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Las críticas a Fidelio en el Real
Por Publicado el: 15/05/2008Categorías: Diálogos de besugos

Sobre «Orfeo» en el Real

He aquí las críticas que van apareciendo en la prensa nacional del “Orfeo de Monteverdi en el Teatro Real. Curiosa uniformidad de opiniones de momento.

BECKMESSER.COM:

Orfeo en el Real
Se estrenó una nueva producción propia del «Orfeo» de Monteverdi en el Real. Nada que objetar a la matizada dirección musical de William Christie, bastante a la escénica de Pizzi. Producción muy costosa llena de lujos tan vistosos como superfluos. Sobra gran parte de los enormes decorados del primer acto y su desarrollo escénico, que distrae la atención de una música esencialmente intimista. «Orfeo» no es «Aida». Estas óperas han de resolverse hoy día con pocos decorados y mucha inteligencia en una iluminación, que ha de sugerir más que explicar.
Incomprensible la elección del barítono Henschel como Orfeo. Voz de mediocre calidad, engolada y basta interpretación. El Real ha perdido otra vez una gran oportunidad de apostar por la juventud: la de dar el papel protagonista a Gabriel Bermúdez. Vocal y escénicamente habría funcionado mucho mejor y todos los teatros necesitan crear sus ídolos propios. Bastantes aplausos orquestados, «lujoso aburrimiento» para muchos, todos excesivamente «Paganinis» – hasta los figurantes parece que vienen de fuera- y, también, algunos encantados con la vistosidad de la producción y la excelente dirección de Christie. Beckmesser

EL MUNDO
En la corte de Mantua

El coro funciona con perfecto empaste pero el barítono resulta un Orfeo frío y exterior

L’Orfeo
Autor: Claudio Monteverdi / Director de escena: Pier Luigi Pizzi / Director Musical: William Christie / Reparto: Dietrich Henschel, Maria Grazia Schiavo, Sonia Prina / Les Arts Florissants / Escenario: Teatro Real.
**
El reencuentro con la obra que, según opinión unánime, inaugura el género operístico sorprende por su frescura, intacta cuatro siglos después, y confirma la capacidad comunicativa de la híbrida combinación de música, canto, drama y relato. El carácter de fábula mitológica exacerba, desde nuestra perspectiva, la rica ambigüedad de unos seres que transitan de la vida a la muerte, atendidos por deidades de distinta influencia y categoría, sensibles a las cuitas que atormentan a los pobres mortales; tan pobres y mortales como cualquiera de nosotros, padeciendo igualmente por la pérdida de la persona amada, incapaces también de cumplir la sencilla condición de aguardar hasta la salida del infierno para volverse a contemplar el rostro idolatrado.
Pier Luigi Pizzi, en su sexto montaje para el Teatro Real, ha homenajeado el estreno remoto ambientando la acción en la corte, presumiblemente de Mantua, que emerge en el arranque con gran efecto de decorado y fanfarrias. La primera parte evoca en gestos y atuendos una representación antigua, y lo hace con brillantez que pronto se desliza hacia una cierta monotonía. En la segunda parte se busca con acierto el contraste, pues el héroe debe descender al abismo, que encontrará poblado de fantasmas canónicamente cubiertos de sábanas blancas. La impresión general es de competente y eficaz superficialidad.
Orquesta, coro y director son expertos en este tipo de música, como demuestran con el rigor de la ejecución y un bello sonido. William Christie pertenece a la escuela inglesa más preocupada por la fidelidad y el respeto a una tradición inasible, con el resultado parsimonioso y algo plano propio de semejante criterio. Los intépretes no están en el foso, sino frente al proscenio, en un afán de supuesta autenticidad que desequilibra la relación entre voces e instrumentos, que cada espectador ha debido percibir de un modo distinto dependiendo de su lugar.
El coro funciona con perfecto empaste y el reparto vocal transmite razonablemente las sutilezas del peculiar recitado. Maria Grazia Schiavo y, sobre todo, Sonia Prina despliegan un buen estilo en sus diferentes papeles. El barítono alemán Dietrich Henschel, tan valioso cantante como dúctil actor, no acaba de integrarse en el conjunto; a pesar de sus esfuerzos, resulta un Orfeo frío y exterior, cuyas diferentes angustias provocan una cierta indiferencia.
El público no debía estar para exigir mayores honduras y emociones, porque, antes de ser devuelto a la lluviosa primavera, aplaudió todo y a todos sin la menor vacilación. ALVARO DEL AMO

