Crítica: Programa de repertorio con Lahav Shani en Ibermúsica
Programa de repertorio en Ibermúsica
Obras de L. Farrenc, Félix Mendelssohn y Chaikovski. Esther Yoo, violín. Orquesta Filarmónica de Múnich. Director: Lahav Shani. Ciclo Ibermúsica. Auditorio Nacional. Madrid. 03, febrero,2025.

Lahav Shani y Esther Yahoo en Ibermúsica. Foto: Rafa Martin
El primer programa de los dos conciertos de la Filarmónica de Munich con Lahav Shani se abrió con la totalmente desconocida “Obertura 2” de Louise Farrenc (1804-1875), una compositora francesa, también pianista, que también nos dejó otras dos oberturas y tres sinfonías igualmente desconocidas y cuya obra sólo sirvió como pieza telonera, sin aportar más que permitir la entrada en la sala a los rezagados. Aplausos de cortesía.
Debido a la lesión que padece Hilary Hann, nos llegó en su lugar Esther Yahoo, con su Stradivarius “Principe Obolensky” (1704), para tocar el programado “Concierto para violín” de Mendelssohn. No es una solista nueva en Ibermúsica, habiéndose presentado en 2019 y 2023. En su currículo el tercer premio en el Concurso Sibelius de 2010 y el cuarto en el Reina Elizabeth de 2012. Con su sonido claro y expresivo tradujo la esencia lírica y virtuosística del concierto, abordando los pasajes más exigentes con una naturalidad y una pureza de tono que resaltó la elegancia melódica de la partitura. Sobresalió, por expresividad, en el segundo movimiento, donde brilla la belleza melódica con su carácter íntimo y cantábile y mostró en el tercero energía y precisión rítmica. Bien es cierto que su sonido es más bien pequeño y que el director se las apañó para no taparla. Al final, una interpretación correcta, pero discreta y perfectamente olvidable. De propina una canción folklórica de Corea, su país.
Otra cosa resultó la “Quinta” de Chaikovski, en la que Lahav Shani, su joven y talentoso director titular desde 2023, plasmó una interpretación matizada, equilibrando la intensidad dramática y la delicadeza lírica de la obra con un cierto favoritismo hacia lo primero. Extrajo un sonido potente y, a la vez, refinado de la orquesta. Eligió tempos rápidos, que llenaron la interpretación de vitalidad, una vitalidad que se vio acompañada por la Filarmónica de Munich, desplegando un poderío que hubo de ocultar en la primera parte del concierto. Vibró en ese final que es como una especie de compendio de muchos finales. El éxito, sin propina, fue indiscutible, levantando a saludar casi a cada músico.
Uno no pudo evitar recordar la lectura que escuchó hace décadas en Munich a la misma agrupación con Sergiu Celibidache, su entonces director titular. La obra le duró -créanme- nada menos que setenta y cinco minutos. Fue, sí, una exageración, pero aquella versión permanece como inolvidable por su rareza y el descubrimiento de aspectos impensables hasta entonces. Ese es el problema que padecemos con los directores de hoy día. ¿Seremos capaces de recordar sus versiones como hago yo hoy con la de Celibidache? Gonzalo Alonso
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