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Por Publicado el: 12/03/2005Categorías: En la prensa

Déjame que te aplauda, limeño. Andrés Moreno Mengíbar

Déjame que te aplauda, limeño. Andrés Moreno Mengíbar
No creo exagerar si digo que el recital del tenor peruano Juan Diego Flórez ha batido récords en el Maestranza después de la Expo. Es la primera vez que un recital lírico cuelga el no hay billetes en nuestro coliseo. Y, además, no recuerdo ningún concierto ni representación de ópera que cosechase treinta y cinco minutos de aplausos, ovaciones y hasta seis bises a cada cual más aclamado. Como valor añadido que hará que este evento quede en la memoria de los aficionados por muchos años está el detalle (que hay que agradecerle al artista) de preparar ex profeso para Sevilla una amplia y maravillosa selección de las canciones de Manuel García que, para muchos, habrán sido un gratísimo descubrimiento, a juzgar por los comentarios cosechados al azar por este crítico entre los asistentes durante el descanso. Lo cual creo que es fundamental, porque hace tan sólo unos días hay quienes se han permitido, desde la Soberbia y la Ignorancia (hijas gemelas de la madre Estulticia), por escrito y en público, poner en duda la conveniencia de recuperar la música de este músico cuyo único delito fue nacer en Sevilla y llamarse García. A ver si todas esas autoridades que anoche tachonaban la sala del Maestranza convencen a la dirección artística del teatro para que sea más sensible con nuestro patrimonio. Como en el soneto encargado por Violante, juro que jamás me he visto en tal aprieto. Quizás no lo crean, pero me cuesta mucho más hacer una crítica de un concierto perfecto que de uno deplorable. No sé, debe ser cuestión de riqueza de adjetivos y el no tener a dónde agarrase para desmontar una interpretación musical. Porque eso es lo que ocurrió anoche: un recital perfecto de ésos que lo dejan a uno con cara de tonto, la boca abierta y la voz cascada de tanto gritar ¡Bravo! Es imposible, realmente, objetarle nada a las interpretaciones de Flórez, pasmosas y llenas de riqueza artística. Suele ser lugar común en estos casos decir que el artista estuvo más allá de la técnica, pero traerlo a esta crítica sería cometer una grave injusticia, porque el dominio de la mecánica del canto de este limeño asombroso está fuera de lo comprensible. El timbre es de una enorme belleza, potente, carnoso en toda la extensión de los registros, con un grato vibrato stretto fruto de una voz con amplio squillo. Inaudita resulta la homogeneidad tímbrica en toda la gama, sin que pueda notarse salto o variación algunos en la zona de paso, esa franja en torno al Fa-Sol tan complicada para casi todos menos para los más grandes. La técnica respiratoria es impecable, permitiéndole alargar y enlazar las frases en un sólo aliento de forma interminable, abriendo y cerrando a voluntad la voz. Y, por último, el dominio de las agilidades no tiene parangón en la actualidad y resulta muy difícil encontrar una voz de tenor del pasado capaz de despacharse con esa desesperante facilidad el canto martellato, los picados, escalas, trinos, apoyaturas y demás repertorio de fioriture habitual en el bel canto. Por otra parte, resulta igualmente impresionante el dominio de algo tan esencial a esta estética canora como es el legato, el sostenimiento de una línea de canto elegante y sensible, sin estridencias ni rupturas, sin saltos ni sobresaltos. Ejemplo de esto último fue Floris, esa maravilla de García que Flórez tradujo con una suavidad infinita, modelando cada ataque y haciendo gala de una riquísima galería de medias voces, consiguiendo mil y un matices y detalles. Voces mixtas, pianisimos y filados se alternaron con fraseos incisivos y cargados de intención como los de El riqui riqui. Y la exhibición de esa zona sobreaguda que en el limeño, a diferencia de los demás cantantes, se agranda, se ensancha y se expande, llegó de la mano de Rossini, Gluck, Bellini y Donizetti. Resulta desarmante la manera en que este portento ataca notas como el Do o el Re bemol sobreagudos de forma directa, sin apoyos ni portamentos, con una afinación y una riqueza de armónicos sin igual. Nueve Dos como nueve astros cerraron el programa oficial, que se vio continuado con seis propinas, entre ellas la sección final de Cesa di più resistere (escrita por Rossini para García) y, a petición de un espontáneo, una maravillosa versión de La flor de la canela. Inolvidable.

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