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Gómez Martínez
Por Publicado el: 25/11/2005Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Fachas y fascismo cultural (La Razón 21/11/2005)

Fachas y fascismo cultural

En los últimos meses muchos hemos escuchado más de una vez la expresión «Eres un facha» para calificar a alguien que discrepaba de una determinada puesta escénica supuestamente «avanzada». Y, con frecuencia, el así agredido se ha callado por no discutir. Peligrosa cuestión ésta, que se repite en otras muchas áreas de la vida española y no sólo en la música.
La cultura de las llamadas derechas es una cultura avergonzada. Parece que no crean en ella. De ahí que cuando llegan al poder la entregan a profesionales de la izquierda. Y entonces se sienten orgullosos y «progres», porque han nombrado la valía por encima del carné. La izquierda, en cambio, jamás entregará una responsabilidad a alguien de derechas. Más vale un compañero que la valía. Los ejemplos son muchos, empezando por el mundo del teatro. Albert Boadella acaba de estrenar “En un lugar de Manhattan” por encargo de la Comunidad de Madrid, pero el anterior gobierno de la CAM entregó La Abadía a José Luis Gómez. En ambos casos, méritos por encima de partidos. A la derecha no se le ocurrió poner al frente de una institución cultural tan representativa como el Teatro Real a un militante destacado de su partido. En cambio eso es lo que hizo la izquierda en las dos ocasiones en las que tuvo oportunidad, con las ministras Alborch y Calvo, y sin que las personas nombradas fuesen conocedoras del tema. ¿Qué sentido tiene que el Ayuntamiento de la capital anuncie que va a poner a una calle el nombre de Eduardo Haro Tecglen y no haga lo propio con el de Jaime Campmany, fallecido poco tiempo antes? Ni siquiera vale el origen, puesto que si el segundo nació en Murcia, el primero lo hizo en Pozuelo de Alarcón. Estamos ante un complejo digno de estudio.
Y la derecha a veces parece ciega ante las importantes armas culturales que tiene en sus manos. Incluso puede llegar a renunciar a ellas en un afán exagerado de liberalismo. Un ejemplo, el del teatro del Escorial, próximo a finalizarse su construcción y que ha de ser inaugurado el próximo verano. Se ha construido sin la menor polémica, sin llamar la atención, pero sin duda la llamará cuando el público acceda a sus dos impresionantes salas. Cuantos las han visitado, desde el veterano Sir John Elliot Gardiner hasta el joven Daniel Harding pasando por Ruggero Raimondi o Giancarlo del Monaco, se han maravillado y han mostrado su interés por dirigir en él. Este proyecto, que puede y debe tener repercusión en todo el mundo, ha de ser comandado desde la administración con fe y decisión, mientras que un exceso de liberalismo le sería perjudicial.
Vergüenza, ceguera o extraños e injustificados miedos atenazan la cultura de la derecha española. Y resulta curioso que tales candados sean mayores cuanto mayor es la capacidad intelectual del político. Es como si el político de derechas que ha leído mucho piense en su fuero interno que para ser escritor hay que ser de izquierdas. Y lo mismo puede aplicarse a la arquitectura, la escultura, la pintura o la música.
¿Se acuerdan del «todo vale» de hace años? Pues estamos en las mismas. Todo vale, pero según para quién. Estamos pudiendo comprobar cómo muchos responsables políticos, económicos y culturales piensan que pueden hacer lo que les venga en gana sin que nadie tenga el derecho a realizar crítica alguna. Y, en ocasiones, la derecha tiene miedo a la hora de defender culturalmente lo suyo y tiene miedo a atacar cuanto culturalmente de izquierdas es atacable. Hasta parece tener miedo a defender a cualquiera que denuncie con valentía lo mucho denunciable. Señores, valor y sentido común. Lo culturalmente denunciable se ha de denunciar desde cualquier tribuna. ¿Acaso no se hace así en política? ¿Por qué no entonces en la cultura? ¿Por qué un ministro de izquierda puede discrepar públicamente de un proyecto, como el Estatuto Catalán, apoyado por su propio Presidente y en cambio se teme que un reputado conservador y patrono del Museo del Prado pueda opinar públicamente sobre la bondad o necesidad de una adquisición por la pinacoteca? Realmente incomprensible.
Algunos gestores de izquierdas -se podrían dar ejemplos- pueden atacar, pero no les gusta ser atacados. Y ellos no están para atacar a la crítica sino para ser analizados con lupa por la crítica. Pero no admiten discrepancias. Y llegan a la falsificación si es lo más conveniente para tratar de silenciar voces discrepantes. Todo tremendamente lamentable y burdo. Tanto que a quien más daño hacen es así mismos. Estamos regresando a los tiempos de la censura y la omertá. No sólo en las opiniones públicas, sino también en el interior de las instituciones. En muchas de ellas, los empleados tienen miedo a revelar lo que sucede y, cuando algo salta al exterior, inmediatamente se busca y trata de reprimir tanto a fuente como a paloma mensajera.
Hoy todo el que lleva la contraria a determinados señores es «facha». Y esa, no sólo es la postura más facha que pueda existir, sino que es simple y llanamente fascismo cultural. La Italia de Berlusconi no es ningún ejemplo digno de envidia pero, en la primera de la RAI y a la hora de mayor audiencia, se le conceden cuatro programas de tres horas de duración a un Adriano Celentano que, bajo el título de “Rockpolitik”, se atreve a mofarse cuanto desea de Berlusconi y los políticos de derechas. En un lenguaje tan coloquial como primitivo, pero muy pegado al de la calle, lleva la sátira hasta sus mayores extremos. Su cuota de pantalla ha llegado al cincuenta por ciento. Ni “Crónicas marcianas” lo consiguió aquí. El famoso y casi eterno programa “Porta a Porta” posterior se dedica a comentar las ocurrencias del divo italiano de la canción, por cierto, tan de izquierdas como creyente. Eso se permite en la televisión pública con un gobierno de derechas. ¿Qué sucedió cuando, con uno de izquierdas como el de Dalema, se le ocurrió a Giorgio Forattini hacer algo parecido? Que tuvo hasta una querella del propio Dalema, por cierto fallida y ridiculizada a posteriori. Mientras a la derecha le da miedo la cultura de derechas, la izquierda intenta legislar, no ya la cultura, sino hasta la sátira. ¿Se imaginan a Pedro Ruiz masacrando a Zapatero en TVE-1 durante dos horas? Y la pregunta es inevitable ¿a qué se debe este afán totalitario y sectario?
La enseñanza y la educación se han deteriorado hasta niveles paupérrimos. Ladeada la religión, ¿cuándo y dónde se enseñan hoy valores como el no engañar? No es extraño que quienes no enseñen a sus hijos la virtud de la verdad, se dediquen a la falsedad. Y la moda es hacerlo sonriendo y con cara de no haber roto nunca un plato, cuando los basureros están llenos de vajillas rotas. Esta es la diferencia con los antiguos tiempos, porque todo resulta cada vez más parecido en el resto. Hasta en la elaboración de una Ley de la Educación que, como años ha, también parece perseguir mantener ignorante e inculto al pueblo. Es la mejor forma de evitar la discrepancia. A la derecha le avergüenza su cultura, mientras que para la izquierda no existe otra que la suya.

Gonzalo ALONSO

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