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Por Publicado el: 26/03/2007Categorías: Crítica

Rossini en reiterativo tono menor

Temporada del Teatro Real
Rossini en reiterativo tono menor
«La pietra del paragone» de Rossini. P. Biccirè, L. Brioli, M.A. Todorovitch, R. Jiménez, M. Vinco, P. Bordogna, P. Spagnoli, T. Bibiloni. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. P.L.Pizzi, dirección escénica. A.Zedda, dirección musical. Producción de Pésaro. Teatro Real, Madrid 25 de marzo.
Un joven Rossini de apenas veinte años realizaba en 1812 su primer estreno en La Scala. La obra, «La piedra de toque», constituyó un triunfo tan apoteósico como para, no sólo librarle de la mili, sino marcar el inicio de su gran carrera como compositor de magníficas óperas cómicas. Sin embargo una vez más se cumplió el refrán «Días de mucho, vísperas de poco» y, tras las 53 representaciones en el templo de la lírica y las sucesivas en otros teatros durante dos o tres años, un espeso silencio cubrió la partitura. Buena parte de la culpa la tuvo el propio Rossini por superarse a sí mismo con «Barbero», «Cenerentola», etc. Tampoco ha sido una de las óperas cuya resurrección en nuestros tiempos la haya hecho cuajar en el repertorio, hasta el punto que apenas existen grabaciones discográficas y, aún más significativo, una en vinilo de 1972 con Carreras aún no se ha reeditado en cd. El Teatro Real la importa ahora del Festival de Pésaro (2002) mientras otros títulos rossinianos de auténtica altura permanecen inéditos.
Ciertamente se vislumbra el genio rossiniano, así como su hábito en el empleo de temas ya utilizados previamente. Así la gran aria de la protagonista travestida proviene de «L’equivico stravagante», pero también la obertura se trasladaría a «Tancredi». Alegría, vivacidad, sencillez, humor y ambigüedad son valores pretendidos,que no siempre logrados, en música y texto -constancia y fidelidad amorosa con algún paralelismo a «Cosi fan tutte»- y que sólo una representación escénica puede salvar de su cierta monotonía. En sus dos horas y media hay páginas de indudable valor para su momento histórico y para la edad de Rossini, pero el conjunto no justifica la opinión de Stendhal, quien la consideraba la «obra maestra de Rossini en el género bufo». De hecho, para nuestro hoy, debería terminar tras el primer acto.
Fue escrita para cantantes «amigos», que a unos días del estreno aún no habían recibido la partitura y sorprenden las cuerdas de la pareja protagonista: un bajo y una contralto. Claro que esta última voz fue debilidad de Rossini hasta llegar a casarse con Isabel Colbrán, una de ellas. Maria Marcolini, quien la estrenara, debió de poseer una personalidad capaz de reflejar fragilidad por fuera y llevar fuego en su interior y, además, afrontar con éxito las agilidades exigidas. Marie-Ange Todorovitch cumple, como Marco Vinco, Pietro Spagnoli o el resto de un aceptable reparto en el que no hay excepcionalidades, aunque Raúl Giménez deje su buena impronta, pero tampoco la obra los justificaría.
Pier Luigi Pizzi vuelve al Real -¿no va oliendo un poco tanta presencia de él o su entorno?- actualizando los personajes para acercarlos al «dolce far niente» de una capa de nuestra sociedad, con guiños al público que buscan su complicidad. Como casi siempre acierta con la plásticidad de los decorados y, esta vez, tambien con el movimiento escénico. Alberto Zedda saca juventud de la experiencia e imprime vigor a este reiterativo Rossini de tonos menores, discutiblemente programado en vez del «Turco» o la «Italiana». Gonzalo Alonso

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