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GLORIFICACIÓN DE LA MUERTE
ESTOS INGLESES…
Por Publicado el: 15/11/2007Categorías: Crítica

«La violación de Lucrecia»

Metáfora del dolor
«La violación de Lucrecia»
De B. Britten. Intérpretes: Monica Groop, Andrew Schroeder, Matthew Rose, Toby Spence, Violet Noorduyn, Ruth Rosique, David Rubiera, Gabriella Sborgi. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Paul Goodwin. Director de escena: Daniele Abbado. Teatro Real, Madrid. 13-XI-07.
Entre el sueño y la realidad, con un distanciamiento brechtiano, transcurre esta suerte de parábola dramática, una singular metáfora del sufrimiento, de la dominación, del poder injusto, rematada con un suicidio y, como contrapartida, con un poco consolador mensaje de signo cristiano. Eran malos tiempos, recién concluida la segunda guerra mundial, y Britten, atemperándose a los escasos medios de que disponía, construía este hábil juego escénico presidido por un fino texto poético de Ronald Duncan.
Equipo vocal solvente
Daniele Abbado ha sabido dar, en esta producción del Teatro Reggio Emilia, con el quid de la obra, ha facilitado sus múltiples lecturas gracias a un montaje en el que el coro que cuenta la historia -reducido a un tenor y a una soprano- se involucra en ella y ayuda a que la reflexión cale más hondo. Un acertado dispositivo con paneles corredizos, una sugerente iluminación, y unas proyecciones, en las que vemos imágenes etruscas sobrepuestas a episodios de campos de exterminio, permiten que nos vayamos embebiendo en una acción siempre subrayada por la refinada, delgada y a la vez intensa música de Britten, de una elocuencia dramática extraordinaria.
A esta soberana puesta en escena correspondió una interpretación musical en la que la atenta batuta de Goodwin supo desentrañar, con instantes extáticos de hermoso lirismo, el delicado entramado rítmico. Contó con unos disciplinados instrumentistas y un equipo vocal solvente. Monica Groop, a quien se la ha oscurecido el timbre, encarnó con fortuna a una Lucrecia algo hierática. A resaltar la solidez y temple del bajo-barítono Rose (Collatinus), la luminosidad de Rosique (Lucia), la expresividad de Rubiera y la buena escuela de Toby Spence, un tenor hijo de una acrisolada tradición cuya grata voz se vio inesperadamente amplificada en el momento en el que se escucha en la orquesta el sonido de la cabalgada de Tarquinius en busca de Lucrecia. Schroeder, en el papel del príncipe etrusco, evidenció un engolamiento exagerado.Arturo REVERTER

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