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Por Publicado el: 08/07/2011Categorías: Diálogos de besugos

Las criticas a San Francisco de Asis

Les vamos trayendo poco a poco las criticas a San Francisco de Asis. La primera es la globalmente acertada de Alvaro del Amo, si bien creemos que el sonido funcionó bastante bien. De la segunda no vale la pena decir nada, puesto que es la esperada del sievo respecto al amo. Los lectores de El País también se dan cuenta y la califican con nota bajísima.
La representación tuvo dignidad, pero es un despropósito gastaras tres millones de euros para un espectáculo que sólo ha logrado vender 1600 entradas y eso se sabía de antemano, como advertimos en esta web. En breve artículo al respecto.

EL MUNDO, 7/07/2011
SAN FRANCISCO DE ASÍS
Libreto y música: Olivier Messiaen/ Director musical: Sylvain Cambreling / Escenografía: Emilia e Ilya Kabakov / Iluminador: Jean Kalman / Reparto: Camilla Tilling, Alejandro Marco-Buhrmester, Michael König / Coros del Teatro Real y de la Generalitat Valenciana. Orquesta Sinfónica de la Radio de Baden-Baden-Friburg / Escenario: Madrid Arena / Fecha: 6 de julio.
Calificación: **
La gran bóveda, entre la vidriera, la cúpula y el rosetón, que cubre el foso de la orquesta, no consigue el efecto de espectacularidad buscado por sus artífices, que pretenden combinar el empaque catedralicio con una iluminación a la postre convencional que no mantiene la atención del público. La brillantez del empeño no hace sino enfatizar, hasta la exacerbación, la solemnidad de una obra musical que no es posible desprender del doble credo del compositor, católico ferviente y apasionado ornitólogo. Pierre Boulez, discípulo de Messiaen, admiraba la originalidad de su maestro, pero confesaba que no le interesaba su insistencia en evocar las voces de los pájaros.
Puede pensarse que una partitura tan rica en imaginación tímbrica y en rigor conceptual resultaría más comunicativa en un montaje menos ampuloso y frío, atento a la simplicidad de lo que se ha dado en llamar el espíritu franciscano, un panteísmo alegre y espontáneo que concibe la santidad como una entrega a la naturaleza toda, tratada con el entusiasmo de la fraternidad.
Aunque el retrato que hace Messiaen de Francisco tiene más de severo teólogo pretridentino que del saltarín juglar de Dios concebido por Roberto Rossellini en su famosa película. Aquí, el barítono suizo Alejandro Marco-Buhrmester, vestido de hábito y un comportamiento actoral monótono, se mueve entre el santo excelso e intratable y un pastor de almas preocupado de verdad por el prójimo y no sólo por su propia perfección narcisista con ribetes de masoquismo. El resto del reparto, discreto, desmerece ante el poderoso ángel de Camilla Tilling, lo mejor de la función.
Aceptemos que las ocho escenas franciscanas del gran músico forman una ópera, tras comprobar que no existe acción dramática, conflicto identificable, ni personajes con algo parecido a una psicología propia; más que a un oratorio, se parece a una peculiar sinfonía cantada y recitada, o a una colección de piezas sacras, desde el Réquiem al Stabat Mater, sin olvidar la Misa Solemne, o la Pasión, una forma que atraía especialmente al fervoroso autor.
Sylvain Cambrelling demuestra su especializada pericia en tan original estilo, dirigiendo nuestros coros, muy idiomáticos y entregados, así como la experta orquesta alemana.
La interpretación musical , sin embargo, resulta seriamente empobrecida por el espacio elegido; no sólo incómodo y desangelado, sino lo que es peor, desprovisto de unas condiciones acústicas aceptables. El sonido de la orquesta no llega empastado, los cantantes suenan débilmente, y la relación entre ambos es problemática.
Es lástima que no se haya utilizado la orquesta titular del Teatro Real; habría valido la pena someterla a una prueba de la que no cabe dudar que hubiera salido airosa; no es acertado dictaminar a priori una incompetencia; la exigencia de responder a nuevos repertorios sirve para enriquecer y estimular a un conjunto que, como es el caso, ha demostrado sobrada capacidad para enfrentarse a cualquier empeño.
La ocurrencia de buscar otros espacios se ha revelado esta vez errónea, lo que debe hacer pensar con mayor rigor en la oportunidad de tales experimentos. Habrá quien piense que tras la escena quinta ya está todo dicho y tanto el sermón de los pájaros como el acto tercero sobran, una opinión heterodoxa frente a una apoteosis de la ortodoxia.
Como conclusión, cabe lamentar que la ambición y valentía del empeño no haya cuajado en una lograda versión del gran clásico.
Al final de la representación, un tercio de los espectadores había abandonado el recinto. El público restante recibio la función con interés, aplaudiendo a todos generosamente. Alvaro del Amo

