Temporada del Liceo
La cruz de Otello
«Otello» de Verdi. J.Cura, L.Ataneli, K.Stoyanova, V.Grigolo, V.Esteve, G.Giuseppini, F.Santiago, K.Kemoklidze, etc. W.Decaer, dirección de escena. A.Ros Marbá, dirección musical. Producción del Gran teatro de Ginebra. Teatro del Liceo. Barcelona, 9 de febrero.
El gran título verdiano, el preferido de los que aman la música que no de los músicos -para eso está «Falstaff»- ha vuelto al Liceo con un reparto vocal que hoy día podrá quizá igualarse, pero no superarse. La verdad es que el Liceo sabe hacer esto muy bien. Todo el cast, desde los tres protagonistas hasta el último comprimario, mantiene un nivel encomiable. José Cura puede ser un chuleta, que lo es, y puede emborronar algunos personajes, que los emborrona, pero hoy por hoy no hay quien saque tanto partido al moro veneciano. Mantiene el tipo vocal y escénicamente, sin ya tener que recurrir a enseñar pectorales porque, entre otras cosas, para eso hay un Cassio mucho más atlético y apolíneo. Bien y suficientemente impactante el «Esultate!», alguna nota escamoteada en el dúo de amor para hacerlo más accesible, e irreprochables los dúos con Yago y Desdémona o sus dos grandes escenas en solitario. Da gusto poder escuchar un Otello así, sin que haga sufrir lo más mínimo al espectador cuando ha habido Otellos muy grandes que pasaban sus apuros en segundo y tercer actos. Lado Altaneli posee una de las mejores voces baritonales de los últimos tiempos, pero no entra en el personaje de Yago, se pasea por la escena sin caracterizarlo y termina como si no hubiese realizado ningún esfuerzo. Krassimira Stoyanova domina la parte de Desdémona, entre otras cosas porque ha tomado nota de cómo la cantaba Mirilla Freni, lo que resulta evidente en muchas frases. La voz es bonita y suficiente, aunque los graves de «una parola orrenda» u otras frases de igual peso queden escasos; resulta musical, apiana, fila y exhibe medias voces. No es cuestión de pedir más. El Cassio de Vittorio Grigolo funciona escénica y vocalmente y lo mismo Emilia, Roderigo, Montano o Ludovico.
Dicho lo cual, también hay que decir que no deben ni pueden perderse las referencias. Allá por los setenta cantaron esta obra en el Teatro de la Zarzuela madrileño Domingo, Ricciarelli y Cappuccilli. Era otro mundo. Una Ricciarelli, a quien tanto criticábamos entonces, daría unas cuantas vueltas a
Stoyanova y para qué hablar de Freni, Caballé o Margaret Price. Introduzco el tema referencial porque afecta también a las direcciones musicales y escénicas.
Aunque Ros Marbá fuese muy aplaudido, «Otello» dista de ser obra para él, aunque los resultados mejorasen ampliamente las expectativas. Acompañó con lirismo y recogimiento la «canción del sauce», pero falta una visión global madura y coherente, con una mayor profundización en los juegos de tensiones dramáticas. Algo análogo cabe apuntar de Willy Decker. Los dos paredones laterales que tienden a cerrarse al fondo del escenario no dejan espacio para el coro. De ahí que unas pantomimas sustituyan al «fuego de alegría» y que falle la gran escena del final del tercer acto. Funciona bien el resto, con algunos momentos de raza teatral: las sombras en el dúo de Otello con Yago o el «Credo» de éste con una gran cruz. Como funciona ésta cuando el moro está a punto de herir con ella a su alférez, importunado por las dudas sobre la fidelidad de Desdémona. Lo malo es el uso y abuso posterior de una idea acertada. Otello ya lleva su cruz para que le abrumen continuamente con otra. Otro punto discutible es la introducción de un gran espejo en el tercer acto en el que se refleja el foso orquestal.
Sin ser un “Otello” de referencia, hay en él bastante que disfrutar. Gonzalo Alonso