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Por Publicado el: 10/11/2008Categorías: Cartas

El Auditorio, ¡manda huevos!

He aquí el email enviado a la dirección del Auditorio Nacional por un aficionado muy enterado de cuanto sucede allí. Ya es demasiado.

Señor Don José Manuel López López
Director Artístico
Auditorio Nacional de Música
Príncipe de Vergara, 146
28002 Madrid
 
 
Estimado señor López López,
 
me dirijo a usted en su calidad de Director Artístico del Auditorio Nacional de Música y en referencia al ciclo «Semana Napolitana», dentro de la programación propia del auditorio.
 
He tenido la fortuna de haber asistido a dos de los conciertos programados dentro de dicho ciclo. Mis expectativas se cumplieron en lo musical con creces. Sin embargo, la impresión general dista bastante de ser positiva: si bien es loable la idea de celebrar dicho ciclo, y ha de agradecérsele al señor Juan Ángel Vela del Campo su labor coordinadora, la realización y las condiciones finales dejaron mucho que desear, a juzgar por lo que yo vi y oí en los conciertos referidos.
 
Ya antes de empezar la «Semana Napolitana» hubo aspectos relativos al ciclo manifiestamente mejorables, de forma especialmente notable la información que de él se ofrecía en la página web del Auditorio. Esta información iba cambiando a lo largo del tiempo, desapareciendo algunos elementos como el taller que habría de haberse realizado el viernes 7 de noviembre, apareciendo otros, incluso a última hora, dando la impresión de que el ciclo se iba improvisando sobre la marcha, en su estructura y en sus contenidos. Esto no es lo mismo que mantener al público informado de cambios de reparto, como por ejemplo la sustitución de María Bayo por Marussa Xyni en el concierto de las 22h30 en la Sala Sinfónica el pasado 7 de noviembre, en otro ciclo.
 
Si cierta información desconcertaba por su carácter mutable, otra ni siquiera hacía acto de presencia. Dos semanas antes de empezar el ciclo aún se desconocía la fecha de puesta en venta de las entradas. Reiteradas llamadas a distintos departamentos del Auditorio dieron con informaciones contradictorias y en cualquier caso, nada concreto. Suele decirse de las comparaciones que son odiosas. No resulta sorprendente que así sea, especialmente cuando se recuerda que es perfectamente posible no ya saber cuándo estarán disponibles las entradas sino de hecho comprarlas con más de un año de antelación para funciones en París, por ejemplo.
 
En el momento de realizar la compra de las entradas para los dos conciertos a los que asistí, el del viernes 7 de noviembre, «Le Tarantelle del Rimorso», y el del sábado 8 de noviembre, «Ángeles y Demonios», éstos se anunciaban aún exclusivamente como conciertos. Ignoro en qué momento se decidió añadir a cada concierto su respectiva «conferencia». A juzgar por las cuartillas insertadas en los programas de mano, debió ser reflexión de ultimísima hora.
 
Contar con Dinko Fabris para realizar una conferencia es, vaya por delante, un lujo. Ofrecer la conferencia en las condiciones del pasado viernes es una falta de respeto hacia un gran profesional y hacia el público.
 
La conferencia no estaba en el programa anunciado. No estaba tampoco en el programa impreso entregado al acceder a la sala y tan solo estaba implícita en la cuartilla suelta insertada en el programa de mano: si se habla de un conferenciante habrá una conferencia. Un público que acudía a presenciar un concierto, se encuentra pues con que antes debe escuchar una charla no anunciada, cuya duración se desconoce y cuya relevancia al concierto posterior es también fuertemente discutible, incluso después de oídos ambos. No parece el método ideal para predisponer al disfrute de un concierto.
 
La organización anfitriona no se preocupó de presentar al conferenciante, cuando unas breves palabras del coordinador a tal efecto no hubiesen estado de más, y éste se lanzó a su presentación en su mezcla particular de italiano y castellano, que hacía necesaria una traducción. Se eligió ofrecerla mediante intérprete, de forma no simultánea, doblando así la duración de la presentación. La elección de intérprete no fue afortunada, puesto que no parecía estar familiarizada con el uso del micrófono, se distraía, se bloqueaba en determinadas expresiones (momentos que los menos aprensivos entre el público ya impaciente por aquello que les había convocado ahí, es decir, la música, aprovechaban para suplir en voz alta desde el patio de butacas las palabras que le faltaban) e incluso llegaba a improvisar libremente sobre el tema tratado por el conferenciante. Con todo, no creo que se le puedan criticar a la señora sus esfuerzos, ya que todo tenía un fuerte aire de improvisación y muy probablemente ni siquiera fuera profesional de la traducción, en cuyo caso bastante hizo. Es incomprensible que la organización anfitriona no se hubiese preocupado por estos detalles tan importantes.
 
