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Sobre la carta enviada a algunos patrocinadores por algunos abonados al Real
Dos Sonambulas para un mismo periódico
Por Publicado el: 27/06/2006Categorías: Diálogos de besugos

Dos opiniones sobre Luisa Fernanda

Lean, lean cómo puede haber dos críticas absolutamente opuestas de una misma cosa. ¿A quién hacer caso?
La Razón:
El Real saluda con un éxito a la zarzuela

Plácido Domingo estrena en Madrid la «Luisa Fernanda» que triunfó en Milán y Washington

Domingo con María José Montiel, una espléndida voz con la que el Real no cuenta habitualmente

«Luisa Fernanda»De Federico Moreno Torroba. Dirección musical: Jesús López Cobos. Dirección de escena: Emilio Sagi. María José Montiel (Luisa Fernanda), Plácido Domingo (Vidal), Elena de la Merced (Duquesa), José Bros (Javier). Coro y Orquesta Titular. Teatro Real. Madrid, 26-VI-2006.
Con los Reyes en el palco y precedida de notable expectación, entró por fin la zarzuela en el Teatro Real, y no ha podido hacerlo con mejor pie. Un título de los buenos, un magnífico reparto y un buen tratamiento teatral y musical. El público respondió con entusiasmo y dio aplausos generosos para todos. Plácido Domingo, delgado como nunca y poderoso como siempre, dio vida plena a Vidal, el labrador rico que hace la revolución por amor. No a la causa, sino a Luisa. La amplitud del inagotable Domingo abarca con éxito este papel frontera entre el barítono y el tenor. Plácido, igual que Emlio Sagi, lleva la «Luisa Fernanda» inscrita en los cromosomas, porque familiares suyos se hartaron de representarla. Oirle a un Domingo este papel, resuelto en teatro por un Sagi, tiene algo de privilegio.
María José Montiel ha triunfado ya con esta «Luisa», y con Plácido, en Milán y Washington. Su voz hermosa y expresiva le cuadra bien a esta mujer de profundos sentimientos. En el lamento «Cállate corazón», su voz llegó al público con la fuerza de las verdades evidentes. Es una pena que no disfrutemos habitualmente de la Montiel en el Teatro Real. Lo inauguró con una inolvidable Salud de «La vida breve» y luego, nada. Ojalá vuelva pronto.
Magnífico Bros. El Coronel de José Bros fue magnífico, a la vez limpio y poderoso. Elena de la Merced le encontró giros hermosos al papel de la Condesa. Ángel Rodríguez cantó una bonita habanera del soldado. El director del coro, Jordi Casas, ajustó con buen gusto el fraseo en la mazurca de las sombrillas que, por cierto, se abrían con precisión de corchea.
Jesús López Cobos, que de niño le oía a su madre cantar por los pasillos todos los números de «Luisa Fernanda», hizo un buen trabajo en el foso, sin caer en el menor exceso, pero sacando todo el jugo, incluso el nostálgico, a esta sonoridad de ayer. Casi todos los espectadores reconocen como cosa propia muchos de los primeros versos: «Marchábase el soldado…», «De este apacible rincón de Madrid…», «Caballero del alto plumero…», «Señorita que riega la albahaca… », «Cuánto tiempo sin verte…», «Ay, mi morena, morena clara…», «A la sombra de una sombrilla…» Y, por cada verso, una melodía certera como un dardo, que en aire de habanera, romanza, seguidilla, jota o mazurca, lleva tres cuartos de siglo hospedada en nuestro oído colectivo.
Cuando se trata con inteligencia y mesura, el casticismo, el olor de barrio, es la mejor baza con que cuenta la zarzuela, porque gracias a él el género se sube por encima de la opereta europea. Nuestras manolas y paletos, por ser de barrio y de pueblo, han llegado más vivos al siglo XXI que los edecanes y cortesanos que cantan en Viena y París.
La «Luisa Fernanda» de Emilio Sagi acierta con un casticismo blanco. El vestuario y el atrezzo son realistas pero, al estar blanqueados, se vuelven universales. Sin color, el tambor del barquillero sale de Madrid y las banderas ya no distinguen banderías. En el suelo no hay más que sillas blancas y en la pared una luz cuadrada que se recorta minuciosamente. El único toque un poco «kitsch» del montaje es un Madrid en maqueta, como de recortables, que da bonitamente en dehesa extremeña en el tercer acto, a la vez que el blanco general amarillea. Por lo demás, Sagi extrema la elegancia y el teatro bueno.
La entrada de esta «Luisa Fernanda» en el templo de la ópera ha sido triunfal y debe adquirir continuidad, porque hay bastantes zarzuelas capaces competir con dignidad, y aun con ventaja, con algunas óperas que están ancladas en el repertorio sin que se sepa muy bien el motivo de este privilegio.
La mediocridad lo mata todo y la zarzuela agonizaba en España tras muchos años de montajes mediocres. No acabó de morir, sin embargo, y desde hace ya un par de decenios vive una segunda vida de esplendor. Su presencia regular en el Real, con la cadencia que sea, representará justicia para el arte y un regalo para el público. Álvaro GUIBERT

