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Por Publicado el: 23/10/2015Categorías: Recomendación

Alcina: el barroco salvador

Alcina

El Barroco salvador

Llegó para resolver un problema: los teatros de ópera, que todavía vivían agazapados al rebufo de las grandes voces, primero, y  los directores estrella, luego, veían cómo el gran público se iba poco a poco apartando de todo eso y dejaba de ir al teatro para quedarse en su casa escuchando discos de ópera. Y Comenzaron a correr los años setenta/ochenta del siglo pasado cuando alguien encontró la ecuación perfecta: las óperas anteriores a Gluck y Mozart, que a nadie interesaban porque todos veían como una sucesión interminable de arias, empezaron a ser recuperadas, gracias en buena medida a la aparición de un nuevo actor: el director de escena. Así, disgresión escénica y barroco formaron una bien avenida pareja. Tanto, que se prolonga hasta hoy sin demasiados síntomas de cansancio.

      Concretamente en España el ´boom´ llegó relativamente tarde, y concretamente en el Teatro Real de la mano de Antonio Moral, hoy director del CNDM (Centro Nacional de Difusión Musical), lugar en el que continúa un ensayo parecido, pero escorado hacia  la recuperación de las obras, ya que allí, obviamente, el director de escena tiene que brillar por su ausencia. Las versiones de concierto de óperas barrocas que se han escuchado en el Auditorio Nacional en las últimas temporadas han constituido siempre memorables éxitos. Pero, ¿ha sucedido y sucede lo mismo en el Real?  No sabemos que habría hecho Moral de haber seguido allí, pues si bien sus programaciones de óperas barrocas entonces obtuvieron un notable éxito, ¿se habría atrevido a programar en el Real lo que luego ha ofrecido en el Auditorio, pero en escena? A un servidor le parece que, de haberlo hecho, habría asumido un enorme riesgo, pues no es lo mismo ofrecer música a secas, al precio que cuesta el consumo de la música a secas, que montar en un teatro de ópera un espectáculo de casi cuatro horas, cuya base dramática es la consabida sucesión de arias y diversos conjuntos vocales y corales, aun con decorados al fondo y una idea motriz general inventada por un director de escena intrépido. Durante la etapa Mortier no es fácil encontrar algo así, pero ahora Joan Matabosch sí se ha comprometido en el asunto programando una ópera barroca de esa guisa. La Alcina, de Haendel, es, como casi todos sus títulos, una obra musicalmente increíble que, como casi todas sus grandes óperas requieren un director de escena de mucho talento e imaginación para dar solución teatral a una avalancha de maravillosas arias y conjuntos, siempre de una fantasía, imaginación y originalidad absolutamente únicas. O en otras palabras: para la sicología del espectador común  de hoy, tan proclive a esperar que las cosas le entren por los ojos en primer lugar, una ópera difícil. Y al revés, para el aficionado a la música clásica  y al canto, una bendición de Dios.

     Alcina es una historia fantástica. Y muy contemporánea, muy entendible hoy. A grandes rasgos, nos muestra la debilidad del sexo masculino, la del hombre maniatado por la belleza femenina y absolutamente rendido al placer que produce la posesión de esa belleza sin reparar en el precio que ha de pagar para adueñarse de ella; físicamente de ella. Las óperas de Haendel  no son prodigios teatrales, porque siguen al pie de la letra la normativa imperante, pero sus personajes tienen  siempre una fuerza sicológica incontenible y una sólida veracidad. En Alcina es apasionante observar la evolución de los personajes en busca de una regeneración moral que choca frontalmente con los deseos más inconfesables. Eso es lo que hay en el texto y eso es lo que debe entenderse, por encima de lo que se pueda ver o se acabe viendo. Son las óperas de Haendel auténticas miradas hacia el interior, enmascaradas por  la propia presencia externa, brillante y aparentemente  extrovertida. Son obras difíciles, como es difícil hablar del interior del ser humano para convertir sus obsesiones en felicidad, es decir transformando sus peores y más negros fantasmas en belleza. El director neoyorquino David Alden es el encargado de poner todo esto en pie, y para ello recurre a una reinterpretación de las ideas básicas que mueven la obra: teatro dentro del teatro es su propuesta. Como siempre, estas cosas hay que cogerlas entre agujas, pero en este caso sí hay, a priori, razones para confiar en la competencia del responsable escénico: es un artista serio que en sus trabajos usa  partitura y  texto, es decir, carece del falso pedigrí que aporta el director de teatro o cine que se mete en las muchas varas que supone la dirección escénica de una ópera sin saber leer  música, casi una regla en la nueva casta de directores de escena.

      Con todo, una ópera de estas características se queda en poco por mucho que se aporte a la escena sin un director musical que conozca a fondo el estilo y unos cantantes que canten. Y que interpreten: ayer, en un acto de pura nostalgia, repasé un poco (lo que resistí) lo que hacía en su tiempo Joan Sutherland con el rol de Alcina y la verdad es que canto e interpretación a veces es como hablar castidad y prostitución en una misma cosa. En la versión que nos ofrece el Teatro Real los cantantes escogidos seguro que guardarán mejor esos equilibrios, aunque en algún caso las materias vocales no sean quizá tan fulgurantes. Se trata de cantantes con un razonable grado de especialización, y en algún caso de voces estimables. Por ejemplo, la soprano que se encarga del papel  de Alcina en el primer reparto, Karina Gauvin, tiene una bonita y carnosa voz y canta con excelente línea y estilo; como la mezzo Christine Rice (Ruggiero) Habrá que ver qué les pide Christopher Moulds, un maestro que combina los instrumentos originales con las grandes orquestas sinfónicas sin mucho remilgo, pero cuyo criterio es siempre filológico.  Veremos. Pedro González Mira

HAENDEL: Alcina. Karina Gauvin/Sofia Soloviy, Anna Chrsity/María José Moreno, Christine Rice/Josè Maria Lo Monaco, Sonia Prina/Angélique Noldus, Luca Tittoto/Johannes Weisser, Allan Clayton/Anthony Gregory, Erika Escribà/Francesca Lombardi Mazzulli. Director musical: Christopher Moulds. Director de escena: Davbid Alden.  Martes 27, 20.00. Entre 11 y 382 €. Resto de func ioens : 30 y 31 de octubre; 1, 2, 3,4,6,8 y 10 de noviembre. Precio:  entre 11 y 214 €.

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