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Por Publicado el: 30/09/2012Categorías: Crítica

LA TRAVIATA (G.VERDI). Palacio Euskalduna de Bilbao

LA TRAVIATA (G.VERDI). Palacio Euskalduna de Bilbao.29 Septiembre 2012.

Inaugura ABAO su  61ª temporada de ópera con esta obra maestra de Giuseppe Verdi, que siempre es recibida con gusto por los aficionados. Hemos asistido a una representación digna y no especialmente brillante de La Traviata, que volvía a la programación de ABAO tras un paréntesis de 7 años.

Como los tiempos que corren no están para dispendios innecesarios, nada más normal que el hecho de que  la organización haya echado mano de la misma producción que la última vez, es decir la de Pierluigi Pizzi, que es una colaboración del Teatro Real y ABAO, habiendo sido estrenada hace ahora 9 años en Madrid. Entonces la crisis no existía, lo que no impidió que el estreno se tuviera que hacer en versión de concierto, al ponerse en huelga el personal del Teatro Real.

La producción de Pierluigi Pizzi, responde a las características de los trabajos escénicos de este veterano regista, que es también el autor de escenografía y vestuario. Es decir, decorados atractivos, vestuario elegante y escasa dirección escénica, especialmente en lo que a las masas se refiere. Quizá el mayor problema de esta producción – y no es achacable a sus responsables – es el hecho de exigir nada menos que tres intermedios, lo que hoy en día resulta difícilmente aceptable. A los bilbaínos se nos ha vendido siempre que el Euskalduna está técnicamente  a la altura de los grandes teatros de ópera del mundo, lo que está muy lejos de ser verdad. Baste decir que hay que hacer una parada de 20 minutos para el cambio de escenas en el segundo acto. Recuerdo haber leído hace años en una revista que el director del Palacio Euskalduna decía que en este espacio escénico se podía hacer todo, hasta lo inimaginable. Efectivamente, inimaginable es tener que hacer tres intermedios en una ópera como La Traviata, cuya duración musical es de aproximadamente 2 horas.

La dirección escénica de esta reposición la ha llevado adelante Massimo Gasparon, colaborador habitual de Pizzi, como ya ocurriera en el estreno de esta producción en Bilbao en el año 2005. La acción se traslada  a los años cuarenta, durante la ocupación de París por las tropas nazis. El acto I se desarrolla en un escenario dividido en dos partes: el salón y la habitación de Violeta. Decorados muy bellos en tonos claros, con el coro y figurantes en vestidos de “soirée” blancos y negros, desarrollándose el dúo entre los protagonistas en la habitación. El segundo acto es una casa más simple con mobiliario moderno y unas ventanas, que dejan adivinar un jardín, y con presencia de una escalera que lleva a la zona de habitaciones. Vestuario muy bien logrado, adecuado a la época, con gran cuidado en calzado y pelucas. La escena en la casa de Flora es de gran impacto visual, un gran salón en tonos dorados y negros, vestidos de gala y unas puertas al fondo, que se abren para dejar ver un comedor con profusión de velas en la mesa. El último acto tiene como único elemento una cama y dos mesillas, transmitiendo perfectamente la soledad de Violeta, apareciendo en la derecha del escenario un balcón en el que Violeta y Alfredo cantan el dúo “Parigi, o cara”. Me pareció muy lograda la iluminación de José Luis Canales en éste último acto.

En la pura dirección escénica la producción hace agua, como lo ha hecho siempre. Los solistas hacen su interpretación personal y apenas  hay movimiento de masas en escena, más allá de algunos toques eróticos en el primer acto. El movimiento escénico de los coros de gitanas y toreros resultó muy pobre. El  coro parecía cantar en versión de concierto con trajes. Creo que hoy en día se debe exigir algo más a un director de escena.

Volvía al podio del Euskalduna la canadiense Keri-Lynn Wilson, cuya actuación me ha parecido correcta y hasta buena, aunque corta de brillantez y emoción. Lo mejor de su lectura fueron los dos preludios musicales, muy bien interpretados. En el resto de la ópera se limitó a acompañar a los cantantes, no consiguiendo dominar completamente los concertantes, en los que tuvo más de un problema con el coro.  La Bilbao Orkestra Sinfónikoa tuvo una buena actuación, mejor que en otras ocasiones. En cuanto al Coro de Ópera de Bilbao, tengo que decir que por primera vez las féminas han quedado claramente por debajo de los hombres y no por méritos de estos últimos. Particularmente deficiente fue su interpretación del coro de zingarelle. No creo que su director, Boris Dujin, tenga muchas dificultades para saber dónde está el problema, aunque quizá no pueda resolverlo por su cuenta.

