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Por Publicado el: 18/12/2020Categorías: Recomendación

Recomendación: Don Giovanni en el Teatro Real. La muerte a fuego lento

Recomendación: Don Giovanni en el Teatro Real. La muerte a fuego lento

Don Giovanni llega de nuevo al Teatro Real. Nada nuevo. Esta es una ópera que debería de poderse ver y escuchar día sí, día también; sin duda se trata de uno de los pocos títulos anteriores al estallido operístico romántico más capaces de redimir la vieja idea de que la ópera es el conjunto de  preceptos y lugares comunes más anquilosados de la oferta musical clásica. O sea, señores que cantan sobre un césped sonoro que constituye solo la excusa para que lo hagan, por deseo expreso del consumidor.

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Escena

Mozart, todo el mundo lo sabe, es quien toma auténticas cartas en el asunto para que eso deje de ser así, y si alguna ópera compuso en la que eso dejara claramente de ser así, para ser otra cosa, la cosa que debe ser una ópera de verdad, esa es Don Giovanni, la historia de un hiperactivo enfermo del sexo que arrasa todo lo que encuentra a su paso para poder realizar sus deseos, no otros que su propia realización como persona única y apartada de un mundo que, salvo estar habitado por seres con faldas, le interesa poco o nada. O sea que, en el mejor de los casos, es un triunfador, y en el peor… nada, aunque la nada sea para él un concepto inconcebible. La pregunta sería si esa nada es la de un perdedor, o, de otra manera, si podríamos pensar en un Don Juan que no solo no fuera un ganador sino un personaje desvalido que ha de enfrentase sin recursos a su propia inexistencia. Un Don Juan  espectral, una ilusión, una irrealidad. Es decir, exactamente lo contrario de aquello que hemos pensado de él todo el rato.

Claus Guth, el autor de la maravillosa Rodelinda haendeliana que le vimos hace años, hace en su puesta en escena un planteamiento que intenta ese cambio de modelo. Lo hizo hace ya unos años en Salzburgo, donde presentó, en 2008, este experimento al respecto, que fue alabado y machacado a partes iguales por la crítica. Para aproximarse a esa imagen de antihéroe propone un marco común a todos los personajes, una especie de bosque de las desgracias, en el que cada uno a su manera filosofa acerca del fin, penoso y progresivo, de un Don Giovanni cuya destrucción se va cociendo a fuego lento. La idea es brillante, porque analizar algo desde su antípoda es siempre aleccionador. Pero lo discutible es el prisma, la realidad  bajo la que plantea esa degradación, cuya justificación física pasa por la necesidad de hacer significativos cambios en el libreto de Da Ponte. Nada más y nada menos: el Comendador es quien va a acabar con Don Giovanni y no al contrario: en su enfrentamiento inicial él se salva de la muerte, dejando a su oponente vivo pero malherido. El resto de las cuitas operísticas por las que ha de pasar Don Giovanni durante el resto de la obra, es decir, toda la obra, vendrán descritas bajo un proceso de muerte lenta, hasta el enfrentamiento final con el Comendador: entre el conquistador, un casi muerto viviente, y otro que anda vivito y coleando. Seguramente, demasiado para algunos.

Me posiciono al respecto. No soy muy amante de los experimentos con gaseosa. En realidad, en ópera y fuera de ella. En música y fuera de ella. Amo el clasicismo como motor de los cambios, si en cual no son posibles estos. Pero me siento atraído por el planteamiento del señor Guth, aun como planteamiento, pues no hay en él aquello que más odio de las puestas en escena rompedoras, el relato de una historia paralela a la que plantea el libreto, sino una idea más radical: de cómo puedan ir las cosas si el ataque a ese relato es mirándolo de frente. Pero, sin duda, habrá de comprobarse si, una vez puestos en música y en contexto dramático tales cambios, funcionan teatralmente, un asunto este que al cabo es lo que importa. La idea puede acabar teniendo un desarrollo desastroso o un excelente éxito, pues, como especulación aplicada a un personaje tan caleidoscópico como el de Don Giovanni,  puede tener buen recorrido. Además, habrá que ver qué nos reserva Guth para las mujeres, para el memo de Don Ottavio, y, sobre todo, para su alter ego Leporello. Mi opinión es que podemos estar ante una apasionante representación, apoyada, en todo caso, por un equipo de cantantes que tienen buena experiencia en el asunto y un director de foso, Ivor Bolton, que sabe lo que se lleva entre manos. Para más información al respecto, véanse en esta misma página recomendaciones más versadas – enlace aquí –. Pedro González Mira

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