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Por Publicado el: 12/12/2007Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Para Luis Iberni

Para Luis Iberni
He de escribir unas impresiones sobre Luis Iberni. Estas cosas no deberían suceder cuando se trata de un amigo y la emoción emborrona ojos y teclado. Pero la profesión es así y, de otro lado, Luis se merece que queden impresas las muestras de nuestro cariño.
«Gonzalo, estoy en el tren, me lleva mi familia a un hospital en Zaragoza. Me dicen que tengo mal los pulmones. Estoy muy malito». No podía ni imaginar la gravedad de la situación, pero quizá fueran las últimas palabras con un amigo. El día siguiente fue sedado y tras tres semanas se despertó o se durmió para siempre donde todos acabaremos haciéndolo un día u otro. Pero él tenía sólo 43 años y era, no ya una de las mejores realidades de la música, sino la cima de una generación que pronto iba a tomar todos los relevos. Por eso su pérdida es muy grave para quien firma, porque no sólo supone la pérdida de un amigo y gran compañero en los trabajos musicales, sino la de quien -con perdón- casi heredero de una forma de hacer las cosas. Si la muerte de Antonio Fernández Cid supuso la desaparición de un padre musical, la de Luis es casi la de un hijo. Y, la verdad, aún no acabo de creer lo sucedido.
Conocida es su biografía. Profesor de música en Oviedo y en la Complutense, musicólogo, organizador de conciertos, crítico y extraordinario periodista musical. Muchos hemos disfrutado sus escritos, sus conferencias, su enorme vitalidad, generosidad y capacidad de trabajo.
Corría el año 1994 y yo era responsable de la sección de música de El Cultural de ABC. Había heredado de José Luis Rubio un equipo estupendo, pero deseaba crear una especie de corresponsalías en las principales ciudades musicales españolas. Algunos amigos, entre ellos Emilio Sagi, me hablaron de Luis Iberni como la persona más completa que podría encontrar en Oviedo. Comenzó a colaborar y rápidamente se convirtió en una figura imprescindible. Luego, apoyado por Emilio Casares en la Universidad Complutense y con unos ingresos fijos que logré para él en el Cultural, pudo trasladarse a Madrid. Desde entonces formamos un equipo muy compacto y siempre nos mantuvimos unidos en los diversos cambios de medio que la vida nos deparó: ABC, La Razón, El Mundo… No he conocido a nadie en la música con una capacidad de trabajo similar. Luis era muy rápido, sin perder por ello profundidad, y cambiaba en un santiamén de un tema a otro. Lo mismo estaba organizando recitales de piano en Oviedo que asesorando a su alcalde sobre zarzuelas, impartiendo unas personalísimas conferencias que dando clases de historia del ballet, entrevistando a un artista que pergeñando sus libros sobre Chapí o Sarasate. Por escribir, escribía hasta los horóscopos de La Nueva España. Sus entrevistas eran muy buenas, pero en lo que no tenía competencia era en los reportajes. Hemos trabajado todo este tiempo codo con codo. Juntos programábamos los contenidos y rara fue la semana en la que Luis no firmó dos páginas con agudas entrevistas o certeros reportajes. Uno sabiendo más música y otro más de música, conseguimos una perfecta compenetración. Y luchamos juntos contra muchas injusticias, contra muchas de las barbaridades de nuestro mundo musical. Por eso me siento más solo, porque se acabaron las tres o cuatro charlas telefónicas semanales compartiendo informaciones y comentando todo cuanto había sucedido, sucedía o estaba por suceder en música. Me siento más solo porque ya nunca podrán ver la luz los proyectos en los que pensábamos: un auténtico portal musical y lo que considerábamos el concepto de agencia artística del siglo XXI.
Deja sobre la mesa un ingente trabajo sobre Sarasate, su pasión y refugio en los últimos meses de enfermedad. Había conseguido una enorme documentación proveniente de todas partes del mundo y se mostraba ilusionadísimo por recuperar un artista-compositor a quien la historia no había hecho justicia. Tampoco a él la vida le ha hecho justicia. No es de recibo que una neumonía siegue una vida en la plenitud profesional de los cuarenta y tres años. Desde estas líneas quiero animar a Emilio Casares para que termine el trabajo del que afortunadamente dejó escritas muchas líneas. Ese libro es el mejor homenaje póstumo que le podemos ofrecer a Luis.
Luis, firmo yo estas líneas, pero dentro de ellas palpitan todos los corazones de quienes trabajamos contigo y, no te olvides, alguien allí espera que le hables de Sarasate y le canturrees su música al piano. Reciba tu familia el afecto de quienes trabajamos contigo. ¡Ay Luis, si hubieras sabido hacerte tu horóscopo! Gonzalo Alonso

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