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Salomé ante las críticas
¿Tienen oído los críticos?
Por Publicado el: 02/04/2010Categorías: Diálogos de besugos

El árbol de Diana

He aquí las varias opiniones a la producción del Teatro Real
EL MUNDO. Álvaro del Amo

El arco de la diosa cazadora dispara
flechas quematan ciervos, fieras y
jabalíes. Los dardos que lanza Cupido
sonmás pequeños y sutiles, pero
igualmente eficaces; alcanzan el corazón
de hombres y mujeres, hiriéndolos
con el dolor más dulce, el gozo
más intenso, la esperanzamás avasalladora.
Los bien conocidos estragos
que el amor causa los pinta el libretista
Lorenzo da Ponte con una
sensualidad preocupada, con los tintes
difuminados de una acuarela entre
alegre y melancólica. Se trata de
un «drama jocoso» y la música del
compositor valenciano, inventiva, colorista,
de gran riquezamelódica y
hábil en el buceo bajo las aguas de
deseos y sentimientos, camina en íntima
armonía con el texto, cuya enseñanza
final no es tanto una invitación
al libertinaje como una celebración
del erotismo, base y consuelo
de nuestra existencia.
La coproducción entre el Real y el
Liceo sirve para acercar la obra, aún
casi desconocida, a un público que la
recibió con aplausos sinceros. Bienvenida
sea, en espera de otras aproximaciones
capaces de extraer con
más pericia unas calidades no del todo
manifestadas aquí.
Dos son los motores simultáneos
que, con plena competencia y sólido
conocimiento, se encargan de poner
en marcha la función: el director de
italiano Ottavio Dantone y la soprano
rusa Lyubov Petrova. Ambos alcanzan
intermitentemente la excelsitud,
señalando una meta a la que
aspiran, de modo irregular, tanto la
orquesta como el resto del reparto.
Es evidente que Dantone está familiarizado
con una música que
aprecia, y cuyos matices y claroscuros
trata de obtener de una orquesta,
que le sigue con convicción y obediencia,
pero que no se libra de una
cierta opacidad y una aspereza que
se compaginan mal con una partitura,
que parece necesitar un atuendo
de seda y no un tabardo de arpillera.
Petrova señala elmodelo de cómo
debe cantarse una ópera así, y a él
entrega con rotundidad una voz amplia
y bien entrenada, capaz de expresar
la furia de la virgen estricta y
de regodearse en la coloratura de la
mujer anegada por sus propias emociones.
El resto del reparto es correcto,
y encomiable la labor actoral del
Cupido o Amore de Marina Comparato,
pero ninguno se acerca a las alturas
de la diosa cazadora, que al final
se le veía visiblemente agotada
por sumeritorio esfuerzo.
La puesta en escena de Francisco
Negrín no transmite la evocación del
árbol carcelero, aunque sí subraya
una sensación de encierro, a la postre
escasamente sugerente. Lo que
sube y baja, se abre y se cierra, los
fluorescentes y las pantallas se suceden
de unmodo arbitrario. La libertad
que en principio permiten estas
alusiones al Olimpo exige algo más
que un despliegue de efectos.

