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Por Publicado el: 26/11/2013Categorías: Crítica

Londres en Madrid Harding, técnica sin alma

Londres en Madrid

Harding, técnica sin alma

Obras de Schubert, Wagner, Mussorgsky y Stravinsky. P.Seiffert, M.Diener, C.Stotijn, M.Salminen, M.Stone. R.Honeck, violín. Orquesta Sinfónica de Londres. D.Harding, director. Auditorio Nacional. Madrid, 24 y 25 de noviembre.

Terminan los conciertos de Ibermúsica de este 2013 con el avance de lo que será su próxima temporada. Es un anuncio que se adelanta al de las demás instituciones musicales. En él los nombres punteros de la dirección orquestal: Abbado, Haitink, Chailly, Jansons, Biondi, Jurowski, Ashkenazy o Nelsons y un plantel de grandes orquestas entre las que se incluyen el Concertgebouw, la Gewandhaus o las principales británicas: London Philharmonic, Philharmonia y London Symphony. Es precisamente esta última la que ha vuelto esta semana de la mano de Daniel Harding.

Nada que objetar a una agrupación de gran calidad en todas sus secciones. La conocemos todos bien y no hay mucho que añadir a lo ya sabido. Daniel ha vuelto con ella para demostrar ser un maestro musical, con conceptos bien planteados y desarrollados, pero también su escasez de calor interpretativo. Las lecturas de Harding no transmiten todo lo que deberían, máxime si una de ellas es el segundo acto de “Tristan e Isolda”. Contó con un reparto en el que sobresalió la solidez de Matti Salminen como Rey Marke, no yéndole muy a la zaga un Peter Seiffert a quien se le empiezan a notar los años. A ambos se les escuchó más de lo que suele suceder en el Auditorio Nacional. Uno no acaba de entender por qué estos maestros de prestigio, que han visitado varias veces la sala, no acaban de comprobar que las voces no deben colocarse al borde del escenario, porque ahí proyectan poco y es fácil que el sonido orquestal las absorba. Sucedió algo de ello con Melanie Diener, soprano de calidad pero ya de por sí justa como Isolda y también con Christianne Stotjin, una Brangaene a quien se la escuchó mucho mejor cuando cantó desde las alturas del lateral del último anfiteatro esa pequeña pero inconmensurable parte que tiene lugar durante el quizá más bello dúo de amor que jamás se haya escrito.

En la segunda cita se escuchó la versión original de “Una noche en el Monte Pelado” de Mussorgsky, que suena un tanto diferente a la habitual de Rimsky-Korsakov y más aún que la de Stokovski que todos conocemos gracias a “Fantasía” de Disney. Tocó bien Rainer Honeck el más complejo que agradecido concierto para violín de Stravinsky. Si esta obra se llevó al ballet, del mismo autor se programó la versión original de “El pájaro de fuego”. Cuando estas partituras se sacan de su contexto, se entiende bien por qué se inventaron las suites. Gonzalo Alonso

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