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Por Publicado el: 06/07/2018Categorías: En vivo

Crítica: la «Novena», la difícil espiritualidad

LA DIFICIL ESPIRITUALIDAD

Stravinski: “Sinfonía de los salmos”. Beeethoven: “Sinfonía nº 9”. Solistas: Elenaor Dennis, Jennifer Johnston, Paul Groves, Wilhelm Schwinghammer. Coro y Orquesta Nacionales. Director: David Afkham. Auditorio Nacional, 30 de junio de 2018.

Arturo Reverter

Fin de temporada con dos famosas sinfonías corales, ambas de estructura tan original; y tan distinta. Dos caras de la esperanza, como define agudamente Luis Suñén en sus notas al programa, que tuvieron una interpretación muy digna.Excelentes diálogos de las maderas al inicio de la obra de Stravinski, con planos diáfanos y buena entonación de las voces. Los ritmos punteados de la última parte estuvieron bien servidos. Dulce, admirablemente regulado, el “Aleluya” de apertura  del “Laudate Dominum”. Los versos siguientes encontraron la expresión justa y la música manó de manera ondulante, recogiendo así de manera natural los ecos ortodoxos. El súbito cambio de tempo y de medida fueron bien resueltos y los ataques potenciados por el seco gesto del director, exacto en todo momento, aunque a falta de vuelo lírico en las partes más efusivas.

No fue tan feliz la actuación del Coro en la “Novena” beethoveniana, que en los pasajes más agudos, altisonantes y peligrosos y en los fortísimos finales no mantuvo la redondez de los primeros instantes y perdió el empaste, la templanza, muy exigido por el ímpetu de la mano rectora, aunque los tenores mantuvieran el tipo valientemente. Lástima que a lo largo del movimiento, a través de sus numerosas alternativas, la altura instrumental no fuera siempre la misma y que la precipitación de los últimos compases no beneficiara precisamente la transparencia de líneas y contrapuntos.

No ayudaron especialmente en ese último tiempo las intervenciones de los cuatro solistas vocales. La soprano Dennis, de timbre fresco y sonoro, no pudo acceder a su comprometido si agudo de su postrer intervención con naturalidad. La mezzo Johnston pareció, en el mal acoplamiento del cuarteto, de instrumento interesante. El tenor Groves cantó su solo de manera forzada, un tanto ahogado, sin esmalte. Y el bajo, más bien barítono, Schwinghammer, se mostró calante, destimbrado y desafinado.

Previamente, Afkham y una Nacional bien asentada nos habían ofrecido un primer movimiento iniciado estupendamente, con pausa y sabor, aunque algo confuso de líneas. La construcción fue muy lógica y la distribución de volúmenes proporcionada. Lo mejor quizá fuera el “Molto vivace”, donde el director acertó a marcar, a establecer una acentuación y un “tempo” fustigante. Bien moldeadas dinámicas, puntuales maderas y auténtica furia en la última repetición. El timbal de Guillén fue demoledor. En el “Adagio” aparentemente todo estuvo en su sitio: las dinámicas, el fraseo, la ondulación… y el maravilloso tema “cantabile” fue expuesto con muy buena letra. Pero el encanto y el lirismo se diluyeron no poco en virtud de la excesiva velocidad impuesta al discurso. No llegamos a la buscada espiritualidad a pesar de la buena letra general, con un trompa (segundo en el escalafón) que mantuvo magníficamente el tipo en sus solos. 

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