El PAÍS. Agustí Fancelli

La renaissance que ha registrado
en España la obra de Vicente
Martín y Soler en los últimos
dos años culmina con el arribo
al Teatro Real de L’arbore di Diana,
en la producción —aunque
con distinto reparto vocal— que
abrió la actual temporada liceísta.
Valencia por su parte, que ya
programó en 2008 este título,
ofreció en diciembre Una cosa
rara, el otro gran hit del compositor
valenciano. Lo de hit no es
falta de respeto: Martín y Soler
fue y se supo autor de música de
consumo para públicos masivos:
se hizo hueco en Italia, fue
el autor mimado de la corte vienesa,
triunfó en Londres y luego
en San Petersburgo, donde ocupó
cargos de relieve hasta su caída
en desgracia con el zar Alejandro
I. Tenía fama de libertino,
como su libretista Lorenzo
da Ponte. Murió arruinado en
San Petersburgo en 1806, cuando
su música había sido olvidada
del todo.
¿Ha valido la pena exhumarla
ahora? Por supuesto que sí, siempre
y cuando la operación no se
quiera hacer trascendente en exceso.
Martín y Soler fue, él solito,
una multinacional del entretenimiento
del siglo XVIII, que dio beneficios
tan espectaculares como
fulminante fue su caída en las cotizaciones
de la bolsa artística europea
así que empezaron a detectarse
en el mercado los primeros
brotes verdes de romanticismo.
Música especulativa, pues, la de
Martín y Soler, sin otro objetivo
que el de agradar en el acto al
espectador-consumidor y llevarse
buenos dividendos a casa.
A todo eso hace referencia la
dramaturgia de Francisco Negrín,
muy hábil tejiendo referencias
procedentes del pop, los
manga o el cine, especialmente
el de ascendencia almodovariana:
es una traslación autorizada
del espíritu de la factoría martiniana
a la actual cultura de masas.
Otra cosa es que aguante el
producto. Desde luego hay arias
muy bellas y concertantes de excelente
factura. Pero eso interesa
más a la musicología que al
espectador de teatro. Éste, cuando
compra una entrada, lo que
pide es emocionarse: reír, llorar,
incluso indignarse si eso deja
un mínimo poso de pensamiento.
Pues bien, ahí está el punto
débil de la renaissance: el humor
musical de esta ópera, edificado
sobre el finísimo cañamazo
literario de Da Ponte, viaja
mal a través de los siglos. Uno
se imagina las carcajadas que
debió provocar en el Burgtheater
de 1787 esta fábula disparatada
de ninfas y pastores que ensalza
las costumbres licenciosas
representadas por el dios Amor
—identificado con el emperador
José II, presente en el estreno—
frente a la mojigatería de Diana
cazadora y sus huestes puritanas,
las cuales, cómo no, acaban
cayendo en las redes de la sensualidad
general. Pero en el
Real, la noche del miércoles, carcajadas
ni una: más bien deserciones
en el entreacto, y al final
aplausos de cortesía. Es lo que
tiene la oferta cuando no está
bien adaptada a la demanda.
Y es una pena, porque musicalmente
este Arbore funciona.
Solvente la Diana de Lyubov Petrova,
aunque de timbre no
siempre grato, y muy bien cantado
y actuado el Amor de Marina
Comparato. Completaron con
eficacia las voces masculinas de
Simón Orfila, Dimitri Korchak y
Pavol Breslik. Enérgica también
la dirección musical de Ottavio
Dantone. Probablemente se merecían
todos un reconocimiento
mayor, pero las leyes del mercado
son implacables.

ABC. Alberto Lapuente

Entre los prohombres de la
música española hay que recordar
a Vicente Martín y
Soler, «lo spagnuolo»,
quien paseó por Europa en
baño de multitudes y puso
Viena a sus pies. Esta razón
bastaría para justificar la recuperación
de su obra tal y
como se viene haciendo en
los últimos años. Porque el
éxito alerta sobre la moda,
costumbres, gustos y tendencias.
YMartínySoler impuso
muchas, varias de la
mano de «L’arbore di Diana
», ópera que acaba de llegar
al Teatro Real procedente
del Liceo de Barcelona
donde la producción se estrenó
en el arranque de la
temporada.
Por supuesto que en la explicación
de cualquier fenómenomusicalmucho
tienen
que decir los intérpretes,
pues su acierto redunda en
beneficio de la teoría. Siendo
así, hay que echarle imaginación
para participar del
fervor de aquellos vieneses
si como todo argumento se
toma este árbol que ahora se
planta en el Real.
El trabajo del director musical
Ottavio Dantone es magnífico
en el detalle con la pega
de que el historicismo de fachada
con el pretende hacer
sonar a la orquesta la deja escuálida
y sin espíritu.
El asunto es importante
pues de su empuje depende,
en gran medida, el resultado
general, a pesar de que el reparto
se presenta con posibilidades.
Lyubov Petrova, por
ejemplo, defiende la difícil
parte de la protagonista con
soltura en la bravura y encanto
cuando sufre. Hace un trabajo
meritorio Marina Comparato
y muchos otros que
deambulanpor la escena guiados
con embrollo por Francisco
Negrín. Y en ella, luz y color,
algo de tecnología, gusto
por lo pop, el manga y supunto
gay. Sin duda, tiene mucho
demoda esta propuesta,ypoco
de novedad. Precisamente,
la cualidad que colaboró a
la fama de gran Vicente Martín
y Soler.

