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La gran fiesta de la música clásica
LÓVA, un camino abierto que hay que recorrer
Por Publicado el: 16/06/2017Categorías: Recomendación

Leonskaja y Borodin, la vigencia del pasado

La vigencia del pasado

Siempre emociona poder comprobar cómo el paso del tiempo resulta una medida relativa. Para algunas observaciones, particularmente, y sin ir más lejos, para la que tiene que ver con la idea de que el arte musical es el menos granítico y conceptualmente único de cuantas creaciones protagoniza el ser humano; su capacidad para cambiar continuamente recorre su más profundo ADN.  Esto nos produce el mayor placer a los observantes; a los que, por ejemplo, llevamos 40 años escuchando a nuestros ídolos musicales más queridos, aunque estos estén sometidos a los cambios que impone el paso del tiempo. Un paradigma de ello: el Cuarteto Borodin.

Mis primeras experiencias al respecto no fueron ni el Cuarteto Beethoven tocando Shostakovich, ni otro cualquiera interpretando, por ejemplo, a Tchaikovsky. Fueron aquellos míticos Borodin de los años 80 del siglo pasado quienes me indicaron determinados caminos a recorrer. Ellos ya llevaban 30 años interpretando música, aunque por las misma razones espurias que golpean la historia del arte con vergonzantes manchas políticas, no teníamos aquí un acceso completo a su creatividad. La evolución del grupo luego, desapariciones y jubilaciones incluidas, es notoriamente conocida. Lo sustantivo es que aquí están de nuevo. Y para hacer música a lo grande, una vez más.

El ejemplo de Leonskaja, compañera de viaje camerístico del grupo en esta ocasión, es otro. A pocos meses de cumplir 72 años, sigue en activo como una fuerza de la Naturaleza, trabajando denodadamente sobre unos principios que presumo muy periclitados –desdichadamente- en el mundo pianístico de hoy, tan dominado por la exhibición técnica (que no técnica, que esto es otra caso; una exhibición de fuegos de artificio, más bien). Uno la oye tocar y parece estar ante una figura transfigurada un poco mezcla del rigor intelectual de un Emil Gilels y la fantasía interpretativa, mágica y personal, de un Gilels. Y como a uno lo que le gusta es eso, ese tipo de pianismo, uno siempre la espera con ansias y uno siempre sigue procurando entusiasmar a los demás para tratar de compartir esa felicidad, al fin y al cabo una de las más sabrosas felicidades a las que se pueda aspirar.

Juntos, los Borodin y la Leonskaja, dan la puntilla a un  ciclo, Contrapunto de Verano, que desde que existe no hace sino sacar matrícula de honor cada final de curso. La primera tanda la protagonizó el Cuarteto Simón Bolívar, que ya dejó cerrado el ciclo de la Op.59 beethoveniana pero que abrió ese otro portento que son las seis piezas de la Op.33 de Haydn. Ahora llega el tándem Leonskaja-Borodin que completa esa Op.33, y añade en sus tres conciertos quintetos con piano de Médtner, Schnittke y Shostakovich. Hay toda una declaración de principios en esta programación: son músicos que provienen de un área geográfica muy concreta, y la sangre que corre por sus venas pide paso. Pero en sana convivencia con Occidente, pues si ya es todo un reto enfrentarse a Haydn, dueño y señor de un género al que le falta mucho por desarrollar pero que en manos del autor de La Creación ya roza el cielo, la Leonskaja asume un compromiso aún mayor: las tres últimas sonatas para piano de Beethoven. Ciertamente es de esperar maravillas de sus dedos tras la última experiencia vivida en este mismo ciclo con la integral schubertiana, una auténtica fiesta interpretativa y pianística, y viceversa.

No hay ninguna duda: no sé si serán los conciertos de cámara del año, pero si no acaba siendo así, se aproximarán bastante. Ni se les ocurra perdérselos. Pedro González Mira.

 

Elisabeth Leonskaja, piano. Cuarteto Borodin. Obras de Haydn, Beethoven, Médtner, Schnittke y Shostakovich. Auditorio Nacional de Música, Sala de cámara. 19, 21 y 27 de junio, 20.00. Entre 10 y 20 €.

 

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