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Por Publicado el: 21/12/2020Categorías: Colaboraciones

Sonatas para piano de Beethoven. Historia de un viaje fascinante

Sonatas para piano de Beethoven

Historia de un viaje fascinante

Nacido entre 1795 y 1822, el conjunto de las 32 sonatas para piano de Beethoven supone el mejor itinerario para seguir de modo preciso, cabal y completo su asombrosa evolución, la transición desde el clasicismo musical al pleno romanticismo. También las interacciones, regresos y huellas en esta metamorfosis fascinante, en la que el arte -testimonio del pensamiento y las sensibilidades- se adapta al momento histórico y social. O mejor, el creador deja nacer y fluir su obra como consecuencia de su tiempo y de la percepción que de él tiene. No yerra Daniel Barenboim cuando dice que “las sonatas de Beethoven tratan de la más íntima naturaleza de la condición humana”.

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Ludwig van Beethoven

Pensar en esta transición asombrosa del clasicismo al romanticismo, del hombre clásico al romántico, del Beethoven de las primeras sonatas al ciudadano libre que tacha el título de “Bonaparte” de su Tercera sinfonía al enterarse de que Napoleón se ha hecho coronar Emperador de Francia, y lo cambia por su nombre definitivo de “Heroica”, supone apreciar y adentrarse en uno de los momentos más hermosos de la historia de la humanidad. Y ese momento, esta transición radical; el abismo que media, por ejemplo, entre la insinuación de Las Bodas de Fígaro y la reivindicación rotunda del hombre libre que contiene Fidelio, sería impensable sin el acontecimiento decisivo de la Revolución de 1789. Y Beethoven, y desde luego sus 32 sonatas para piano, son hijos de la Revolución Francesa. Repasar sus 32 escalas es la fascinante historia de un viaje de 27 años al corazón del romanticismo.

El vehículo y la base de este viaje sin retorno es el piano, cuya evolución es pareja a la transformación social y estética que experimenta la sociedad europea. Y es precisamente en el revolucionario Beethoven donde es más palmaria la evolución de los primeros pianos -o fortepianos– a los sofisticados modelos actuales. Es él quien recoge de primera mano la herencia de Haydn, Mozart, Clementi y otros pioneros y la lleva a la plenitud romántica. Desde sus tempranas tres primeras sonatas (las Opus 2, que dedica precisamente a Haydn) hasta las cimas de las últimas, plenamente inmersas en el Romanticismo, Beethoven traza un camino irrenunciable paralelo a los cambios sociales derivados de la Revolución de 1789.

Según algunas fuentes, Beethoven era un mediocre pianista, a pesar de haber obtenido en sus primeros años cierta reputación como intérprete. Para el editor y constructor de pianos Camille Pleyel, “carecía de escuela y no era un verdadero pianista”. Los testimonios de quienes lo escucharon inciden en sus movimientos bruscos, en su “inaudita y a menudo desenfrenada rudeza al tocar y en la búsqueda de un excesivo volumen sonoro”. Sin embargo, otros juicios menos severos sostienen lo contrario, y coinciden en admirar “su incomparable expresión, la intensidad emocional de sus interpretaciones y la profunda inspiración que contagiaban”. Sí era unánime el reconocimiento de sus facultades cuando improvisaba al teclado.

Una valiosa y fiable referencia para conocer al Beethoven pianista es su alumno Carl Czerny (1791-1857), hoy célebre por sus muy trabajados estudios para piano. Escribe Czerny en su interesante libro de memorias Erinnerungen aus meinem Leben (1842) (Recuerdos de mi vida): “Su comportamiento al tocar era magistralmente quieto, noble y bello, sin la más mínima mueca (sólo empezó a inclinarse hacia delante a medida que la sordera avanzaba), sus dedos eran muy poderosos, no eran largos y se habían ensanchado en las puntas de tanto tocar. Cuando enseñaba, ponía mucho énfasis en la correcta posición de los dedos”. “Era sorprendente”, prosigue Czerny, “cómo leía rápidamente a primera vista cualquier composición y lo bien que las tocaba. Bajo este aspecto era inigualable. Su ejecución era siempre clara, nítida y severa. Interpretaba magníficamente los oratorios de Händel, las óperas de Gluck y las fugas de Bach”.

Quizá la clave de estas opiniones tan diversas la aporta el compositor Carl Ludwig Junker (1768-1854), quien en 1791 -cuando Beethoven aún no había escrito ni una sola obra relevante para el teclado- relacionó “el altísimo nivel de su pianismo con el descubrimiento de una manera de tratar el instrumento totalmente diferente de cualquier otra”. De hecho, Beethoven se plantea desde el primer momento independizarse de la técnica digital que había heredado de la tradición clavicordista y organística alemana, fundamentalmente a través de su profesor en Bonn, el conocido organista Christian-Gottlob Neefe.

Como advierte Ernesto de la Guardia en su conocido estudio de las 32 Sonatas para piano de Beethoven, “éste no escribe para el piano, no piensa en absoluto en el instrumento, sino en una abstracción idealizada del mismo”. De hecho, todas las sonatas de su primera época –y algunas de la segunda, como la famosa Sonata Claro de Luna, de 1801, cuyo epígrafe dice: “Sonata quasi una fantasia per il clavicembalo o Piano”- fueron destinadas indistintamente al clave o al piano. Desde los oídos contemporáneos, acostumbrados al sofisticado piano moderno, esta ambivalencia parece asombrosa. Pero hay que considerar que la sonoridad, posibilidades y registros dinámicos del incipiente piano que conoció Beethoven nada tenían que ver con los actuales. De hecho, el sonido de aquel instrumento en ciernes para el que escribe Beethoven se acercaba más al del clavicémbalo que al de los actuales pianos.

