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Por Publicado el: 20/03/2011Categorías: Crítica

Muti y Nucci se desbordan en el «Nabucco» romano

Nabucco en la unidad italiana
Muti y Nucci se desbordan
«Nabucco» de Verdi. L.Nucci, C.Boross, D.Beloselskiy, A.Malavasi, A.Poli, etc. Orquesta y coros de la Ópera de Roma. J.P.Scarpitta, dirección escénica, R.Muti, director musical. Ópera de Roma. 19 de marzo.
Italia celebra su unidad con algo de adelanto, pues realmente ésta se produjo en 1872, aunque en 1861 tuviera su primer parlamento. Torino, capital inicial, y Roma han recurrido a la ópera. La primera con una provocativa pero inteligente puesta en escena de Davide Livermore en coproducción con ABAO, muy agresiva con los políticos y la iglesia, que utiliza como banda sonora la obra de Verdi y que no se atrevieron a mostrar al presidente Giorgio Napolitano, de visita en la ciudad. Si estuvo en cambio en el «Nabucco» romano que se ha convertido en el acontecimiento musical del año. Suponía el regreso a la actividad de Muti, aún no totalmente recuperado de la rotura de maxilar acaecida cuando se cayó del podio en Chicago tras un desvanecimiento. Italia celebra una unidad con sus calles y los propios palcos de la ópera llenos de banderas, pero actualmente con su identidad en entredicho a causa de los separatismos que padece. Esto, unido a la penuria económico-cultural del gobierno, provocó que todo el público de la sala se pusiera en pié para cantar bajo la batuta de un Muti, con alocución preeliminar clara y tajante, el «Va pensiero» con esas palabras claves «¡Oh mi Patria, tan bella como perdida!». La gente lloraba, pero la célebre frase dedicada a Boabdil, que algunas feministas desequilibradas quieren eliminar de las hemerotecas, cobra sentido.
No hay nadie -salvo quizá Levine- capaz de dirigir el primer Verdi con la intensidad de Muti. Lo suyo es un milagro de principio a fin, con sus ritmos endiablados en los que sin embargo, y como a lo largo de toda la obra, la transparencia es total. Ahí está la primera gran ópera de Verdi, con el mucho Rossini del «Moises» o el Donizetti de la trilogía Estuardo, pero también con un sorprendente universo sonoro ya propio, que adelanta el mismo preludio. Al explotarlo es fácil caer en la vulgaridad, pero Muti jamás lo hace, manteniendo siempre un refinamiento ejemplar y perfectamente compatible con su vitalidad.
El gran protagonista en el escenario es Leo Nucci. La experiencia de este animal canoro y escénico le sirve para sacar todo su jugo a unos parcos movimientos, como la expresión de los ojos o el temblor de las manos que delatan la enfermedad interior de Nabucco antes de caer postrado. Frases como «Perdona a un padre que te adora» habrán de permanecer imborrables en el recuerdo. Csilla Boross sustituía a la anunciada Elisabete Matos, levantando amplia división de opiniones, pero muy pocas pueden cantar hoy así Abigaille, con sus temibles agudos atacados impecablemente aunque la coloratura no resulte a veces clara. Merece la pena vigilar las carreras del bajo Dimitry Beloselskiy y la soprano Anna Malavasi, interesantes respectivamente como Zaccaria y Fenena, mientras que el tenor Antonio Poli resulta demasiado ligero para Ismael. Jean-Paul Scarpitta, que sufrió un infarto en los ensayos, plantea una dramaturgia minimalista que no pasa de ser una semiescenificación con vestuario, pero que no perjudica el vuelo musical.
El público se volcó con Nucci y, sobre todo, Muti, un lujo a 85€ la butaca, dato que no puede pasar inadvertido. Gonzalo Alonso

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