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Dos opiniones sobre Luisa Fernanda
Sobre Soledad Espinosa
Por Publicado el: 13/02/2006Categorías: Diálogos de besugos

Dos Sonambulas para un mismo periódico

Aquí les dejo las críticas cosechadas por La Sonambula sevillana en ¡un mismo periódico! Ya no es que críticos de distintos diarios tengan opiniones distintas, sino que un mismo diario ofrece dos opiniones. ¡Y que lujo para un medio pagar dos críticos para lo mismo!

Título: Sonambulismo

«La Sonnambula», de Vincenzo Bellini. Intérpretes: Anna Chierichetti (Amina) Dmitri Korchak (Elvino), Damiana Pinti (Teresa), Carlo Cigni (Conde), Sandra Pastrana (Lisa), Alberto Arrabal (Alessio), Arsenio Vergara (Notario). Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza (Rainer Steubing-Negenborn, director). ROSS. Idea Original, Director de escena y Figurinista: Patrick Mailler. Escenografía: Maria Rosaria Tartaglia. Iluminación: Juan Manuel Guerra. Director Musical: Roberto Paternostro. Producción del Teatro de la Maestranza: 11 de febrero de 2006.

De lo pergeñado para la presente temporada por la anterior Jefa de Producción, Alessandra Panzavolta, sólo quedó esta ópera (¿y quizá por «levantarle» el trabajo de todo un año está en excedencia?), habida cuenta de que la nueva dirección del Teatro desechó continuar trayendo o produciendo los títulos que todavía quedan por ver en el coso hispalense relacionados con Sevilla. El reparto era muy otro, de manera que la Amina que anoche vimos era la tercera de la lista, después de que se «cayeran» del cartel Mariella Devia y la Rancatore; y con el tenor ha pasado algo parecido: canceló José Zapata y ha sido sustituido por este joven ruso, al que recientemente abuchearon en Italia cantando precisamente La Sonámbula.

La idea de una producción maestrante es algo que, sinceramente, siempre nos ha alegrado. Lo que despista es que se escoja una obra que escénica y argumentalmente es un auténtico imposible, todo un reto para cualquier director de escena experimentado. Desde luego, esta ópera que quería ser ballet no permite a estas alturas una ambientación de época, de forma que descontextualizarlo de un marco histórico definido parece razonable (aunque el vestuario se inspire en el de los años 50). Igualmente, la idea de que el mundo anodino y limitado en el que vive Amina sea en blanco y negro hasta que el amor reverdece y nos llega el color, no parece descabellada; o que la esfera armilar represente esa burbuja de ensueño en la que vive la protagonista.

Acaso lo que falle sea la plasmación de esas ideas: la esfera colocada permanentemente en el escenario, al igual que las ovejas que representan el sueño o el borreguismo, o la monotonía del mundo de Amina puede que termine también produciendo somnolencia en el público. Porque nos parece que una vez planteadas estas ideas, se agotan pronto, y que el minimalismo se ahoga en sí mismo. Lo mejor, el movimiento escénico del coro .y también de los solistas-, para compensar el estatismo narrativo del drama, así como el hecho de explicitar ese carácter verdaderamente semiserio que la obra tiene. La iluminación fue otro de los elementos que ayuda –y ayudó- para salir adelante en los desnudos espacios. Pero nada más.

La Chierichetti es una soprano todavía joven, que tiene capacidad para afrontar semejante desafío belcantista, pero aún evidencia carestías para un repertorio tan complejo. Por ejemplo, las coloraturas irrealizables de algunos pasajes no las define con claridad, limitándose con frecuencia al socorrido glissando, de la misma manera que retarda el tempo en algunos pasajes de dificultad. Sus agudos llegan a ser poderosos, pero algo velados, y aunque tiene gusto, debe cuidar especialmente la emisión de su canto más delicado.

El joven tenor ruso fue el más controvertido de la noche. Su tendencia a una emisión nasal, sobre un estilo de canto algo desfasado y abrupto, su tendencia a solucionar los agudos con reiterados falsetes (aunque, en honor a la verdad, también hizo muchos atacando directamente la nota, sin arrastrar, si bien no todos limpios y de afinación adecuada) y otras exquisiteces se ganó el rechazo e incluso un conato de abucheo entre el público.

