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Por Publicado el: 25/12/2020Categorías: Recomendación

Recomendación:Los tríos con piano de Beethoven por Barenboim y Kian Soltani

BEETHOVEN

Los tríos con piano Op.1/1,2 y 3; Op.70/1 y 2 y Op.97

El maestro apabulla a sus pupilos

Daniel Barenboim, piano; Michael Barenboim, violín; Kian Soltani, violonchelo. D.G., 3 CDs.

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Tríos de Beethoven. Daniel y MIchael Barenboim y Kian Soltani

Beethoven escribió seis tríos para piano, violín y violonchelo. Los tres primeros se agrupan en su Op.1 (compuestos entre los veintitrés y veinticinco años), los dos siguientes en la Op.70 (de 1808) y el Op.97 Archiduque, cuya primera versión, de 1811, fue revisada dos años más tarde. A la vista de los números se suele afirmar que los tres primeros, como tales obras de juventud, no gozan todavía de una identidad propia, pues miran demasiado a Mozart (¿) y Haydn. Son apreciaciones tópicas. El estilo es clásico y las formas, las tradicionales, pero las ideas musicales se escapan hacia adelante a una velocidad de vértigo. Son ya sorprendentes los juegos (secuencias interrumpidas) del Adagio Cantabile del Op.1/1 o el espíritu adusto y el discurso complejo del Largo con espressione del Op.2/2 ; o el armamento desplegado en toda la tercera pieza, cuyo primer movimiento es un ‘como decíamos ayer’ haydniano elevado a varias potencias. El Andante cantabile bien puede situarse al lado del mejor Beethoven de cámara del segundo período. Claro que la llegada del primero de la Op.70 revela a ‘otro’ Beethoven, el del sufrimiento y la introversión rebelde, puesta de manifiesto descarnadamente en el espeluznante Largo assai ed espressivo. De la grandeza estructural del conocido Archiduque no es necesario hablar. Y una cosa: a aquellos que dicen que Beethoven no fue un gran melodista les aconsejaría que tomaran papel y lápiz para contabilizar el número de maravillosas ‘canciones’ que se esparcen a lo largo de estas seis obras. Es realmente impresionante.     

No he podido evitarlo; he vuelto a escuchar mis viejos cedés con las versiones de estos tríos, grabados hace cincuenta años por tres jóvenes que se comían el mundo, dejando en la cuneta a los grandes maestros de entonces con sus versiones abiertas al futuro, absolutamente nuevas, emocionantes, frescas como fruta recién arrancada del árbol y maestras en el mejor de los sentidos: música de cámara pura, y vivida y sentida como tal. Es decir, música en la que el voto de cada parte tiene exactamente el mismo valor; un valor que es defendido por cada uno de los solistas pero en un todo que lo es todo frente a la genialidad instrumental, técnica y capacidad interpretativa de cada uno. El entendimiento entre Jacqueline du Pré, Pinchas Zukerman y Daniel Baremboim fue absoluto porque cada uno de ellos se escuchaba y escuchaba  a los demás, haciendo auténtica música de cámara; ninguno estaba allí para demostrar ser el mejor de los tres o sentirse el portador de  la idea directriz. Alguna vez escuché decir que era Barenboim quien marcaba el paso, pero nunca lo entendí, aun  admitiéndolo. Seguramente era muy joven para evitar buscar culpables inmediatos, algo bastante fácil. En este momento creo que puedo afirmar lo contrario: el milagro consistió en el logro de una unidad absoluta, a pesar de que, teóricamente, Zukerman pudiera salir perdiendo ante el fundamento del argentino y la desatada genialidad de Jacqueline du Pré. Allí no había maestro y discípulos. Aquí, ahora, sí.

Lo que, en cualquier caso, es posible que no sea  problema, habida cuenta de que los pupilos alcanzan una gran calidad técnica y expresiva. Barenboim, efectivamente, dirige una operación de gran calado musical, aportando a su parte un prodigioso catálogo de matices, de originales y fabulosas ideas, de estilo, de color instrumental, de prodigiosos claroscuros, de pureza estilística, etcétera, pero desde el podio. Se erige, claramente, en director, no en copartícipe. Su hijo Michael, un estimable violinista, corre a su lado como el bebé que busca el regazo, y, aunque el excelente violonchelista Kian Soltani logra una autonomía propia de mayor calado (sonoro, melódico y discursivo), lo que en todo momento nos parece escuchar es un conjunto de dos instrumentos de cuerda en segundo plano, bajo la apabullante batuta del sabio. Música, a raudales; música de cámara… Pero no hay que ponerse estupendos: aunque camerísticamente, ya digo, el resultado no sea ortodoxo, la cantidad de música que emana el piano de Barenboim bien puede redimir al grupo de su falta de ideas comunes, que no individuales. No; no es un problema de empaste, que es muy notable en el caso del piano con el cello, y no tanto con el violín, que emite sus sonidos de manera más dulce y pequeña, sino de reparto de funciones. Ni tampoco de entendimiento, porque la lección del jefe es seguida por el alumnado sin rechistar. Pero en la asignación de tareas, no es que salga ganando el piano; es que actúa como una máquina trituradora. Pedro González Mira

(En el álbum de la Du Pré y sus esposo y amigo se incluían dos Allegrettos y las Variaciones ‘Ich bin der Schneider Kakadu op.121a. Ahora se prescinde de los dos primeros). 

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