Siempre se ha hablado de las tres etapas creativas de Beethoven. La primera, aún clásica y muy influido por Mozart y sobre todo por Haydn (con quien Beethoven trabajó en Viena en 1792 y 1793; también, dos años después, con Antonio Salieri), se expande desde 1795 –año en que compone las Tres sonatas opus 2, dedicadas precisamente a Joseph Haydn– hasta 1800, cuando concluye la Sonata opus 22, en Si bemol mayor, obra que Beethoven asombrosamente, consideraba como “mi sonata preferida”.

Todas las sonatas de este primer periodo están escritas –así rezan las partituras- “para el pianoforte o el clavecín”. Incluso algunas del segundo, como la Sonata Claro de Luna. Sin embargo, dentro de ellas, y a pesar de existir una evolución absolutamente clara, no hay una línea  clara… Piénsese en la Sonata Patética, número 8, opus 13, que compone en 1798, con 28 años. Los dos primeros movimientos parecen absolutamente del segundo período, incluso algunos momentos anticipan el último estilo. Asombrosamente, el tercer movimiento, el rondó final, es genuinamente mozartiano.

El ciclo, en su imparable evolución, presenta nuevas sonoridades, audaces experimentos y un universo expresivo absolutamente novedoso, hasta el punto de que las últimas sonatas aún hoy, dos siglos después de su creación, siguen impactando por su lenguaje introspectivo y avanzado, así como por sus exigencias pianísticas. Con Beethoven, y también con Weber y Schubert, comienza un mundo nuevo definitivamente alejado de los vetustos clavicordios y clavicémbalos. Con el nuevo estilo romántico, surgido de la Revolución de 1789 y con los aires revolucionarios que truecan el mundo y sus hábitos, el piano se adapta a los nuevos gustos estéticos y experimenta a lo largo del siglo XIX una gigantesca evolución y auge; tanto en su implantación social -la fabricación pierde su origen artesanal para adaptarse de pleno a la nueva sociedad industrial- como en el repertorio. De hecho, durante el Romanticismo se convierte en el eje de la vida musical y protagonista de la inspiración de la mayoría de los compositores.

Desde las más haydnianas que mozartianas tres primeras sonatas;  desde la temprana Patética; las dos fantasiosas sonatas del opus 27 (la segunda de ellas es la famosa Claro de luna); la tempestuosa Appassionata; la revolucionaria y laberíntica Hammerklavier, hasta las definitivas y “futuristas” sonatas opus 110 y 111, Beethoven traza un camino sin retorno que marcará con nitidez los nuevos senderos románticos.

Entre 1817 y 1818 compone Beethoven la Sonata número 29, opus 106, en Si bemol mayor, que muy significativamente y nada casualmente denomina “Hammerklavier”, es decir, “piano de macillos”. Muy atrás quedan ya sus primeras sonatas, opus 2, y todas las restantes de su primera época –y algunas de la segunda- destinadas, como ya ha sido señalado, indistintamente al clavicordio o al piano. Rotundamente diferente, como una nueva vuelta de tuerca al destino, es la Sonata en do menor, opus 111, que marca la culminación de todos los procesos de condensación y depuración del lenguaje expresivo. Esbozada y perfilada entre 1820 y 1821, pero no concluida hasta enero de 1822, la última sonata para piano cierra el largo viaje con una tan inesperada como prodigiosa Arietta, un milagro en forma de variaciones que Beethoven requiere “Adagio molto, semplice e cantabile”. Cinco variaciones que se suceden sin interrupción, a través de una escritura cuya profundidad técnica y expresiva rebasa el ámbito convencional de las variaciones e invita pensar, como escribe José Luis García del Busto, “en metamorfosis, transformaciones o recreaciones temáticas de largo alcance musical”. Cuando al final, tras tan largo y hondo recorrido, reaparece el tema en su extrema sencillez, se siente la certeza  de que Beethoven cierra un itinerario jamás antes transitado, que abre las puertas –aún abiertas- de un futuro inescrutable.

Tras la estela sembrada por Beethoven y Schubert, músicos como Charles-Valentin Alkan, Fryderyk Chopin, Carl Czerny, Heinrich Herz, Friedrich Kalkbrenner, Felix Mendelssohn-Bartholdy, Ignaz Moscheles, Friedrich Wilhelm Pixis, Ferdinand Ries, Robert Schumann o Sigismond Thalberg serán pioneros, desde el piano, del nuevo movimiento estético, al que el teclado sirve como medio ideal para su imparable expansión. Sus posibilidades expresivas, con sus dinámicas extremas, capacidades armónicas y melódicas, así como la opulencia sonora y tímbrica, se convertirán en consustanciales del lenguaje romántico. Sin Beethoven y particularmente sin sus sonatas para piano, el mundo del teclado y su formidable repertorio serían hoy radicalmente diferentes. Justo Romero

Consulte toda la serie dedicada a celebrar el 250 aniversario de Beethoven siguiendo estos enlaces:

Beethoven, principio y fin

Beethoven, el falso romántico.

Cronología de la vida de Beethoven.

Discografía de Beethoven 250 años después.

Beethoven y España.

Fidelio: un mensaje ambiguo.

Beeethoven: la soledad del amante.

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