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Por Publicado el: 30/10/2015Categorías: Recomendación

Las (confesables) pasiones del alma

Daniel Sepec

Las (confesables) pasiones del alma

 

Los ciclos de conciertos de la Fundación Juan March han sido, son y seguramente lo seguirán siendo  objeto de todo tipo de  reflexiones acerca de la capacidad que pueden exhibir las asociaciones culturales sin ánimo de lucro para hacer llegar la música a la gente. Si de lo que se tratara fuera que la gente pudiera escuchar los ´hits´ del Clásico sin los habituales encorsetamientos reinantes en las salas profesionales, o sencillamente hacerlo sin tener que pagar un céntimo, el asunto -por consiguiente, desde el punto de vista de la información, la formación y la divulgación de los elementos culturales básicos de la música clásica- sería muy explicable. Pero no, no es eso, porque la oferta es mucho más refinada, estudiada, interesante, puntual y, desde una perspectiva puramente intelectual, única. En la sala del auditorio de su sede en Madrid suceden cosas realmente sorprendentes, y lo más llamativo es que, ante tan ´poco popular´  oferta, el ciudadano medio que asiste a sus conciertos no es  el mismo que paga su entrada en el Auditorio, el Monumental, etc., es decir lo que conocemos como aficionado a la música clásica; el que busca y repite la escucha de las quintas de Beethoven, cuartas de Brahms, réquiems de Mozart o Carminasburanas de turno. El mérito de las programaciones musicales de la Juan March es, así, doble, porque no solo divulga, sino que divulga lo que hay que divulgar, no precisamente la quinta de Beethoven, y  esa divulgación acaba recayendo en quienes lo necesitan, es decir los que ignoran una buena parte de los secretos más ocultos de la música clásica.

     Esta, una de las muchas reflexiones que se puede hacer al respecto, viene a cuento de un ciclo que ha empezado esta semana allí y que me ha dejado realmente atónito. Se titula ´Las pasiones del alma´, y consiste en seis conciertos con nombre: ´Admiración´ (el de esta semana), ´Amor´, ´Tristeza´, ´Deseo´, ´Alegría´ y ´Furia´. El nombre genérico responde al del tratado que René Descartes  publicó en 1649 refiriéndose a esas seis pasiones, base del desarrollo de cualesquiera otras del ser humano. Y los conciertos propuestos no hacen sino buscar una respuesta musical  a cada una de ellas, en realidad una forma de encontrar un porqué a la expresión musical fuera de su realidad abstracta. Los barrocos se volvieron locos buscando este tipo de respuestas, antes de que los románticos  las convirtieran en nuevas preguntas y que la nueva música de nuestro tiempo  destruyera las unas y las otras. Y claro, uno puede ir a un concierto sin pensar en todas esas cosas, pero, aquí y ahora, lo que toca es fijarse en ellas para  poner de manifiesto la buena e interesante inventiva de los programadores de la Juan March a la hora de idear sus propuestas. Para una gran parte de sus consumidores habituales, sin duda algo estupendo; pero para escuchadores  de más recorrido y ganas de contemplar cosas nuevas, mucho más.

      Para el primer concierto, presentado por el crítico Luis Gago, se ha escogido dos autores: Corelli y Biber. Y concretamente obras de dos de sus más celebradas colecciones para violín, la Op. 5 del primero y las conocidas como Sonatas del Rosario, de Heinrich Ignaz Biber. De la primera, las sonatas núms. 1 y 5, esta última conocida como La Folia; de la segunda, dos sonatas: ´La venida del Espíritu Santo en Pentecostés´ y  ´La coronación de la Virgen como reina de Cielos y Tierra´ (Más la Sonata en Fa mayor C.140, que no pertenece a la serie). Se adivina, pues, el origen compositivo de todas ellas en su fondo: música para el juego intelectual, en el caso de la de Arcangelo Corelli, música para la iglesia la de Biber. Pero si están aquí juntas es por otra razón, y no otra que justificar esa pasión llamada ´admiración´, que  el ser humano siente al situarse en frente de un hecho, cosa o persona  inexplicablemente bello o distinto. O tan difícil en su encarnación que solo esta es posible si se cuenta con elementos a su vez lo suficientemente extraordinarios. Ese es aquí  el principio, algo tan engañoso como el virtuosismo musical, una propiedad de ciertas músicas que entrañan una casi imposible dificultad para ser convertidas en sonido a partir de su escritura en los pentagramas. Tanto las sonatas de Corelli como las de Biber son muy difíciles de tocar; y más de interpretar, si se quiere rizar el rizo. Pues bien; por eso están aquí.

      El reto, el auténtico reto, va a ser que los solistas que se han comprometido a hacerlo salgan indemnes de tamaña misión. Son el violinista Daniel Sepec, que viene avalado por el hecho de haber interpretado la serie completa de las Sonatas del Rosario en la Konzerthouse de Viena, acompañado en el continuo por la violagambista Hille Perl, la tiorba de Lee Santana y el clave de Michael Behringer.  (Fundación Juan March. Viernes 30 y sábado 31 de octubre, 19.00. Entrada libre). Pedro González Mira

 

 

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