EL PAÍS
08/07/2011
La embriagadora estética de la ética
El tiempo se detiene, la música explota. 25 años después de una versión en concierto en el antiguo teatro Real con Kent Nagano dentro de los Festivales de Otoño de entonces, el nuevo Real presenta por primera vez en España una lectura escénica de la única ópera de Olivier Messiaen, compuesta durante 8 años y estrenada en París en 1983. Con estas representaciones el Real da un salto gigantesco en su dimensión artística, ampliando su repertorio con un título fundamental. Gerard Mortier se ha salido con la suya al final de su primera temporada en Madrid, presentando su ópera-fetiche en el espacio deportivo-rockero de Madrid Arena, con el dispositivo escénico en forma de cúpula de los Kabakov que sirvió de base para las representaciones de 2003 en la Jahrhunderthalle de Bochum, una nave industrial reconvertida en espacio cultural. Entonces Mortier era director artístico de la Trienal del Ruhr, seguramente su proyecto más osado y poético. En las dos últimas décadas el prolífico organizador ha presentado nuevas producciones de la ópera de Messiaen en el Festival de Salzburgo de la mano de Peter Sellars y en el teatro de La Bastillla de París con Stanislas Nordey. Ninguna le convence tanto al parecer como la de la Trienal del Ruhr.
Este ‘San Francisco’ estimulará una gran reafirmación artística y moral
En Madrid no tiene la colorista escultura de luz y cristal de los Kabakov, que evoca a una vidriera catedralicia, la misma significación estética e histórica, ni el mismo encanto, que en Bochum, pero sirve de fondo a una lectura musical absolutamente sensacional a las órdenes de Sylvain Cambreling, con una orquesta soberbia de la Radio de Baden Baden Friburgo y dos coros -el de la casa y el invitado de la Generalitat valenciana, que bordan sus cometidos, alcanzando niveles de ensueño en la séptima escena primera del tercer acto- con los estigmas como contenido argumental. El sonido que se consigue con la instalación acústica es excelente, y el reparto vocal muy coherente, con un sobrio y eficaz San Francisco de Alejandro Marco-Buhrmester, y con un ángel melódico y atractivo construido impecablemente tanto en lo vocal como en lo escénico por Camilla Tilling.

Lo que triunfa por encima de todo es, en cualquier caso, la música de Messiaen. Rompe esquemas por su desarrollo de longitudes infinitas pero seduce por su tímbrica y sus hallazgos sonoros y estructurales de todo tipo. En la ópera se habla de humildad, de alegría, de pájaros, de la felicidad posible, de fe y de valores morales. Está en eso también a contracorriente de lo que se lleva normalmente. Hay que ir mentalizado a la representación, con el espíritu abierto a nuevas sensaciones estéticas y en particular musicales, con las antenas desplegadas para asimilar reflexiones no por aparcadas menos necesarias. Se entra, claro, en ello, o no se entra. Incluso algunos espectadores se fueron después del segundo acto porque la paciencia que pide San Francisco no encaja con estos tiempos efímeros marcados por sensaciones rápidas y escurridizas. Pero si el espectador se deja llevar y sigue las pautas que marca Messiaen se puede encontrar con una de las sorpresas de su vida. Por ello no sorprende que, después del magnífico tercer acto, el público reaccionase con entusiasmo, mayoritariamente puesto en pie, y que la división de opiniones, tan deseada siempre por Mortier, se estableciese entre los que gritaban bravos y los que aplaudían con firmeza. No hubo ninguna protesta evidente y pocas reacciones de neutralidad silenciosa.