LA RAZÓN. Gonzalo Alonso

Estrenada esta producción en la
reciente inauguración de la temporada
del Liceo, llega ahora al
Teatro Real la tercera y última de
las óperas fruto de la colaboración
entre Lorenzo da Ponte yVicente
Margn y Soler (1754-1806). El valenciano
gozó de una enorme populahdad
en su época, pmeba de
ello son las sesenta y cinco representaciones
que de esta obra se
ofrecieron enViena nas su estreno,
número superior al de .Las
bodas di Figaro., .Don Giovanni.
O( ~COS’fla n tutte,. Sin embargos,u
múgmya figura cayeron en tm olvido
del que le van rescatando las
reexhumaciones de ,I1 tuttore
btlrlato,,, ,llbarbero dibuon core,
–ambas ya presentadas por el
Real ((Una cosa rarao, o el mismo
(4ffbol de Diana)~, que ya conocimos
en Madñde n 1982, concretamente
en el Teatro de la Zarzuela,
con Caballé, fftménez, Chansony
Pérez hñgo.
Calidad y variedad
Ya antes, en 1936, el Club de Fútbol
Júnior (célebre porque casi
cada año ponía en escena una
ópera) la presentó en el Tívoli de
Barcelona. Martín y Soler compuso
una música muy al gusto
Un momendtoe l ensayo
del público del peñodo que hasta
llegó a entusiasmar a Mozart. Tiene
calidad y vaKmdad, aunque
hubiera podido mbricarse tras el
final del primer acto. El argumento,
con la diosa de la castidad
Diana tratando de impedir los
amoresd e las ninfas que son vigiladas
por un árbol que revela las
transgresiones pecadoras a través
del color de sus frutos, contiene
situaciones cómicas que han de
ser explotadas por un inteligente
legista.
Francisco Negñn emplea una
especie de caja mágica, que cierra
la escena, con ma árbol cibernéúco
cuyas hojas son pantallas
de plasma y paneles como puertas
mecanizadas que agilizan
entradas y salidas. La mezcla de
tecnologia, vestuario de cómic e
iluminación llena de efectos
permiten explicar razonable y
comprensiblemente el triunfo
del amor mundano sobre la castidad
en una especie de visión
pop de la historia. Ello no elimina
totalmente el gran peligro de
este repertorio: tm escenario demasiado
grande para lo poco
que, a fin de cuentas, acaece en
él. Este peligro se materializa en
una cierta sensación de frialdad
general que no pueden evitar felices,
y no tan felices, ideas en
detalles concretos de la puesta
en escena.
Ottavio Dantone dirige laAcademia
Bizantina, especializada
en la recuperación barroca y por
tanto dominae l género. El reparto,
con la peculiaridad de cuatro
rasos cantando barroco, funciona
homogéneanmnte, superando
parciales inadecuaciones estilísticas.
Lyubov Petrova resuelve con
suficiencia, no exenta de alguna
tirantez, la inclemente aria del
primer acto de Diana, plagada de
coloraturas y notas extremas,
Marina Comparato aporta grada
aMnor y Kunon Orñla convence,
como Doristo, cumpliendo todo
el resto.
Agilldad y amabilidad son las
palabras que podrían resumir
esta feliz recuperación recihida
con calor por el público.

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