La falta de preparación se extendía a los medios dispuestos para el señor Fabris, ya que ni la reducida pantalla proporcionada para la exhibición de las imágenes con las que ilustraba su discurso, ni su colocación en un extremo del escenario parecían pensadas para el tamaño de la sala y la distribución del público. Terminada la conferencia, tanto la pantalla y la mesa en la que iba colocado el proyector se intentaron retirar del escenario, pero en la enésima señal de improvisación, acabaron por quedarse ahí, dándole al digno marco diseñado por el arquitecto García de Paredes el aspecto y ambiente de un trastero.
 
También delataba falta de preparación la cuartilla suelta insertada en el programa de mano. Desde su mismo formato, incompatible con el programa impreso y que por tanto requería que dicha cuartilla fuese doblada para que en él cupiese, pasando por el soporte, un papel de calidad pobre y además cortado de manera muy chapucera por uno de sus bordes, hasta sus contenidos, que necesitan mención aparte.
 
Los numerosos errores gramaticales, faltas de ortografía, traducciones malas y fallos de edición convierten a esta cuartilla en una pequeña joya del analfabetismo. Aun a riesgo de sonrojarlo, me pregunto si tan difícil era haber escrito «École normale supérieure» donde ponen «Ecole Normale Superieure», «de la Universidad de la Sorbona en París» o «de la Universidad Paris-Sorbonne» donde ponen «del la Universidad de la Sorbonne en París», «Liubliana» donde ponen «Lubiana», «…y John Griffiths el proyecto ‘Corpus des Luthistes’ en el Centre d’Études Supérieures de la Renaissance de Tours» donde ponen «…e John Griffiths il progetto ‘Corpus des Luthistes’ presso il Centre Etudes Superieures de la Renaissance di Tours», «Comité Científico de la ‘Edizione…» donde ponen «Comité Científico del la ‘Edizione…», «Venecia» donde ponen «Venezia», «de la redacción» donde ponen «del la redacción», «de la biblioteca musical Lang de la Fondation Royaumont de París» donde ponen «de del la biblioteca musical Lang del la Fondation Royaumont de París», «Istituto di Bibliografia Musicale di Puglia» o «Instituto de Bibliografía Musical de Apulia» donde ponen «Instituto de Bibliografía Musical de Puglia», «Centro di Musica Antica di Napoli» o «Centro de Música Antigua de Nápoles» donde ponen «Centro de Música Antigua de Napoli», «Cappella della Pietà de’ Turchini» donde ponen «Cappella della Pietà dei Turchini», «Entre sus numerosas publicaciones» donde ponen «Entres su numerosas publicaciones», «música de laúd» o «música para laúd» donde ponen «música de laud», «del renacimiento» donde ponen «de renacimiento», «Napoli contemporanea» o «Nápoles contemporáneo» donde ponen «Napoli Contemporáneo», o «Sala de Cámara» donde ponen «Sal de Cámara».
 
Claro que ya habían estado anunciando el concierto en su página web durante meses como «La tarantelle del rimorso» en lugar del plural correcto «Le tarantelle del rimorso», y la misma tarde del concierto se podía leer multiplicado en las pantallas «informativas» del recinto el nombre del artista, mal escrito como «Pino de Vitorio». Comprendo que esto en una institución capaz de hablar en su página web de «Brams» en lugar de «Brahms» es peccata minuta, pero no deja de ser irritante.
 
