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Por Publicado el: 08/02/2017Categorías: Colaboraciones

Permuta a la batuta

Permuta a la batuta

Última moda en Dirección de Orquesta, cambiar la batuta por la mano vacua se ha convertido en una masiva fórmula de pretendido esnobismo musical, un fenómeno que se extiende en prueba de manifiesta modernidad. Realmente: ¿es técnica y artísticamente preferible la mano al dirigir?. Como todos sabemos, “dirigir” se puede incluso sin manos, pero dirigir bien: ese es otro asunto. La batuta no es un invento superfluo del siglo XIX, sino un instrumento de precisión técnica que ayuda a la consecución del arte musical, un invento exclusivo al servicio de las obras creadas desde la eclosión de la forma musical compleja que inició Beethoven. La búsqueda de la extravagancia, de la fórmula gestual rara que consiga hacer distinguir a alguien en alguna materia ha sido un recurso usado hasta la extenuación, sobre todo en el ámbito artístico, en que lo estrambótico se confunde rápidamente con lo genial. Pero, yéndonos a los hechos, podríamos preguntarnos por qué Maazel, Mehta, Abaddo o tantos otros rara vez prescindieron de la batuta, y no sería yo quien adujese que por falta de genialidad, o tal vez porque no se les había ocurrido. Una ocurrencia tan simple como prescindir de un instrumento no parece ser el colmo del ingenio, muy al contrario supone un receso a lo primitivo, a la carencia más elemental. Dirigir con batuta supone poder trasladar pulsos infinitesimales a velocidades tan lentas o aceleradas como sea necesario, supone una precisión métrica enormemente superior a la de la mano en vacío, supone una prolongación del brazo que permite una dirección fluida sin esfuerzos superfluos y supone la posibilidad de emisión de impulsos transmitidos con mucha mayor claridad a la orquesta, consiguiendo una espontánea, natural y perfecta conjunción. Prescindir de la batuta, supone una emisión poco clara, unos tempi imprecisos, unas órdenes nada evidentes que promocionan la confusión orquestal, además de un esfuerzo muscular innecesario y superfluo no conducente a ningún logro musical, todo ello sin una ganancia explícita en expresividad. La mano izquierda expresa, mientras la derecha controla, ordena, exige: esta conjunción de aportaciones enriquecen la dirección, contra la consabida excusa del enriquecimiento expresivo mediante el uso de ambas manos desnudas.

Por otra parte sabemos que se puede dirigir con cualquier artilugio, no solo con la batuta, aunque encontrar aquél más ligero, flexible y versátil no parece tarea fácil, por algo la batuta es como es.

Realmente, podría parecernos indiferente una dirección con o sin batuta, siempre que se consigan los mejores resultados musicales, pero es absurdo esperar que la desaparición de la batuta otorgue, per se, unos poderes excepcionales de emisión dinámica y agógica, o una novedosa fórmula de dirección solo al alcance de talentos privilegiados. Dirigir sin batuta es una fórmula teatral facilona, dirigida al que despectivamente se supone un público abúlico y poco interesado en los resultados artísticos, pero ávido de imágenes y aditamentos gestuales que logren despertar su asombro e interés, que le extraigan del sopor ante la redundante imagen del director sobre el pódium. En ese sentido se han venido usando distintas versiones indumentarias estrafalarias, melenas mecidas al aire, desaliños variados o rotundas y extremas calvicies. Es como toda formula de marketing: sorprender, alterar y captar la atención, como también lo son sus efectos adversos que conseguirán un día aburrir, hastiar y empachar. Efectos colaterales que la buena música, bien dirigida, no podrá nunca permutar. Besprecher

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