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El drama de la identidad traicionada
Por Publicado el: 29/05/2008Categorías: Crítica

Flórez es Orfeo

Flórez es Orfeo
Vegasicilia en Murano
«Orfeo y Eurídice» de Gluck. J.D.Flórez, A.Garmendia, A.Marianelli. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Madrid, 28 de mayo.
Juan Diego Flórez había cantado ya en varias ocasiones las dos arias principales del «Orfeo» de Gluck en la versión parisina de 1774 cuando el Teatro Real le propuso abordar en concierto la ópera entera. Frente a la versión original, la de Viena de 1762, la francesa concede el protagonismo a la voz de tenor en vez de a la de castrato. Más de doscientos años después sabemos que la historia prácticamente ha olvidado esta opción, prefiriendo la mezcla que promoviera Berlioz con la asignación a una contralto -la gran Pauline Viardot- y que, desde entonces, quizá sus más acreditadas defensoras han sido Ferrier y Baker. Hay lógica en ello, pues la partitura con contralto posibilita muchos más contrastes en la extensión y colorido vocal, mientras que para el tenor el papel resulta excesivamente tirante en el registro agudo y no hay quien lo supere y, a la vez, posea la precisa densidad en el registro grave. Ni siquiera Flórez, quien resulta todo un lujo en el papel. Es como beber un Vegasicilia en un vaso bajo del mejor cristal coloreado de Murano. Porque Flórez, salvo en sus dos magistrales arias, poco puede lucirse.
Sorprendió muy gratamente el Amor de Alessandra Marianelli, una soprano de 22 años de la que oiremos hablar, y Ainhoa Garmendia justificó la decisión de la Fundación Premios Líricos del Campoamor al concederla el premio revelación. Su trabajo -una sustitución con diez días para prepararse- fue más que meritorio una vez superados los nervios en la frase inicial.
También muy aseadas resultaron las prestaciones de la orquesta y López Cobos -excelente en su cuidado lirismo el pasaje de la flauta- aunque este repertorio se ofrezca hoy de forma muy diferente, como bien se pudo apreciar en la «Danza de los espíritus». Ni que decir tiene que el entusiasmo levantó el vuelo tras el célebre «Che faró…», casi al final de la obra. Gonzalo Alonso

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