San Francisco de Asís se convierte así en la gran sorpresa de la temporada lírica madrileña, en el gran acontecimiento. A pesar de la no idoneidad del recinto donde tienen lugar las representaciones, a pesar de la limitada teatralidad de la propuesta escénica, a pesar de la dificultad de adaptarse a otro sentido del tiempo y del espacio. Pero tiene a su favor una música que embriaga por momentos y una interpretación musical fuera de serie con un Cambreling excelso como maestro de ceremonias. La cabezonería de Mortier ha dado sus frutos y el público de Madrid tiene la oportunidad de sumergirse en una aventura estética y espiritual que no le va a dejar indiferente. Afirmaba en un poema sobre pájaros el gran escritor castellano José Jiménez Lozano que «en el árbol desnudo alborotan los pájaros gritando, son pobres, y no tienen más que su voz y su alegría, y la derrochan. Yo he recogido un poco de ésta para los días más escasos». Vendrán días de escasez lírica, sin duda, tal y como está el panorama sociológico y cultural, pero el recuerdo de este San Francisco servirá de estímulo para una reafirmación estética y moral de altos vuelos, con la plenitud de la música como faro abierto a la esperanza. Juan Angel Vela del Campo

LA RAZÓN
08/07/2011
Perdido Poverello
Lo primero que hay que consignar es que esta representación nos acerca al pensamiento de Messiaen, un tanto ensombrecido por el hiperprotagonismo de Mortier. La monumental partitura alcanza densidades y temperaturas verdaderamente ígneas y fulgores lumínicos desconocidos. La escritura, de signo modal, con incursiones de raíz tonal y alusiones a culturas orientales, es apabullante y se mueve en el filo de un recitativo vocal dramático-melódico y constantes intermedios orquestales abundosos en disonancias y en superposiciones rítmicas basadas en cantos de pájaros. La alternancia entre ambas líneas, no siempre integradas, hace que el discurso no posea siempre, en sus más de cuatro horas de duración, la misma fluidez y que existan numerosas cesuras que lo interrumpen.
En un recinto que fue despoblándose poco a poco, la parte musical funcionó. Gracias en primer lugar a la prestación de la enorme Orquesta de la Radio de Baden-Baden, equilibrada en todas sus familias, atenta a las precisas órdenes de su titular Cambreling, que conoce y domina la complejísima composición y que controló al flexible coro conjunto. Excepto en la definitiva ascensión hacia el prodigioso do mayor final, donde faltó sentido de la progresión y se apreciaron síntomas de inseguridad, el trabajo de todos fue magnífico.
Sobresaliente acústica
En lo vocal destacó la soprano Camilla Tilling, de timbre aterciopelado, emisión franca y expresión adecuada. Auténticamente «angelical», pese a algunos problemas en el zona aguda, menos tersa y apoyada que el resto. Marco-Buhrmester es demasiado lírico para San Francisco, pero cantó y dijo con propiedad y finura. Bien los demás, sobre todo Siegel en el cascarrabias Hermano Elías. Un sobresaliente para la instalación acústica, con más de sesenta micrófonos y otros tantos pequeños altavoces, firmada por Müller-BBM.
Lo menos afortunado fue la disposición escénica. Por mucho que «San Francisco» no sea una ópera propiamente dicha, y aún admitiendo que no posee prácticamente acción, es necesario otorgar vida a su peripecia. Todo fue extremadamente plano. Los personajes deambulaban por una pasarela inmensa que rodeaba a orquesta y coro. La tan festejada cúpula quedó empequeñecida en el amplísimo espacio y los cambios de luces en su interior, teóricamente conectados con el avatar sicológico, dieron color y vistosidad pero en modo alguno acabaron por integrarse en el drama. La ópera se habría podido representar en el Real con menor coste y con otro planteamiento dramático más auténtico y austero, más riguroso. Esta cúpula, un remedo de la de la iglesia de Santa Elena de Turquía, priva del ascetismo y la serenidad precisas a esta leyenda franciscana. Arturo Reverter

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