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Por Publicado el: 12/01/2013Categorías: Crítica

RUSALKA (A. DVORAK). Gran Teatre del Liceu de Barcelona

RUSALKA (A. DVORAK)

Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 11 Enero 2013.

La Semana Fantástica de Barcelona termina con esta representación de Rusalka, que faltaba  en el escenario del Liceu desde el año 1965, cuando la representó una compañía checa de gira por el occidente europeo. Muchos me parecen 48 años de espera para una ópera tan excepcional como es Rusalka. A pesar de su indudable calidad, su presencia en los teatros de ópera españoles ha sido más bien escasa, siendo la última representación que yo recuerde la que ofreció ABAO en Octubre de 2005 en una preciosa producción de Claude Berutti, con Jiri Kout en el podio y Sondra Radvanovsky como la ondina.

A pesar de ser una ópera prácticamente desconocida en Barcelona, la decisión del Liceu ha sido la de ofrecer una producción moderna y rompedora, de las que parecen más adecuadas para obras vistas muchas veces, en las que se pretende aportar una nueva visión por parte del director de escena de turno. Me temo que el espectador poco avezado del Liceu habrá salido del teatro preguntándose de qué trata Rusalka.

El noruego Stefan Herheim es uno de los   directores de escena más apreciados en los últimos años, especialmente a partir de su producción de Parsifal en el Festival de Bayreuth. Indudablemente, estamos ante un director inteligente, original y profundo conocedor de las partituras que tiene que llevar a la escena, lo que no es siempre el caso con muchos de sus colegas que gozan de injusta fama.

Stefan Herheim hace una lectura muy personal de Rusalka, huyendo del cuento de la ninfa enamorada de un humano, obra en la que la naturaleza y el aspecto férico son fundamentales. En su lugar nos presenta a Rusalka – la ninfa en checo – como una prostituta de los bajos fondos de una ciudad marítima, que se enamora de su cliente marinero y quiere salir de su mundo abyecto, para terminar volviendo fatalmente a ejercer su oficio. El mayor problema del regista noruego es que ofrece un segundo drama, en paralelo, que es el de su padre y proxeneta, Vodnik o el Espíritu de las Aguas, que parece revivir su propia historia del pasado, tan lamentable como la que sufrirá su hija. Estas dos historias superpuestas exigen la presencia continua de Vodnik en escena, a veces como un doble del Príncipe, y no ayuda precisamente a entender la trama de la ópera, como lo atestiguan los comentarios que se podían escuchar a los espectadores en los pasillos del teatro. Esta visión de Herheim poco tiene que ver con la que Dvorak puso en música y más bien estamos ante una Hersalka que una Rusalka, propiamente dicha. Esta dramaturgia hace que Herheim elimine personajes (Guardabosques y Marmitón) y los sustituya por otros, haciendo cortes arbitrarios en la partitura en el tercer acto, y poniendo de nuevo en escena en el último acto a la Princesa Extranjera, que incluso canta algunas frases de Rusalka.

No soy ningún experto de propiedad intelectual, pero creo que la ley exige que las obras se ofrezcan tal como  las escribió su autor. No debería estar permitido que un director de escena pudiera alterar a su antojo un libreto o una partitura para ofrecer su propia visión de la obra. Mejor sería anunciar la ópera como de Stefan Herheim, basada en el libreto de Jaroslav Kvapil y acompañada de música compuesta por Dvorak para su ópera Rusalka.

Aparte de su dramaturgia personal, la producción de Stefan Herheim –  se estrenó en La Monnaie de Bruselas en Marzo del año pasado –  es magnífica, tanto desde una perspectiva puramente estética como en lo que se refiere a la dirección escénica. Estamos ante la obra de un artista que trabaja  profundamente y ofrece un espectáculo teatral de primerísimo nivel. La escenografía de Heike Scheele sitúa la acción en una calle de los bajos fondos  de una ciudad, con un bar de alterne a la izquierda y un sex shop a la derecha. Con cambios mínimos, pero muy bien hechos, en el segundo acto pasamos a la misma calle, pero en un ambiente más burgués, con un elegante bar a la izquierda y una boutique Pro Nuptiae (¡ni adrede tanta actualidad!) a la derecha. Volvemos al barrio inicial en el último acto. El vestuario de Gesine Völlm es muy adecuado, siendo particularmente divertido en lo referente a las 3 ondinas y al coro. Hay una estupenda iluminación por parte de Wolfgang Göbbel y unas proyecciones espectaculares  de videos acuáticos,  de FettFilm.

 

Lo que destaca por encima de todo es la dirección escénica de Stefan Herheim. Todos los personajes están muy trabajados, incluido el coro y los figurantes, que hacen una labor escénica magnífica. Herheim convierte la fiesta del Príncipe en un sueño de Rusalka, que ve a su marinero amado convertido en Príncipe, en una fiesta de Carnaval, que se desarrolla tanto en el escenario como en el patio de butacas del teatro.

