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Un “Israel en Egipto” excepcional
Abbado triunfa sin convencer
Por Publicado el: 26/08/2009Categorías: Crítica

EL DIVINO Y EL ANTIDIVO

EL DIVINO Y EL ANTIDIVO

Festival Internacional de Santander
PROKOFIEV: Obertura sobre temas hebreos, BARTÓK: Concierto para violín y orquesta nº 2, DVORAK: Sinfonía nº 7en Re menor. Leonidas Kavakos (violín). Orquesta del Festival de Budapest. Director: Ivan Fischer. Palacio de Festivales de Cantabria, 25 de agosto de 2009.
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La inefable clasificación de la prestigiosa revista inglesa “Gramophone” acerca de las 20 mejores orquestas del mundo, publicada el pasado noviembre, ubicaba en novena posición, o sea, entre las diez mejores formaciones del planeta, a la Orquesta del Festival de Budapest, fundada en 1983 por su titular, Ivan Fischer, y el pianista de primera fila, devenido en director de segunda, Zoltan Kocsis. Es obvio que el puesto le viene grande a la por, otra parte, excelente formación húngara, que en el citado ‘ranking’ aventajaba a conjuntos como la Sinfónica de Boston, la Staatskapelle Dresden, la Filarmónica de Nueva York o la Gewandhaus de Leipzig: la de Budapest es un flexible instrumento, rotundamente sólido en todas sus familias, capitaneadas por una cuerda de entonación prístina. Su fundador, Ivan Fischer, es el prototipo del antidivo, que –al modo de un grandísimo maestro del ayer, el Checo Vaclav Neumann- está departiendo con sus músicos hasta un minuto antes de salir a escena, en vez de aislarse en el camerino en busca de la trascendencia; parco en sus maneras, casi sin carisma, metódicos sus gestos, su eficacia musical es, sin embargo, absoluta, y su control de todo lo que acontece en el plano sonoro es incuestionable. Fischer es, en este aspecto, la naturalidad musical plena: sus interpretaciones irradian frescura y transparencia, como se pudo comprobar en la “Séptima Sinfonía” de Devorak que cerraba su concierto y su extensa gira europea.
Junto a Fischer y sus instrumentistas actuó el violinista griego Leonidas Kavakos, músico bien conocido en nuestras latitudes, cuya última gran actuación sinfónica en España se produjo con la Orquesta de Filadelfia –excluida, por cierto, de la lista de “Gramophone” (!)- en el “Concierto” de Sibelius, su obra-fetiche. Kavakos transitó esta vez por el nada fácil “Conciertro nº 2” de Bela Bartók, en traducción perfecta, inatacable en la plural afinación y suntuaria en el fraseo, por no hablar de la casi milagrosa precisión, en la frontera de lo extrahumano. Más serio, externamente, y conspicuo que Fischer, Kavakos no regaló propina alguna, e hizo muy bien, porque tras la densidad de Bartók caben pocas alharacas. Y también hizo bien Fischer, a la contra, ofreciendo fuera de programa la “Polea campesina” de Johann Strauss, que tocó (y cantó) con óptimo humor toda la orquesta.

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