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Por Publicado el: 17/09/2021Categorías: Recomendación

Recomendación: Shostakóvich. 24 Preludios y Fugas op.87 por Igor Levit. Al límite

Recomendación: Al límite

SHOSTAKOVICH: los 24 Preludios y Fugas op.87. STEVENSON: Passacaglia on DSCH. Igor Levit, piano. Sony. 3 CDs.

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Igor Levit

Al margen de dos sonatas para piano y un par de conciertos para este instrumento, la gran obra pianística de Dmitri Shostakóvich es los 24 Preludios y fugas para piano op.87. La historia de la obra tiene su origen en un concurso de piano celebrado en Leipzig en 1950, una de las actividades que sirvieron para celebrar el 200 aniversario de la muerte de Bach. En ese concurso una joven pianista rusa llamada Tatiana Nikoláyeva interpretó El clave bien temperado, de Johann Sebastian Bach. Shostakóvich estaba en el jurado y quedó tan impresionado ante la interpretación de la pianista que decidió tomar parte activa en el asunto, quizá también guiado por el trabajo de Hindemith en su Ludus Tonalis. Siguiendo los pasos de Bach, se puso a escribir como un poseído una obra similar. Lo hizo en pocos meses; en febrero de 1951 la partitura estaba acabada. El lenguaje de la obra es en su conjunto muy personal, pero Bach planea por toda ella de manera inequívoca. Sucede clarividentemente en el primero de los preludios, el  Preludio y Fuga en Do mayor; en el nº 4, en Mi menor; en el nº 7, en La mayor; en el nº 10, en Do sostenido menor; en el nº 16, en Si bemol menor; en el nº18, en Fa menor; o en el nº 23, en Fa mayor. En general, el tono de la obra es reveladoramente equilibrado; está lejos de los conflictos típicos de las músicas de su autor, resueltos a veces no ya con discutible falta de profundidad sino en una clave excesivamente jocosa. Música seria, casi siempre, de poso, de compromiso intelectual, veraz. Seguramente es uno de los mejores y más auténticos Shostakóvich.

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Igor Levit Shostakovich

Son indispensables las versiones que se conservan de la Nicoláyeva (Melodia-BMG, 1987; Hyperion, 1990), particularmente la segunda, por la importancia del documento; es muy interesante la de Keith Jarrett (ECM, 1992) y está muy bien la de Ashkenazy para el sello Decca, un registro realizado entre 1996 y 1998. Pero esta de Igor Levit las sobrepasa, situándose probablemente a una buena distancia.

Hace poco un amigo me recordaba algunas opiniones de colegas de Levit acerca de su manera de abordar el “toque” pianístico. Unas veces salía bien parado y otras bastante menos, pues, según estas últimas, se trata de un pianista de pobre paleta tímbrica y dinámica, cuando no de un intérprete inmaduro o incluso un vendedor de aire. A mí, que desde luego soy una “piltrafilla” al lado de esos señores, no me parece que sea así. No me lo pareció al escuchar por primera vez su Bach, tampoco su Beethoven, pero diría que, ahora, me lo parece todavía menos, porque si me atrevo a opinar que su versión de los 24 Preludios y fugas op.87 de Shostakóvich está por encima de la de una Nicoláyeva, nada más y nada menos, es porque, precisamente, eleva la versión hasta el cielo gracias a una variedad infinita en el “toque” en todos los aspectos, en todos los colores y  dinámicas, en la apabullantemente perfecta métrica, etcétera, es decir en la fabulosa variedad de resultados que emana su manera de tocar. Que además lo es, en este caso, de una obra difícil, a veces hermética, y que en muchas ocasiones se libra de un cierto tedio, gracias a la ductilidad con que Shostakóvich acude a Bach en busca de ayuda. Levit, exultante, muestra una generosidad sin límite en la planificación de los grandes arcos expresivos (preludio uno), una voluntad de hierro para salvar las veleidades puntillistas del autor (preludios segundo, quinto, octavo, noveno, undécimo o decimoséptimo), una fuerza portentosa en la hora de la solemnidad rusa (tercero o vigesimocuarto), una capacidad para interiorizar las típicas zonas oscuras del Shostakóvich más esquivo (séptimo y decimosegundo), una facilidad inagotable para explicar las venas terroríficas que surgen aquí y allá en el Shostakóvich más agresivo (decimocuarto) o una habilidad casi quirúrgica para explorar los secretos del Shostakóvich más intimista o incluso impresionista (decimotercero o vigésimo).  Todo eso es  posible porque estamos ante un pianista que es cualquier cosa menos un tímido. Ante un pianista anti clásico que hace eso, propuestas alejadas de la filosofía clásica, al que al menos habría que reconocérsele todo esto antes de pedir su cabeza. Y si la bandeja, además, la ponen debajo pianistas cuya filosofía es exactamente la contraria, el asunto resulta como poco desolador. Es decir, ya no se trata de que los críticos veamos esto o lo otro; parece que nuestros criticados también opinan sobre cómo los críticos (o por lo menos, ciertos críticos) hemos de tratar de explicar los cambios que se van produciendo en las técnicas de interpretación, que desde luego, y le pese a quien le pese, son inagotable,  cambiantes y evolutivas en el tiempo. 

Teniendo en cuenta que Passacaglia on DSCH, del escocés Ronald Stevenson (1928- 2015), tiene una duración de casi una hora y media, sería una ironía afirmar que el álbum “se completa con”. La obra guarda una autonomía completa y propia, e incluso compite abiertamente en interés con la de Shostakóvich. Está escrita en tres partes, que contienen siete, nueve y cinco números, cada uno de los cuales incluye movimientos de sonata, danzas, valses, fandango, etcétera. Hay unas trescientas variaciones en total, que culminan en una triple fuga a la manera de Bach, en combinación con el Dies Irae. Y en fin, todo esto está muy bien como planteamiento, pero todo habría quedado en el puro experimento si no fuera porque, en su amplísimo desarrollo, lleva la forma, el sonido, los discursos y los propios procedimientos al límite. Un límite que se exige al pianista, transformándolo en verdadero acróbata del instrumento. La pieza se escucha con interés, pues es como una caja de sorpresas, a cada una más diferente y nueva. Y por ello no aburre; en realidad, y en sentido lato, llega a aburrir menos que su compañera de viaje. Ni que decir tiene que Levit monta un espectáculo de fuego y color con tal original partitura, alcanzando a veces cotas virtuosísticas apabullantes. 

En resumen, un álbum muy recomendable. Un nuevo éxito para uno de los pianistas más interesantes de nuestro tiempo. Pedro González Mira

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