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Por Publicado el: 07/07/2007Categorías: Crítica

Fleming, protagonista absoluta en Thais

“Thais” en el Liceo
Fleming, protagonista absoluta
“Thais” de Massenet. R.Fleming, F.Ferrari, J.Bros, S.Palatchi, L.Cansino, O.Saitua, M.Rodrígez-Cusí, F.Beaumont, S.Pastrana. Orquesta y Coro del gran teatro del Liceo. A.Davis, director. Teatro del Liceo. Barcelona, 5 de julio.
El Liceo, en un “tour de force”, ha programado “Thais” de Massenet en versión de concierto, mientras ofrecía escenificada la “Manon” con Desay, Villazón y Ramey. Y lo ha intentado con un reparto tan estelar como aquél: Hampson, Fleming y Bros. Lástima que a última hora –aunque yo lo anuncié en mi crítica de “Manon” hace diez días- se haya caído del cartel Thomas Hampson, porque estamos ante una obra en la que el barítono es casi tan importante como la soprano, mientras que el tenor tiene una partitura corta, difícil y nada agradecida. Sustituir a una figura como Hampson plantea siempre grandes problemas y más para una ópera que no se encuentra en el repertorio, que no se ofrecía en el Liceo desde hace treinta años. De ahí que carezcan de sentido la docena de “buhes” que se dedicaron a Frank Ferrari desde las alturas. Cierto es que el público, que por cierto no llenaba la sala, esperaba lo que esperaba, pero hay milagros imposibles por más que los puedan solicitar los cenobitas del desierto de Tebaida. Como tampoco poseen sentido los dos “buhes” que recibió Josep Bros, espléndido en todo momento salvo en una rotura de nota apenas perceptible. Son accidentes a los que no se debe dar mayor importancia. Ferrari se esforzó, dispone de un registro grave y un centro bastante aceptables, mientras que el agudo se queda muy escaso para la parte que, de otro lado, expone con cierta monotonía. Se puede aplaudir sin entusiasmo, pero no abuchear.
El Liceo logró un reparto de espléndido nivel en todos los demás personajes, algunos de relativo peso y otros meramente comprimarios, pero la velada perteneció a dos nombres: Andrew Davis y Reneé Fleming. El primero, que debutaba en el teatro, ofreció una lectura llena de fuerza, ya conocida a través de la estupenda grabación con la que iba a ser pareja protagonista. Obtuvo un sonido de la orquesta y los coros de los que no es frecuente escuchar en el Liceo ni en los demás coliseos españoles. El inglés es sin duda figura a fichar. Pocos teatros pueden presumir de presentar a Fleming cantando una ópera, aunque sea en versión de concierto, pues actúa poquísimo en Europa. Hay, aunque ha habido aún más, mucho marketing en torno a la americana, pero los hechos justifican plenamente la fama. Es una señora soprano, con una voz amplia y preciosa, homogénea en unos registros sin debilidades, musical, de amplio fiato, con buen técnica, capaz de matizar, de apianar, filar o emplear los “fortes” sin estridencia alguna. Domina totalmente el personaje, hasta el punto de no precisar partitura. Toda una lección, justamente recompensada con una entrega total del público.
Algo hay que apuntar de esta ópera desconocida para el gran público. Conteniendo momentos magníficos, que no se limitan a la célebre “Meditación”, pesa mucho su excesiva duración, por más que Davis tuviera el acierto de no querer convertirse en protagonista tocando el largo ballet. Lleva la firma del Massenet de “Esclarmonde” y “Herodiade”, más que el de “Werther” o “Manon”, pero bien merecería ser más interpretada, sobre todo si se hace con el lujo con el que el Liceo la había programado. Gonzalo Alonso

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