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Por Publicado el: 02/06/2006Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Recuerdos de Rocío:

Recuerdos de Rocío: «Se que también me iré»
«Olé, olé, corea el público y Rocío Jurado provoca «soy más valiente que tu, más torero y más gitano». Curro Romero sonríe. La de Chipiona sigue «viva Sevilla, vivan los sevillanos» y desde las alturas replican «y Cádiz». Rocío, a pecho descubierto, sin apoyo alguno de micrófonos, se ayuda de sus manos mágicas y Carmen Sevilla casi se apunta con entusiasmo a aquello de «Anda jaleo». Cambio de tercio y con sentimiento dolorido canta una «Nana de Sevilla» que hace entornar los ojos a Antonio Gala. Los aplausos cortan las escenas de «El amor brujo», suenan los móviles e Isabel Gemio llega tarde, pero sin sorprender ya a ninguno pues la gente se ha entregado al escenario. Nuevo ambiente en ese Real que apenas anteayer vibraba con la nada fácil música de Janacek. Como antes lo hizo con la de Britten. Lo bueno, sea del género que sea, puede tener su sitio en el Real». Así empezaba mi crítica, en el ABC, de la actuación de Rocío Jurado en el Teatro Real abril de 1998. En sus líneas finales recordaba mi frustrada propuesta para que este teatro se hubiese inaugurado con «La vida breve» y «El amor brujo», cantado éste por Jurado. Fue la obra con la que terminó aquel concierto y la obra que grabó con Jesús López Cobos a la batuta como banda sonora de la película de Saura.
Pero no sólo firmo este artículo como amante de la buena música, venga de donde venga, sino porque Rocío Jurado ha sido una figura tan grande como para acompañar la vida de cualquiera de los que hemos cumplido los cincuenta. Podría parecer una exageración, pero no lo es el asegurar que las dos cantantes más famosas y queridas en España son Montserrat Caballé y Rocío Jurado, cada una en su género y por sus razones.
Cuando de pronto te dicen que alguien ha muerto, te invaden sentimientos muy diversos: de incredulidad, de lástima… y en la retina fluyen multitud de flashes.
Los primeros de aquellas películas como «Los guerrilleros», «Una chica casi decente», «Proceso a una estrella», «La querida» o ‘La zapatera prodigiosa», con algún destape que otro. Luego, al iniciarse la década de los setenta, «Pasaporte a Dublín», una especie de «Operación Triunfo» de entonces para elegir nuestro representante en Eurovisión entre más o menos famosos de la época como Jaime Morey, Los Mismos o Karina, quien fue la ganadora. La Jurado era por entonces una mera cantante de bujerías y quedó en los últimos lugares. Pero llegó un disco, allá por 1978, «De ahora en adelante» con una canción «Si amanece» que le aupó a los primeros puestos de la popularidad. Un año después lanzaba «Señora», un LP con compuesto por Manuel Alejandro con seis o siete canciones que alcanzaron gran popularidad y cada uno con su historia. Aquella «Madre» que no podía cantar tras la desaparición de la suya, «Ese hombre», el «Como yo te amo» y su polémica con Raphael o «Si llega él», con sus dobles interpretaciones a causa de aquella parte de la letra referida a «Hojas de hierba» de Walt Whitman. Rocío era ya una estrella y su voz se escuchaba en todos los bares andaluces donde tomabas una copa a la salida de las faenas militares.
Otro flash. Una escena en su casa de Monteclaro, medio estrenando la piscina en un bikini negro que dejaba ver una entonces finísima cintura. No entonaba una de sus canciones sino el «»Estando contigo» de Marisol y Conchita Bautista. Como María Callas que cantaba «Stormy weather» en las fiestas de Elsa Maxwell.
1992, la Expo sevillana y una aparatosa producción inaugural de Gerardo Vera bautizada como «Azabache» en la que cantó junto a Juanita Reina, Nati Mistral, Imperio Argentina -quién la ayudó casi de niña- y María Vidal.
La Plaza de Toros de Belmonte del Tajo, tras unos meses de inactividad a causa de segunda boda. Una actuación especial en agradecimiento al cura que la casó y que era natural de allí.
Y luego muchos recuerdos más cercanos en el tiempo, embadurnados por la prensa del corazón. Rocío Jurado era algo más que una cantante que dedicaba una parte importante de sus galas al flamenco, género que cantaba como pocas. Era también una figura que alimentaba muchas bocas.
Y ya los últimos falsees. Muy recientemente un encuentro cenando ella con su marido y el ministro Bono y yo con el Alcalde de Madrid en la terraza de un conocido hotel madrileño. Se la veía apagada. Su mirada desprendía una resignación que me resultaba familiar. La resignación de quien da todo por perdido. Pareció más tarde que llegaba una recuperación en la gala de la Primera y en su posterior entrevista en «El loco de la colina», a pesar de su terrible confesión «no, no estoy curada». Sin embargo las imágenes de su hermano y su fiel representante llorando en el reciente homenaje jerezano no presagiaban nada bueno.
Una parte de Rocío se ha ido –ella cantó al principio de su carrera: “Se que también me iré y volverán a reir quienes me amaron”-, pero las grandes voces siempre permanecen y la suya es una de ellas… aunque no cantase ópera y aunque no nos dejasen inaugurar el Real con «El amor brujo».
Gonzalo ALONSO

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