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Por Publicado el: 17/01/2006Categorías: Crítica

O de cuando Bach se volvió Brahms

Bach por Barenboim
Cuando Bach se volvió romántico
“El clave bien temperado, 2º cuaderno” de Bach. Daniel Barenboim, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 15 de enero
“El clave bien temperado” de Bach es obra mítica, un monumento de música racionalizada o de raciocinio musicalizado, que nadie pone en duda. Confluyen en ella la lección magistral sobre la resolución del problema del “temperamento” o afinación y la propia hondura musical de esas piezas breves, pero de gran contenido, que son preludios y fugas. Bach ya impartió esta especie de clase magistral en el primer cuaderno en 1722, pero dio a conocer un segundo, de incluso mayor duración y quizá profundidad en 1744, con otros 24 preludios y 24 fugas. Barenboim ofreció el primero de ellos el pasado año en el Auditorio Nacional y se enfrentó al segundo en su regreso. Bach no es autor nuevo para Daniel Barenboim, puesto que fue uno de los primeros compositores que tocaron sus dedos de niño prodigio, sin embargo lo abandonó a los quince años y estuvo alejado de él, no tanto en privado como en público, durante largo tiempo. Fruto de un análisis muy maduro fueron sus “Variaciones Goldberg” y últimamente el “Clave bien temperado”.
Han existido muchas formas de atacar esta enorme partitura, desde la analíticamente distante de Gould hasta la romántica de Richter. Pero a ambos extremos con piano han de añadirse las tocadas al clave, como las de Leonhardt o Landowska. Bien podría decirse que parece mentira que unos ejercicios den para tanto.
Lo que Barenboim nos ofrece es, de entrada, una visión muy personal. Si se quiere muy lejana a Bach y mucho más próxima a un Brahms y el artista es plenamente consciente de ello. Por tanto es absolutamente discutible, como lo es en sí todo Barenboim, uno de los últimos artistas-músicos que saben porqué hacen las cosas y las hacen como quieren. Dicho lo cual, confieso mi fascinación por su aproximación a este Bach. El oyente se olvida literalmente de buscar relaciones matemático-musicales y de cuanta lección técnico-pianistica pueda contener –que la hay y mucha a pesar de lo poco que se ha insistido en ello- para dejarse llevar por la expresión de los sonidos. Barenboim reinventa la obra para unir emoción con lógica y llenarla de preciosas sonoridades –el piano abre un abanico inmenso sobre el limitado clave- impregnadas de tintes románticos. Es absolutamente secundario en todo ello que se emborronen algunas notas o que los dedos del solista parezcan seguir a trancas y barrancas un tempo que, eso sí, en Bach es determinante y obligado. Ante tanta música hay que descubrirse, porque Barenboim se haya musicalmente en otro mundo al que muy pocos han accedido.
Lamentablemente no hay mucho espacio para describir al auditorio receptor de arte tan concentrado. Se llenó la sala sin abono alguno con un público que había visto en las gacetillas que Barenboim volvía para tocar a Bach, un dúo ineludible. Pero muchos desconocían y no tuvieron el tacto de informarse del contenido de la obra y de sus casi tres horas de música de la más pura que se haya escrito. Consecuencias: toses –afortunadamente ningún móvil-, abandonos tras el descanso y fugas en desbandada en medio de las fugas bachianas. No sólo eso, sino que prorrumpía en aplausos sin sentido como queriendo apremiar al artista a que concluyese la velada. Nervios de incomodidad muy notorios. Se lo que un crítico puede hacer cuando le mutilan o no le publican un trabajo, me gustaría saber cómo se venga de un público maleducado un artista a través de las notas. Gonzalo ALONSO

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