Cuando lo que se escribe incorrectamente es el nombre de alguien, además de irritante es irrespetuoso, por la falta de atención hacia la persona que ello delata. Si bien las distintas formas «Pino de Vittorio», «Pino De Vittorio» y «Giuseppe De Vittorio» pueden ser consideradas correctas y aceptables, utilizar las tres en los exiguos textos e informaciones de los programas de mano del ciclo parece alejarse de la coherencia deseable, y usar «Pino de Vitorio» es totalmente inadmisible, como lo es para el concierto del sábado 8 de noviembre dar el nombre de la orquesta en el programa de mano impreso como «La Cappella de la Piettà dei Turchini» (¡en portada!), «CAPELLA DELLA PIETÀ DEI TURCHINI» y «Capella della Pietà de’ Turchini», además de la forma correcta «Cappella della Pietà de’ Turchini».
 
El concierto «Ángeles y Demonios» del sábado 8 también fue precedido de una breve presentación no anunciada previamente. Por lo menos en esta ocasión, el coordinador tuvo a bien presentar a Antonio Florio, si bien éste, al contrario del señor Fabris la tarde anterior, no hubiese necesitado dicha presentación de cara a un público habitual de sus conciertos. Incomprensiblemente, el señor Vela del Campo decidió regalarnos unas palabras intrascendentes como prólogo (glorificado en la inevitable cuartilla suelta como «conferencia»). Por lo menos no requirió de traducción, aunque a pesar de su carrera como conferenciante aún no parece haber dominado el arte de utilizar un micrófono.
 
El lugar idóneo para las intervenciones del señor Fabris, el señor Vela del Campo y el señor Florio hubiese sido o bien un programa de mano en condiciones ya fuese general para el conjunto del festival, ya fuese individual para cada concierto, o bien una conferencia en condiciones, con el tiempo y los medios necesarios. Lo mínimo que debiera haberse hecho en las circunstancias era haber incluido en el programa de cada concierto la charla introductoria. De haber sabido que el señor Vela del Campo iba a tomar la palabra, posiblemente ni yo ni mis acompañantes nos hubiésemos acercado al auditorio.
 
Si la cuartilla del día 7 podía ser considerada una joya del analfabetismo, la del día 8 – probablemente hermana siamesa de la anterior, visto el chapucero corte de la hoja en el margen izquierdo – quizás hubiese que verla como «work in progress»: lea si no la última frase que nos dedica el señor Vela del Campo: «De lo que no cabe duda es que después de esta Semana Nápoles estará aú» (sic). Impagable.
 
Todo lo anterior, criticable y motivo suficiente de queja, se queda en nada al lado de lo siguiente, y último, que le voy a relatar. Y es que comenzado finalmente el concierto, ni los músicos ni el público salíamos de nuestro asombro al oír durante espacio de varios minutos el final de la obertura de «Guillermo Tell» de Rossini, que se ofrecía simultáneamente en la Sala Sinfónica. El sonido era tan fuerte que se superponía a la tarantella de Faggioli que Antonio Florio y la Cappella della Pietà de’ Turchini estaban interpretando en la Sala de Cámara. También fueron perfectamente audibles los sonoros aplausos del público de la Sala Sinfónica, y ya para rematar el bochorno, se sumaron a esta fiesta de interferencias las señales acústicas que indicaban el inminente comienzo de la siguiente pieza en la Sala Sinfónica.
 
Yo en el lugar del señor Florio, me hubiese negado a interpretar en semejantes condiciones y hubiese abandonado el concierto. Como espectador, habría comprendido perfectamente el gesto. Creo que jamás he sentido tal vergüenza en un concierto, en más de 30 años como espectador asiduo. ¿Qué imagen se habrán llevado los músicos del Auditorio Nacional, de Madrid y de España? ¿Qué imagen se habrán llevado los asistentes al espectáculo, entre los cuales se contaban personajes relevantes del mundo musical como Gérard Mortier o Vivica Genaux? ¿Qué respeto se les muestra de esta manera a los autores, a los músicos, al público del concierto en particular y a todos los españoles en general, quienes en última instancia financian todo esto mediante sus impuestos? A esto último le respondo yo: ninguno.
 
Jamás había presenciado tal chapuza en el Auditorio Nacional, y ahora afronto con temor los próximos conciertos para los que he comprado entradas. Desearía pensar que esto no es más que el reflejo de una situación transitoria que quedará rápidamente corregida y superada para devolver el Auditorio Nacional al nivel que nos merecemos todos. ¿Está usted en condiciones de asegurarme que es así?
 
Sin otro particular, le saluda atentamente

Madrid 

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