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Por Publicado el: 09/02/2005Categorías: Crítica

El Concertgebouw

Ciclo de Ibermúsica
Entre lo más grande
Obras de Mahler, Stravinsky y Tschaikovski. Orquesta del Concertgebouw. Mariss Jansons, director. Auditorio Nacional. Madrid, 7 y 8 de febrero.
Se notaba el ambiente de las grandes ocasiones, para bien y para mal, y no sólo en el lleno total. Los abonados de Ibermúsica no habían querido perderse la nueva visita de la que es una de las mejores agrupaciones del viejo continente, la del Concertgebouw, con su titular la frente. Mariss Jansons se ha convertido en una de las cinco batutas del presente, no sólo por su valor en sí, sino por la importancia de las orquestas a cuyo frente se ha colocado.
El primero de los programas traía una sola obra: la “Sexta” de Mahler, compositor muy ligado al conjunto holandés. De ella llegó a decir Alban Berg que era “la única sexta a pesar de la Pastoral”. De hecho la admiró tanto que no dudó en inspirarse en sus ritmos de marcha para sus “Tres piezas para orquesta”. Era obra muy querida para su autor, que incluyó a su propia esposa Alma –extraordinaria la edición de sus diarios llevada a cabo por Beaumont- en uno de los temas del primer movimiento, y en ella casi llega a su cima la estructura clásica sinfónica haydniana. Implacable en sus frecuentes ritmos de marcha, culmina en un movimiento final cuyo sabor en el oyente ha llevado a bautizar a la obra como la “Trágica”. Consustancial con este sabor es la tonalidad menor escogida por Mahler, la misma además del inicio de la partitura. Sin embargo para muchos su momento mágico se alcanza en el segundo tiempo, el impresionante “Andante moderato”, justo donde Jansons logró la máxima concentración y vuelo musical. En sus manos se alcanzaron casi los noventa minutos de duración. El director de Riga sabe combinar el lirismo con la energía y de ahí la gran versión que se escuchó en el Auditorio Nacional, coronada con fortísimas aclamaciones para esta sinfonía que, para otros y no pocos, peca de retórica y excesiva duración.
Se cumplieron las previsiones de la crítica más avezada, aquella que hace gala al refrán de “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, al ofrecerse en la segunda jornada una excelente versión de la suite de “Petrushka” y una más normalita de la “Patética” de Tchaikovski. Escribía al principio que acudió el público de las grandes ocasiones: el que aplaude tras el tercer tiempo de esta última obra; el que divide el ruido entre la tos y el envoltorio del caramelo; el que, en fin, tiene que demostrar su entusiasmo estallando en ovaciones y bravos antes de la última nota de las partituras. ¿Es que no hay forma de que este público aprenda a estar en un concierto? Gonzalo ALONSO

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