En resumen, una magnífica producción de un extraordinario hombre de teatro, pero mejor sería que hiciera sus propias obras y dejara las que otros hicieron como ellos las escribieron. En su favor quiero añadir que Herheim se muestra – salvo en los cortes y cambios que introduce – muy respetuoso con la partitura.

Lo mejor de esta representación fue la dirección musical del británico Sir Andrew Davis, actual director titular de la Lyric Opera de Chicago, que volvía la Liceu, tras su debut en el teatro en una versión concertante de Thaís en el año 2007, en la que protagonista era Renée Fleming. La lectura musical de Andrew Davis ha sido muy buena, delicada e inspirada, obteniendo un gran rendimientote la Orquesta del Liceu, que tuvo una de las mejores actuaciones que recuerdo de esta formación. Alabanzas también para el Coro del Liceu, que aquí canta y baila, además de utilizar un vestuario que parecía inspirado en Botero.  Lo más criticable de la actuación de Sir Andrew Davis es lo referente a los cortes y cambios introducidos en libreto y partitura. Si él prefiere la versión de Herheim que la de Dvorak, mal vamos, pero si así se lo han impuesto, todavía peor.

El reparto vocal no ofrecía nombres de relumbrón y brillaron especialmente en sus interpretaciones escénicas, que fueron modélicas en todos los casos, entregándose en cuerpo y alma a las exigencias de la producción. Vocalmente, las cosas no anduvieron de la misma manera.

La soprano finlandesa Camilla Nylund hizo una Rusalka notable como interpretación y justita vocalmente. Esta soprano tiene un centro de no mucha entidad y unos graves casi inexistente, quedando mejor en la parte alta de la tesitura. El timbre es un tanto impersonal y no particularmente brillante.

Klaus Florian Vogt fue el Príncipe del libreto original y se trata de un tenor que no deja indiferente a nadie. Su voz es muy blanca y no se ajusta igual a todos los personajes que interpreta. He disfrutado en bastantes ocasiones de sus interpretaciones de Lohengrin, Walther o Parsifal, todos ellos personajes irreales y no heroicos. En cambio, en su paso por otros personajes, como Siegmund, Florestán – también en el Príncipe – su voz me resulta poco adecuada, aunque no hay duda de que se trata de un cantante de calidad incuestionable. Aparte de su para mí escasa adecuación vocal al personaje, a Vogt se le nota la frecuentación de personajes exigentes en el centro y hoy sus notas por encima del LA le crean serias dificultades, resolviendo con muchos apuros y algunas trampas su intervención final en la ópera.

El bajo austriaco Günther Groissböck se convierte en el auténtico protagonista de esta producción, encarnado el personaje de Vodnik. Su actuación escénica es irreprochable, pero vocalmente su instrumento no tiene la amplitud que exige el personaje. Sus graves no tiene mucha consistencia y a su centro le falta mayor autoridad. Entiendo que Hans Peter König no podría cantar en esta producción, pero mucho me acordé de él.

Ildiko Komlosi fue la Bruja Jezibaba, que aquí tiene un papel preponderante como florista en  la boca del Metro. Escénicamente, nada que objetar, pero vocalmente no resulta particularmente brillante, apretada por arriba y corta por abajo.

Emily Magee fue la Princesa Extranjera – o lo que ustedes quieran – y creo que ha sido la vez en que menos me ha convencido vocalmente. Este personaje es muy difícil de cubrir, ya que su tesitura está a caballo entre una soprano dramática  y una mezzo y ella no responde a estas características. La voz de Emily Magge no se proyectaba bien desde el escenario del Liceu y su falta de graves era más que notable.

Las tres ondinas son muy exigidas escénicamente en esta producción y lo hicieron muy bien en este sentido. Vocalmente, la mejor fue Vanessa Goikoetxea, mientras que la soprano coreana Young Hee Kim mostró una voz de dimensiones muy reducidas, y la mezzo Nona Javakhidze quedaba también corta en términos vocales.

Como ya he dicho más arriba, nos quedamos sin Guardabosques y Marmitón y en su lugar tuvimos una serie de personajes que el señor Herheim se sacó de la manga. De ellos lo más destacable fue Marc Canturri en el doble personaje de Cazador (está en la partitura) y Cura.

El Liceu volvía a ofrecer huecos en las localidades caras, en una entrada que rondaría el 90 % del aforo. El público se mostró cálido en los aplausos finales, aunque no hubo entusiasmo para ninguno de los artistas. La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 3 horas y 14 minutos, incluyendo dos intermedios de 51 minutos en total, a los que hay que añadir los 7 minutos iniciales, en lo que asistimos a las evoluciones de una serie de personajes en escena. Duración puramente musical de 2 horas y 16 minutos. Los aplausos finales se prolongaron durante 6 minutos. El precio de la localidad más cara era de 223 euros, siendo de 165 el precio de la butaca de platea. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 131 y 44 euros. Había entradas con visibilidad reducida o nula por 32 y 11 euros, respectivamente. José M. Irurzun

Fotografías: Cortesía del Liceu. Copyright. A.Bofill

 

 

 

 

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