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Fallece Giulietta Simionato, mezzo entre dos épocas
Por Publicado el: 21/05/2010Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Suso Mariategui

Suso Mariategui
Hace apenas tres semanas celebrábamos un sesenta cumpleaños un grupo de amigos. Gabriel Bermúdez cantó una selección de «La bella molinera» acompañado por Edelmiro Arnaltes. Suso se brindó gentilmente a recitar previamente, teatralizando en español, cada una de esas canciones, que él mismo había interpretado tiempo atrás. Alos tres realizaron un trabajo estupendo. Hace cuatro días cenaba con él y Edelmiro en «The Garage» de Nueva York, escuchando jazz de fondo, y al día siguiente nos volvíamos a citar para la última «Armida» de Renè Fleming en el Met.
Hoy viernes, aún de viaje, reviso el correo en el iPhone y me encuentro con un email de Edelmiro. Lo abro, esperando sea uno más de los tan divertidos a que acostumbra, pero leo: «Tengo una tristísima noticia. Suso acaba den morir esta noche de un ataque al corazón…. Esto es muy duro». Aún no me lo puedo creer y supongo que Edelmiro tampoco.
Suso, nacido en Las Palmas hace 69 años y de donde es hijo predilecto, estudió en la famosa “Hochschule für Musik und Darstellende Kunst” de Viena y durante tres años trabajó el lied con el célebre Anton Dermota. Desde entonces alternaría este género con el oratorio y la ópera. Cantó por toda Europa: Sala Verdi de Milán, Opera de Teherán, Brucknerhaus de Linz, Festival de Viena, Festival de Wexford, Festival de Opera de Madrid, Festival de Música de Canarias, Gran Teatro del Liceo de Barcelona, Teatro San Carlo de Lisboa, Teatro Nacional de Caracas, Auditorio Nacional de Madrid, Teatro de la Zarzuela de Madrid, Palaus de la Música de Valencia de Barcelona, etc.
Sus recitales, como el titulado «De Monteverdi a los Beatles o una Historia del Canto», siempre tuvieron un toque personal. Además de recordadas interpretaciones, como las de Tamino, Ernesto, Nemorino o Don Ottavio, realizó auténticas recreaciones de papeles como el Inocente de “Boris” o el Cisne de “Carmina Burana”, gracias a una voz que The Sunday Times definió como “de timbre único, como una delicada trompeta” y, sobre todo, su musicalidad e inteligencia artística. Otra de las características de Suso era la perfecta dicción, todo se le entendía y pronunciaba a la perfección en varios idiomas. Strauss y Britten fueron de sus preferidos, pero también abordó a de Pablo o Küchl.
Ningún asistente podrá olvidar jamás sus lecciones en la Escuela Reina Sofía junto a Kraus o en los cursos de la Complutense en El Escorial, porque amaba lo que hacía y sabía transmitirlo con gran amenidad. Era modelo de energía y entusiasmo, cualidades que siempre contagian. Dejó escritas las “103 reflexiones sobre la voz y el canto” y sobre ellas tuvimos más de una discusión en nuestras cenas en El Escorial con Magdalena Manzanares y Arturo Reverter.
Con todo, era categoría personal lo que sus amigos valoramos ante todo. Cuando se encuentre con San Pedro en las alturas, seguro que le cantará el Inocente y le contará el último chascarrillo de aquí abajo. Le abrirá las puertas de par en par. Allí han ganado una persona estupenda, la que aquí hemos perdido.
Gonzalo Alonso

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