ABC:

Arquitectura efímera

ABC | 14 de May de 2008

ÓPERA «Orfeo» Autor: Monteverdi Int.: D. Henschel, M. G. Schiavo, S. Prina, L. De Donato, A. Abete, A. Prunell-Friend, Orq.: Les Arts Florissants. Dir. escena: P. L. Pizzi. Dir. musical: W. Christie. Lugar: Teatro Real. Fecha: 13-Mayo ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
Sigue vivo el debate sobre la interpretación de la música antigua ya sea trasladada al presente para recrearla con medios modernos o tratando de verla con los ojos que la contemplaron. En cualquier caso la tarea es difícil, incluso imposible. Hasta los más conspicuos historicistas lo reconocen asumiendo que la exacta reconstrucción sólo puede aspirar a dar forma a las fuerzas espirituales que hicieron posible la obra. Especialmente ante partituras abiertas como el «Orfeo» de Monteverdi, que no por casualidad se presenta ahora en el Teatro Real inaugurando la sucesiva programación, en próximas temporadas, de la gran «trilogía» monteverdiana, y no sin intención lo hace de la mano de dos especialistas en la materia: el director musical William Christie y el escénico Pier Luigi Pizzi.
Con razón, los espectadores que anoche acudieron al estreno quedaron impresionados ante el espectacular ascenso de la escenografía mientras la «Toccata» anunciaba el comienzo de la obra. Sorpresa con consecuencias inmediatas, pues de un lado la propuesta teatral de Pizzi se inclina, de inmediato, hacia una discutible recreación. La orquesta convertida en espectadores, otros más contemplando la acción y, en medio, el teatro dentro del teatro, un punto sofisticado en los vestidos y otro exagerado en el gesto, en la acción y en el paisaje, hasta configurar un algo hiperactivo y afectado. No es este el Pizzi estilista capaz de barrocos malabarismos. Ni ahí ni en la segunda y adormecida parte en la que las fuerzas del averno se llegan a cubrir con fantasmal sábana blanca provocando evidentes desajustes en la interpretación. Por no citar la discotequera contorsión con la que ninfas y pastores, con moderna vestimenta negra, rematan la obra cuando ya ha perdido fuerza. Un curioso y en cierta medida incomprensible desarrollo.
Aunque, a decir verdad, todo se une hacia un fin común ya que, en el otro lado, Christie tampoco pone las cosas fáciles. De su versión podrían esperarse contemplativas exquisiteces y algunas sirven de arranque a la obra, pero es obvio que pronto se diluyen en dos mundos distintos: el del foso con los instrumentistas de Les Arts Florissants y el del escenario con voces de insuficiente calidad, no siempre adecuada caracterización y escasa belleza. Le sucede a Dietrich Henschel críptico en la pronunciación del italiano, torpe en los adornos, más capaz en el registro central, desigual en la emisión, y escaso en la expresión. El culminante «Possente spirto» marcó el principio del fin. Sonia Prina se mostró tirante y desigual en su doble interpretación de La Mensajera y La Esperanza haciendo que la irregularidad de la materia primara sobre la intención. Y Maria Grazia Schiavo, con emisión poco agraciada, hizo una Euridice de limitado sentimiento tras dar sentido a La Música con tan forzados detalles que acabaron por distorsionar el discurso.
En cualquier caso llamó la atención la manera en la que se impone una forma de decir que extrema la retórica y que en vez de recrear el afecto acaba por convertirlo en una forma de exhibicionismo que, incluso, alcanza lo histriónico. Y es extraño pues es Christie intérprete y director capaz de volcarse hacia el esteticismo antes que a la vacua teatralidad. De algún modo igual que Pizzi, creador de paisajes, minucioso en las formas y habitualmente elegante. Será que la unión de fuerzas con polaridad semejante ha terminado por desequilibrar la reunión. Desde luego, no parece creíble que este «Orfeo», tal y como se presenta, sea capaz de intuir la espiritualidad de la obra. Por mucho que todo hiciera presagiar una más que adecuada corrección histórica.

