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Un “Réquiem” a la antigua
Impresionante “Sinfonietta”
Por Publicado el: 03/03/2006Categorías: Crítica

Solidez italogermánica

Ciclo de Ibermúsica
Solidez italogermánica
“Séptima sinfonía” de Mahler. Gewandhausorchester Leipzig. Ricardo Chailly, director. Auditorio Nacional. Madrid, 2 de marzo.
El director milanés Ricardo Chailly es una de las batutas más solicitadas en nuestros días y muy posiblemente su nombre alcanzará aún mayor prestigio cuando su colaboración con la Scala sea un hecho. Han sido muchos los años en que ha tenido poco acceso al templo lírico por excelencia. A Mutti no le hacía nada de gracia tener un competidor en la vecina Orquesta Giuseppe Verdi acechando el momento más propicio para saltar sobre la Scala.
Chailly ha visitado Madrid la mayoría de las veces junto a la Royal Concertgebouw, agrupación de la que fue titular en 1986 y de la que actualmente es emérito. Ahora la ha hecho con la Gewandhaus de Leipzig, una orquesta con una solidísima tradición, que combina la actividad sinfónica con su presencia en el foso de la ópera de la ciudad. El caso es que Chailly ha tenido tiempo de contagiarse de la corriente mahleriana que recorre el conjunto de Ámsterdam. La “Séptima sinfonía” de Mahler es probablemente, y con razón, la menos popular de sus sinfonías. Estrenada en Praga en 1908 con escaso éxito, tampoco obtuvo mucha mejor respuesta en Ámsterdam. Adorno, como recuerda Luis Iberni en sus notas la programa de mano, la calificó de “gigantesco mamotreto simbólico” y han sido muchos sus detractores. Así el mismo Bernstein, gran evangelista mahleriano, escribió de sus «exageraciones», de lo íntimo a lo estruendoso y de lo refinado a lo vulgar. De ahí que resultan cuanto menos sorprendentes comentarios del público a la salida del tipo de “¡Qué obra más bonita!” e incluso los vítores con los que el público premió la lectura de Chailly, méritos directorales aparte. Y es que Mahler aún sintetiza menos en ella que en sus demás sinfonías. Demasiada acumulación de ideas, de otro lado no especialmente brillantes, y demasiado barullo. Abundan los pasajes farragosos, sin que novedades como el corno tenor, la mandolina o la guitarra logren que levante el vuelo. Al margen de sus dos nocturnos, las sonoridades predominantes son monumentales, un canto a la naturaleza que discurre en cierto modo paralelo al de la “Alpina” de Strauss.
Chailly tuvo el gran acierto de impregnar de luz latina el desconcertante mensaje de la partitura y el poderoso sonido de la Gewandhaus. Allanó la obra para el público y obtuvo su recompensa. Gonzalo ALONSO

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