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Lección de músicos
La eterna canción
Por Publicado el: 14/08/2004Categorías: Crítica

El retorno del Jedi Abbado

Festival de Lucerna
El retorno del Jedi Abbado
Obras de Strauss y Wagner. R.Fleming, V.Urmana, J.Treleaven, M.Fujimura, R.Pape, P.Brechbühler, R.Lukas. Orquesta del Festival de Lucerna. C.Abbado, director. Lucerna, 13 de agosto.
Cuando Bayreuth se hunde en luchas familiares por la sucesión y peleas entre Wolfgang Wagner y sus registas y mientras Salzburgo zozobra buscando su nuevo director, Lucerna se consolida como el primer festival sinfónico de Europa en sus cinco semanas de duración. A ello no es ajeno el apoyo y la presencia de Claudio Abbado. El milanés se ha convertido en el mito directorial del presente, una vez desaparecido Kleiber. Su concierto inaugural aquí comentado ha sido la cita cumbre del verano y es que su nombre concita a tan grandes solistas como Kolja Blacher, Natalia Gutman, Franz Bartolomey o Stefan Dohr a integrarse en una superorquesta que sólo toca en el Festival de Lucerna por el placer de hacerlo junto a él. No sólo eso, con el maestro no se escatima. ¿Dónde se puede escuchar un programa con los “Cuatro últimos lieder” de Strauss y la primera soprano del mundo seguido del segundo acto de “Tristán e Isolda” con reparto de campanillas? Así pueden disculparse fallos organizativos en las relaciones públicas, un provinciano discurso inaugural e incluso que los veinte minutos de Strauss se transformasen en noventa, descanso incluido.
Renée Fleming posee el tipo de voz para los “Cuatro últimos lieder”, por más que el volumen venga ajustado. El instrumento es homogéneo, bello, jamás tira ni empuja, siempre está en su sitio… Pero es tan fría como un témpano de hielo. De ahí que convenza pero no entusiasme. Se podrá comprobar en su visita a Madrid y Barcelona de octubre. Abbado la acompañó con mimo pero tras los solos de trompa y, sobre todo, de violín, uno pesaba que por qué seguín tocando y se callaba ella. Así de asombrosa es la orquesta. Sus graves en momentos de “Tristán e Isolda” hacían vibrar el suelo. Fue aquí donde se marcó un hito. Un juego de luces parco pero exacto, al igual que el brevísimo movimiento escénico, ayudaron a ofrecer algo más que un concierto y a meditar el por qué de tantas puestas en escena tan absurdas y poco adecuadas a la música como caras. Abbado dirigió con parsimonia, recreándose, pero con fuerza. Violeta Urmana es la gran sucesora en el papel de Waltrud Meier. Entusiasmaron justamente René Papé y Mihoko Fujimura, y algo menos el tenor John Treleaven, sustituto de Robert Gambill, que logró mantener el tipo a trancas y barrancas. Explosiones de júbilo para el retorno del Jedi Abbado y un concierto para la memoria. Gonzalo Alonso

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