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Por Publicado el: 17/02/2005Categorías: Crítica

Lohengrin, un momento mágico

Lohengrin en el Real
El momento mágico
K. Youn, P. Seiffert, P.M. Schnitzer, H. Ketelsen, W. Meier, D. Roth. Coro de la Comunidad de Madrid y Orquesta y Coros titulares del Teatro Real. Escenógrafo y figurinista: Peter Sykora. Realización de la iluminación: Bernd Hazle. Realizadora de la dirección de escena: Gerlinde Pelkowski. Director de escena original e iluminador: Götz Friedrich. Director del coro: Jordi Casas Bayer. Director musical: Jesús López Cobos. Teatro Real. Madrid, 16 de febrero.
Llega a Madrid, con diez representaciones, la sexta y quizá más popular ópera de Wagner, no en balde contiene números que, como la «Marcha nupcial» o los preludios, han traspasado el limitado mundo de los aficionados. Es aquella en la que el compositor da un gran paso en la búsqueda del «drama musical», abandonando las formas tradicionales e introduciendo con fuerza los recitativos dramáticos. Obra de transición, reúne aún la influencia italiana pero introduce el universo del «Tristan» y un buen director de orquesta ha de saber reflejarlo.
Poco hay que hablar de una escenografía original berlinesa de hace casi quince años, absolutamente amortizada, muy oscura y con demasiados elementos inútiles que empequeñecen y atiborran el escenario. López Cobos la conocía de su etapa en la capital alemana y se ha importado para la presentación de su primer «Lohengrin» madrileño. Götz Friedrich hizo un trabajo de buen conocedor de los resortes escénicos en el más puro estilo tradicional. Lo importante, como siempre debería ser, está en la música y, de alguna forma, es también a lo que se atiene esta escenografía, en la que no hay una unidad de concepto y esto es su punto más débil. López Cobos nos hace olvidar otras recientes intervenciones suyas en el teatro menos afortunadas -los músicos deberían tener aún más cuidado al hablar que al hacer música- con una lectura sensible de «Lohengrin» en la línea de lo apuntado líneas arriba. Encaja muy bien la mentalidad ordenada del director musical del Real con esta gran ópera wagneriana en la que abundan momentos de intimismo en los que la música expresa todo mucho mejor que el libreto. Aunque falte grandeza y tensión por momentos, logra el equilibrio entre las muy diferentes pasiones y conflictos presentes. Los diez minutos del duo del segundo acto entre las dos protagonistas valen tanto como las restantes tres horas. Suponen ese momento mágico por el que merece la pena acudir al Real. La orquesta logra el nivel wagneriano casi olvidado desde el «Parsifal» de García Navarro -visita de Barenboim aparte- y los coros del teatro, ampliados con los de la Comunidad de Madrid, brillan muy por encima de aquellos de «Tannhauser», cantando en «forte» sin gritar, una vez superadas algunas vacilaciones al inicio y, como es usual, desajustes en el coro interno. Excelentes los tenores.
Ha sido una suerte poder contar con Peter Seiffert para el papel principal ya que, a mi juicio, es el mejor Lohengrin de los últimos tiempos. La voz, que siempre tuvo un centro muy bello, ha evolucionado muy bien adquiriendo consistencia y volumen sin perder aquella baza tan infrecuente en los tenores wagnerianos aunque, también es cierto, haya perdido parte de la frescura de su debú en el papel. Waltrud Meier es la otra gran estrella de la representación. Poco hace falta decir de esta soprano metida en papeles de mezzo falcon que ha cantado varias veces en España con éxito arrollador. Voz y personalidad para una Ortrud de referencia en lo escénico, aunque los agudos resulten inestables. Cumple con notable Petra M. Schnitzer, esposa de Seifert. El instrumento es más lírico de lo deseable, pero refleja bien la inocencia de Elsa. Kwangchul Youn como el rey Enrique, Hans-Joachim Ketelsen como Telramund y el heraldo Detlef Roth plantean un problema serio: sus voces no contrastan como debieran, suenan demasiado iguales. El entusiasmo del público, que lo hubo y grande, se encauzó hacia voces, principalmente las femeninas, recuerdo de un momento mágico. Una última opinión: Seifert merecía mayores adhesiones. Gonzalo Alonso

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