble cometido e irreprochables todos los cantantes de los pequeños papeles, con mención especial, por su importancia, para el Porcus de Charles Workman. Sébastien Dutrieux, vestido de coadjutor, da la impresión de estar siempre un tanto perdido o desubicado en el escenario.

Como en cualquier oratorio que se precie, el coro tiene un papel muy relevante, de principio a fin, y el Coro Titular del Teatro Real supera este exigentísimo desafío con sobresaliente. Canta mucho (lo que exige un gran esfuerzo de memorización) y lo hace siempre bien, a un nivel incluso superior al de la orquesta, con solo contados momentos en los que texto suena algo embarullado: pero la precisión rítmica y la claridad de las texturas son irreprochables. El cajón más alto del podio habría que reservarlo, quizá, para los Pequeños Cantores de la JORCAM, a los que no se les recuerda una sola actuación deficiente en el Teatro Real. Aquí rizan el rizo, porque tienen también un cometido muy sustancial, y, a pesar de que Ollé les obliga a hacer cosas un tanto inconsecuentes, cantar, lo que es cantar, lo hacen admirablemente. Andrés Máspero, por su meticuloso trabajo con los adultos, y Ana González, por la perfecta preparación de los niños y niñas, son acreedores de los mayores aplausos. Al final, estos fueron muy generosos para todos, con especial intensidad, claro, como estaba escrito, para Marion Cotillard, cuya presencia, además de atraer a numerosos rostros famosos al estreno, sirvió para calentar un espectáculo que, a pesar de la hoguera final, no logra subir en ningún momento la temperatura emocional ni hacer justicia a los muchos e infrecuentes valores que atesora el oratorio de Honegger. Tan solo el equipo escénico recibió silbidos y aplausos en proporciones casi idénticas. A pesar de sus carencias y de los innecesarios caprichos de la propuesta un tanto banal de Àlex Ollé, es muy recomendable acercarse al Teatro Real a conocer una obra de programación tan infrecuente entre nosotros: y no solo por ver, y admirar, a Marion CotillardLuis Gago

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Marion Cotillard y Sylvia Schwartz (c) Javier del Real

EL MUNDO 07/06/22

Juana de Arco en la hoguera: Una ópera para grandes actrices

Marion Cotillard protagonizó una jornada muy notable en el Real en la obra cumbre de Arthur Honegger

Tras su estreno en Basilea en 1938, el gran oratorio ‘Juana de Arco en la Hoguera‘, obra cumbre de Arthur Honegger, tuvo dos aspiraciones singulares: ser representado como si fuera una ópera y contar no con una diva del canto sino con una actriz de primera magnitud. La primera fue Ida Rubinstein, que la había propiciado. Siguieron otras hasta las históricas apariciones de Ingrid Bergman, que también llevó el personaje al cine. En el Real, en coproducción con la ópera de Frankfurt, la soberana presencia escénica de Marion Cotillard, protagonista y eje de una jornada muy notable.

Honegger usó el poema de Paul Claudel que es, a la vez, un drama histórico, una proclama patriótica chauvinismo incluido, y una flagrante confrontación entre el mundo celestial, las rivalidades humanas y la ideología que puede hacer que alguien sea para unos una santa salvadora y para otros una bruja maléfica. Sin olvidar que el personaje singular es una campesina analfabeta, pero visionaria, inmolada a los dieciocho años. La música es un agudo y personal resumen de la vanguardia de su tiempo con un impresionante trabajo coral y una orquesta moderna y sabia en la que se integran las entonces novedosas Ondas Martenot.

Hay varios personajes cantados y hablados, todos excelentes en esta ocasión, pero subordinados a la actuación de la actriz principal que estuvo soberbia. Hace falta más: un coro excepcional, una dirección escénica y un gran director musical. Los hubo. El Coro Titular del Real, preparado por Andrés Maspero, lució plenamente, así como los Pequeños Cantores de la JORCAM, con los que Ana González consigue resultados extraordinarios. Alex Ollé preparó una visión escénica muy enraizada en la Fura del Baus, la de los inicios, en la que lo terrenal y lo celestial se dan sutilmente la mano como se la dan la ópera y el oratorio en un espectáculo tremendo pero apasionante. Y con todo ello, una dirección musical soberana. Sin duda Juanjo Mena es el director español de más fuste internacional en estos momentos. Y aquí no solo lo demostró. sino que lució una honda madurez musical. Gran actuación del maestro. Con él y Cotillard asistimos a una versión que hoy por hoy no la hay mejor en ninguna parte.

Como prólogo, y casi como enorme contraste se ofrecía la cantata de Debussy ‘La demoiselle élue‘ sobre un texto de Rossetti que es una glorificación del eterno femenino terrenal y celestial. Obra preciosa y preciosista, bien cantada por Camila Tilling y Enkelejda Shkosa, acariciadas por coro y orquesta en la sutil y delicada dirección de Mena. Muy bien la transición escénica entre las dos obras. Luego vendría la gran llamarada, esa ‘Juan de Arco en la Hoguera‘ de Cotillard, Ollé y Mena que no será fácil de olvidar y que cosechó un rotundo éxito. Tomás Marco

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Marion Cotillard (c) Javier del Real

ABC 08/06/22

La repugnante realidad de ‘Juana de Arco’

[…] Hay quien habla de la actuación de Ingrid Bergman con dirección escénica de Roberto Rossellini en Barcelona. Más fácil es recordar la estupenda interpretación en Granada de Aitana Sánchez-Gijón, bajo la dirección de Daniele Abbado, cándida y orgullosa, sincera como las lágrimas que derramaba tras ser proclamada bruja, hereje y apóstata. En esa misma línea se reafirma ahora la oscarizada Marion Cotillard en Madrid, dispuesta a demostrar que la joven campesina soportó la hoguera con humana inocencia, sutil gestualidad, contenida resignación e incrédulo desconcierto. Por medio queda el sórdido y cochambroso mundo dibujado por Àlex Ollé (La Fura del Baus), muy apoyado en la actuación del coro titular del Teatro Real, que dirige Andrés Máspero, sobre el que descansa parte fundamental del éxito de la representación, en perfecta colaboración con los Pequeños Cantores de la Jorcam preparados por Ana González.