Aunque no soy consciente de que  lo hubiera anunciado ABAO, todos los aficionados saben que la Violeta prevista para estas representaciones era Diana Damrau, quien, lamentablemente, canceló su compromiso al estar en avanzado estado de gestación. En su lugar tuvimos a la albanesa Ermonela Jaho, que es la sustituta de las grandes divas, cuando éstas cancelan su presencia como Violeta. No fue excepcional su Violeta, pero resultó una intérprete solvente y adecuada. Su voz no es particularmente bella en el centro, pero tiene un color oscuro que va bien para la segunda parte de la ópera, que requiere una soprano con peso vocal. Conoce la partitura perfectamente y expresa bien.  Tiene una clara tendencia a entubar sonidos, siendo sus  notas graves  bastante débiles y el agudo resulta poco atractivo. Su actuación escénica me resultó convincente en el segundo acto, en el que estuvo bastante comedida en su enfrentamiento con papá Germont, mientras que me pareció muy exagerada tanto en el primero como en el último acto. Sus exageraciones escénicas  impidieron que me emocionara.

José Bros fue quien estrenó esta producción como Alfredo hace 9 años y volvía a Bilbao una vez más. Su interpretación fue lo que puede esperarse de él en estos momentos, es decir un excelente fraseo y una dicción impecable, si he de referirme a sus virtudes. Sus acentos nasales resultan aquí más molestos que en el Werther de hace unos días y escénicamente no resulta muy creíble. Fue sorprendente que se escapara del  sobreagudo de la cabaletta, que se dio sin repetición. Evidentemente, la partitura lo considera opcional, pero la sorpresa viene del hecho de que en el ensayo general no tuvo problemas al ir al sobreagudo. Sin que esto suponga un demérito para este notable cantante, hubiera preferido un Alfredo joven y prometedor.

El barítono polaco Artur Rucinski fue Germont y se está consolidando como un cantante muy prometedor. En los últimos años hemos tenido ocasión de verle en el Liceu de Barcelona y en el Palau de les Arts de Valencia y la positiva impresión que dejó entonces, se ha visto confirmada en esta ocasión. Estamos ante un barítono lírico, con una voz de calidad en el centro,  y muy bien emitida, aunque  la parte de arriba no funciona con la misma brillantez. Tiene gusto cantando y sabe frasear, lo que es definitivo en el personaje de Germont. Le falta ser más expresivo en escena, y ganar más elegancia en su fraseo. Si siguiera el ejemplo de Renato Bruson y  Paolo Coni, podría ser un Germont magnífico.   

En los personajes secundarios hubo más sombras que luces. Itxaro Mentxaka no está ya en su mejor momento vocal y su Flora Bervoix nos hizo recordar con añoranza otras anteriores de ella. Ainhoa Zubillaga fue una Annina muy deficiente en el segundo acto, con una voz sin  calidad, aunque pasara más desapercibida en el último acto. Miguel Ángel Zapater sigue siendo en Doctor Grenvil una sombra de su pasado. Eduardo Ituarte resultó casi inaudible en Gastone, con la voz totalmente atrás. César San Martín estuvo bien como Barón Douphol, cumpliendo Damián del Castillo como Marqués d’Obigny.

El Euskalduna ofrecía una ocupación entre el 90 y el 95 % del aforo. El público aplaudió sin mucho entusiasmo a escena abierta, especialmente la interpretación de Di Proveza y Addio dal Passato. En los saludos finales los mayores aplausos fueron para Ermonela Jaho y Artur Rucinski. La representación comenzó con 5 minutos de retraso y lo hizo con la interpretación del Agur Jaunak  en honor de las autoridades, entre las que brillaba por su ausencia el Lehendakari. La duración total del espectáculo fue de 3 horas y 13 minutos, incluyendo 3 intermedios de 69 minutos en total. La duración puramente musical fue de 2 horas y 2 minutos. Los aplausos finales fueron más cálidos que entusiastas y se prolongaron durante 5 minutos escasos. El precio de la localidad más cara era de 185 euros, oscilando en los pisos superiores entre 156 y 102 euros. La entrada más barata costaba 77 euros. La ópera al alcance de todos. ¿Será una broma? José M. Irurzun

Fotografías  Cortesía de ABAO. Fotógrafo: E. Moreno Esquibel

 

 

 

 

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