LA RAZÓN:

ORFEO VUELVE AL REAL
Teatro Real
MONTEVERDI: L’Orfeo. Dietrich Henschel (Orfeo), Maria Grazia Schiavo (Eurídice, La Música, Proserpina), Luigi de Donato (Caronte), Soia Prina (Mensajera, La Esperanza). Les Arts Florissants. Dirección escénica: Pier Luigi Pizzi. Dirección musical: William Christie. 13 de mayo de 2008, Teatro Real.
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Curiosa insistencia: en sus apenas 11 años de vida como remozado teatro de ópera, el Real madrileño ha presentado ya dos producciones del “Orfeo” de Claudio Monteverdi, la que ahora se reseña, y la que en octubre de 1999 dirigiera Jordi Savall a Le Concert des Nations y la Capella Reial de Catalunya; entonces Gilbert Deflo se ocupó de la puesta en escena junto con el figurinista y escenógrafo William Orlandi. En las dos, el planteamiento ha sido afortunadamente historicista, con conjuntos que empleaban instrumentos de época.
El arranque del nuevo “Orfeo” no pudo ser más espectacular: al no-foso (cegado, los atriles a la altura de la primera fila de butacas) bajaron los instrumentistas del fabuloso conjunto Les Arts Florisants y ataviado con magnificente capa roja -que luego hará suya “Orfeo”- el director musical, el norteamericano William Christie, fundador del ‘ensemble’ en 1979; con la escena en oscuro, un tambor distante anunció la paulatina subida (¿desde los infiernos?) del palacio de los Duques de Gonzaga, emergente hasta adueñarse del escenario y desde el que los metales -sacabuches, cornetas y trombones- iniciaron la archifamosa Toccata que inaugura, de una u otra forma, todas las obras monteverdianas en Mantua (era la sonería oficial del Ducado). Pizzi y Christie –que no “Pixie” y “Dixie”, que diría una ex-ministra en el Parlamento- jugaron en todo el primer tramo de la pieza, Actos I y II, la carta de la recreación dentro de la recreación, esto es, la representación del estreno de “Orfeo” ante la Academia de los ‘Invaghiti’ el 24 de febrero de 1607, o el teatro dentro del teatro. Era esta la misma apuesta que, a fines de los 70, se plantearon Jean-Pierre Ponelle en lo escénico y Nikolaus Harnoncourt en lo musical, en lo que también fue recreación global de la trilogía de Monteverde “Orfeo” / “Ulises” / “Poppea”, como ahora pretende el Teatro Real para 2008-10.
Cuando se llegó a la segunda parte, con los actos “infernales”, el III y el IV, Pier Luigi Pizzi cambió de registro, y vistió con negros ternos modernos a cantantes y músicos, acaso reflejo de que la Arcadia era, fue, el paraíso y los tiempos modernos son el averno o su antesala. El aura ronca del regal, tocado por el propio Christie, enmarcaba la voz de “Caronte”, y los metales contestaban la voz de “Orfeo” desde los balcones del ennegrecido palacio. La “Moresca” final, Acto V, de regreso ya a una Tracia donde los árboles quedan lejos, se baila con gestos y contorsiones de discoteca, quizá porque el perfecto “Deus-ex-machina” de la aparición de •”Apolo” sólo trae (“¡Qué largo me lo fiáis” que diría Tirso) el consuelo de un más allá del más allá.
Dietrich Henschel, “Orfeo”, lleva camino de convertirse en el barítono todo terreno del Teatro Real: vale tanto para interpretar “El viaje a Simorgh” de Sánchez Verdú como para, yendo a la otra frontera cronológica del espectro canoro, recalar en el “Orfeo” monteverdiano. Era normal entonces y es normal hoy que un mismo cantante interprete varios papeles de la obra: Maria Grazis Schiavo marcó un hito al asumir sucesivamente a “La Música” en el Prólogo, a “Eurídice” luego y a “Proserpina” en la segunda parte. Seguramente no fueron los más grandes traductores posibles de los personajes, pero cumplieron adecuadamente dentro de un todo que pretendía ser eso, un anticipo barroco de la “obra de arte total” soñada por Wagner. José Luis Pérez de Arteaga