Aunque en un principio estuvo más balbuceante, lo cierto es que Damiana Pinti terminó adecuándose al personaje, especialmente en ‘Lisa! Mendace anch’essa’. También cumplió el Conde de Carlo Cigni, un bajo al que algunas de las notas más graves le costaron salir, sobre un color más bien oscuro. La granadina Sandra Pastrana fue una de las más aplaudidas de la noche, y con razón. Posee un material vocal digno de mención, lo que es una base necesaria para cualquier desarrollo, además de gracia y desenvoltura, si bien parece un tanto preocupada porque no se la oiga y ello le lleva a apurar demasiado la intensidad de su emisión. Suponemos de igual forma que su canto iba buscando la similitud con el personaje de posadera a la hora de evitar un registro más elegante. Terminamos señalando la corrección de Alberto Arrabal y la sorpresa prometedora de Arsenio Vergara.

El coro, esa perla que siempre nos trae en vilo, estuvo francamente bien. Algún desajuste que otro, pero distinto y distante de ‘Manon’, con las voces más empastadas y equilibradas, a pesar de los diferentes posicionamientos escénicos. Ése nos parece el camino.

Por último, no entendemos que un especialista como Roberto Paternostro realizase una lectura tan plana de la obra. Seguramente los tirones en muchos momentos de la orquesta hubieran ayudado a la credibilidad del increíble drama. Se notaba el trabajo en el foso, y a la ROSS disciplina y atenta, pero sin ímpetu, sin brío, como adormilada… Carlos Tarín. ABC Sevilla

Fonambulismo
Camina «La sonámbula» por un curioso filo. De un lado es terrenal, resuelta y brillante; del otro ilusoria, delicada y transparente. La ópera de Bellini tantea lo fantástico desde la realidad, y de ahí su dificultad. Por eso la nueva producción estrenada por el sevillano Teatro de la Maestranza, en esta temporada de argumentos femeninos, tiene a su favor el equilibrio de los medios, nunca deslumbrantes aunque suficientes. Porque se inclina, sin caer, sobre cada extremo.

Lo demostró, el día del estreno, Anna Chierichetti, una Amina tan poco refinada ante las agilidades como solvente melodista al desentrañar los silencios y el largo arco musical de su «Ah, non credea mirarti». Más aún, con su estilo algo reservado y contenido en la intención, con esa desenvoltura interiorizada en el final, la soprano italiana vino a simbolizar mucho de lo que allí sucedió. Así, el maestro Roberto Paternostro se mostró un tanto moroso y apocado. Fue el responsable de varios desajustes iniciales, pero estuvo cuidadoso a la hora de mantener el foso en un plano adecuado y de transformarlo en un sustento instrumental más expresivo llegado el segundo acto. Le siguió el Coro de la Maestranza y la Real Orquesta de Sevilla. No tanto el tenor Dmitri Korchak, en su papel de Elvino, pues tras aparecer demostrando detalles belcantistas y entonado timbre terminó torpe, con la voz afeada, midiendo irregularmente y emitiendo notas destempladas. Carlo Cigni, cantó un Conde lineal, poco dominador, hueco en el grave, y Sandra Pastrana una Lisa de voz chillona aunque progresivamente resuelta en el acto final.

Todos se desenvolvieron coherentemente por el blanquinegro, sintético y nuevo escenario de Patrick Mailler, no siempre capaz de ordenar las evoluciones de los miembros del coro. Su llano sicologismo concentrado en una esfera que es cama y alma de la soñadora Amina, muestra alguna simpática imagen como la casa de la protagonista, el esquemático bosque o el anacrónico y variopinto vestuario de los participantes. Todo a la búsqueda de esa intemporalidad que sitúa a la obra y a la melodía belliniana al borde de una existencia que mientras se balancea, aquí, al menos, entretiene. Alberto González Lapuente. ABC Madrid

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