Porque es la masa la que mueve la acción a partir de imágenes potentes, degradantes e inmediatas, que tienen como prólogo la breve cantata «La Damoiselle élue» de Debussy. En ella, un cielo nebuloso envuelve la escena mientras suena una música que el director musical Juanjo Mena trata con un cariño muy especial. Es el comienzo de un extraordinario trabajo de fondo, de momentos transparentes, de una continuidad sensata, de enorme solidez, que en la posterior obra de Honegger, se abre al eclecticismo estilístico y formal con todas las dificultades que implica. Si en el ‘prólogo’ se escucha la plástica voz de Camilla Tilling, en ‘Juana de Arco en la hoguera’ destacan otros valores, desde la sutil virgen de Sylvia Schwartz al pegajoso Porcus de Charles Workman.

Son muchos más quienes colaboran, pues hay una muy evidente conciliación de fuerzas sobre un escenario técnicamente sofisticado y estéticamente abrumador firmado por Alfons Flores. La poderosa iluminación de Joachim Klein y el vestuario de Lluc Castells terminan por dar sentido al retablo, con el exquisito mundo celestial en las alturas, traslúcido y dorado, mientras a ras de tierra se producen escenas tremendas. Pero Àllex Ollé quiere llevar el mensaje va más allá de lo inmediato. Explicaba estos días el carácter pesimista de la producción como espejo de un mundo abierto al colapso y dominado por una humanidad degradada. […]. Alberto González Lapuente

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Plano general del Coro del Teatro Real rodeando a Marion Cotillard (c) Javier del Real

LA RAZÓN 08/06/22

“Juana de Arco en la hoguera”: Marion Cotillard llena de horror el Teatro Real

La producción que contempla el Teatro Real de la obra de Arthur Honegger viene precedida por “La damoiselle élue” de Debussy

Para el director escénico Alex Ollé el mito de Juana de Arco sigue igual de vigente entre “entre crisis económicas y crisis de identidad, entre la radicalización política y la reaparición de corrientes ultraconservadoras que amenazan el futuro”. Estrenada como oratorio el 12 de mayo de 1938 en Basilea, “Jean d’Arc au Bûcher” fue pensada, por el pío Paul Claudel y el sólido Arthur Honegger, para la escena, a la que accedió en junio de 1941 en Lyon. Es así como tiene auténtica significación y como permite poner de manifiesto el abigarrado lenguaje dramático del compositor suizo, síntesis de elementos hijos del oratorio, de la ópera, del teatro y aun del cine.

Músicas atonales, modales, disonancias y consonancias, melodías de contagiosa amenidad vienen manejadas con una soltura y una sapiencia sensacional por la mano creadora, con episódicos recuerdos a Stravinski o, en estética distinta, a Orff. Números corales, recitados arcaicos, declamados solemnes aparecen diestramente engarzados y envueltos, cuando la ocasión lo pide, en cierto sentido el humor, con lo que el colorista conjunto llega a alcanzar una singular dimensión narrativa. Los dos personajes principales, Juana y el Hermano Dominique, son hablados. Se establece una clara dicotomía entre lo narrativo y lo lírico y, por decirlo así, visionario, a cargo de la Virgen María. A destacar el papel que cumplen las ondas Martenot, tan queridas por Honegger.

En la producción ahora contemplada en el Real “Juana de Arco” viene precedida por “La damoiselle élue” de Debussy, escrita para soprano, “mezzo” y coro femenino, que ilustra un poema de Dante Gabriel Rossetti. Nació entre 1887 y 1888 y se revisó en 1902. Una elección que da sentido a la puesta en escena, en la que la “damoiselle” “vuela como un alma que asciende a la presencia de Dios. De algún modo es el alma de Juana tras su ejecución en la hoguera, en el instante en que, después del horror, halla la paz”; como explica el propio Ollé.

El escenario de la obra debussyana, que musicalmente no tiene demasiado que ver con la de Honegger, es vestido aquí, en la parte superior del escenario, sobre una estructura metálica bastante fea, por colores vivos y atuendos de un amarillo estridente, lejos de la paz beatífica que parece se debería vivir en esos estratos celestiales. Ollé llena la parte inferior de gente menesterosa, la salida de una epidemia y de una guerra horrorosa, una jauría variopinta y cruel, que compone imágenes de gran fuerza y que, sin tener nada que ver, nos recordó algunas escenas del Bosco.

En medio de las desgarradoras viñetas se sitúa la espiritual figura de la santa, que aquí es interpretada con apasionada verdad, plenitud de acentos, con una dicción ejemplar –adecuadamente amplificada- por la actriz Marion Cotillard, de timbre más bien opaco y desleído pero manejado con una fuerza y expresividad admirables.

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