EL PAÍS:

Tan antigua, tan moderna
EL PAÍS – Cultura – 15-05-2008
Han pasado 30 años desde la emblemática trilogía monteverdiana de la Ópera de Zúrich con Harnoncourt y Ponnelle. El Teatro Real se lanza ahora a la aventura de recuperar las raíces de la ópera e inicia con L’Orfeo un recorrido a tres años vista por las óperas mayores y mejor conservadas de Monteverdi, con la garantía de homogeneidad que supone trabajar con los mismos directores musical y escénico: William Christie y Pier Luigi Pizzi, respectivamente. Hay que valorar la iniciativa de este proyecto y también del paralelo de programar otras óperas alrededor de la figura de Orfeo como las de Gluck y Krenek. También es loable la recurrencia a una orquesta de instrumentos de época como Les Arts Florissants.

El espectáculo está dividido en dos partes. La primera reproduce el ambiente de las habitaciones de la Corte de Mantua, en que L’0rfeo se estrenó. No hay foso orquestal. Los músicos y su director van vestidos de época. En la segunda parte la situación se normaliza -estamos en 2008- aunque se mantiene la escenografía de partida. El final es una explosión de alegría con bailes y movimientos de hoy. El mensaje es claro y alude a la pervivencia de la ópera. La realización es matizable.

Constituye un lujo contar con la presencia de William Christie con su orquesta y coros. Como en Il ritorno d’Ulisse in patria de Aix-en-Provence o en L’íncoronazione di Poppea de Lyon, Christie otorga un valor expresivo a las exigencias del «recitar cantando» y consigue cotas poético-dramáticas de gran intensidad que se manifiestan hasta en los valores musicales que adquieren los silencios. Los coros transmiten asimismo vitalidad y familiarización con este repertorio. La laguna principal de la representación se debe a la caracterización de Orfeo por Dietrich Henschel, que no alcanza en la música de este periodo sus niveles artísticos habituales, ni en la construcción del personaje ni en capacidad de comunicación. El resto del reparto es bastante equilibrado y de él sobresalen figuras consagradas como Maria Grazia Schiavo y Sonia Prina y otras emergentes como Xavier Sabata.

La puesta en escena tiene dos momentos espectaculares en el arranque y el final de la obra. Parte de una idea magnífica y se mantiene tal vez con más eficacia estético-histórica en la primera parte. No es fácil adaptar a los condicionamientos de un teatro una obra pensada para otro espacio. Pizzi transmite en general una sensación de movilidad pero no seduce con la misma intensidad en todas las situaciones dramáticas. Brilla en cualquier caso, en pensamiento y belleza plástica, para dotar a la representación de una atmósfera apropiada a lo que se está contando. Ayuda, junto a Christie, a reflejar que el tiempo pasa pero la obra maestra de Monteverdi se mantiene con la misma vigencia y renovada modernidad. J. Á. VELA DEL CAMPO

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