El País:

La Zarzuela desustanciada
Para terminar la temporada, el Teatro Real ha optado por la ducha escocesa. Tras una emocionante Diálogo de carmelitas una Luisa Fernanda desustanciada. Y, curiosamente, las dos basaban su propuesta escénica en una misma idea de estilización. Pero el convento lo pide y el aire libre zarzuelero lo abomina. Y ahí ha estado el error del planteamiento de un director tan inteligente, y tan listo, como Emilio Sagi, que conoce el género y quiero creer que también sus limitaciones y fronteras. La zarzuela muchas veces más que carne tiene chicha y esta tiene que aparecer en detalles que aquí se pasan por alto, el primero la ambientación madrileña, que es esencial a lo que sucede, y que se sustituye por una ridícula maqueta de unos cuantos edificios de la capital que luego cambiará a una minidehesa extremeña. Hay momentos -la Mazurca de Las Sombrillas- que se acercan a la opereta y cosas un poco cursis como la rosa que cuelga en el Dúo de la Flor. No pide Luisa Fernanda semejante intento interpretativo, es como es y se diría que viaja mal por los caminos de la reivindicación escénica. Mejor hubiera estado en el Teatro de La Zarzuela, fiel a sí misma, con sus rincones, sus campos y con el mismo reparto.

El trabajo de Jesús López Cobos fue de total distanciamiento con la partitura, de una frialdad que hace pensar si realmente le interesa. Sólo en el dúo final entre Luisa Fernanda y Javier salió algo de intensidad. Quien no estuviera muy convencido de los valores de la partitura de Moreno Torroba no encontró esta vez un maestro que se los desvele, quizá porque tampoco él cree demasiado en ellos. Si no, no se explica.

Las voces, por fortuna, fueron harina de otro costal. Empezando por un José Bros pletórico, extraordinario como Javier, con una línea impecable, que cantó un sensacional «De este apacible rincón de Madrid» y que, con María José Montiel -Luisa Fernanda-, bordó el citado dúo. La madrileña estuvo impecable en lo canoro y un poquito arrebatada de más en lo actoral, pero suya fue la frase más zarzuelera de la noche: un «déjame y vete». Plácido Domingo, en un papel para barítono como es el de Vidal, echó el resto, se entregó a fondo no sin dejar traslucir algún problema puntual que resolvió echando mano de veteranía y de esa voz que Dios le ha dado. Muy bien Elena de la Merced en la duquesa Carolina, un papel perfecto para su tesitura y presencia. Cumplieron con buena clase Raquel Pierotti, Javier Ferrer, Federico Gallar y Sabina Puértolas. Casi nadie supo desenvolverse con aseo en el modo de decir los textos hablados.

El público reaccionó con ovaciones para los cantantes y hubo división de opiniones para López Cobos y Sagi. Asistieron los Reyes en el palco acompañados por el Alcalde de Madrid y su esposa. Luís Suñén

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