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Por Publicado el: 05/10/2014Categorías: Crítica

Tannhäuser en Dresde: Konwitschny enmienda la plana a Richard Wagner

TANNHÄUSER (R. WAGNER)
Semperoper de Dresde. 3 Octubre 2014

Todos los amantes de la ópera conocen la estrecha relación entre Richard Wagner y la ciudad de Dresde, donde estrenó 3 de sus óperas. La Semperoper sigue manteniendo su fidelidad al compositor y el público responde una y otra vez, habiéndose repetido el lleno absoluto de costumbre, cuando de óperas wagnerianas se trata.

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Se ha repuesto la producción de Peter Konwitschny que se estrenara en 1997 y lleva con ésta 67 representaciones en el teatro. A pesar del tiempo transcurrido desde su estreno y de las muchas veces que se ha representado, confieso que nada sabía de la producción y de ahí mi curiosidad por ver qué haría Konwitschny, quien tan dado es a ofrecer lecturas iconoclastas y transgresoras. La verdad es que casi no podía dar crédito a lo que veía, ya que los dos primeros actos de la ópera transcurrieron dentro de una gran tradición, independientemente de que la escenografía o el vestuario pudieran ser más o menos adecuados y atractivos, siempre con la inclinación del regista alemán a tomarse poco en serio los dramas wagnerianos. Como no podía ser de otra manera, Konwitchny salió a la palestra en el último acto con su propia versión de la ópera, que no tiene mucho que ver con la que escribiera Wagner. Elisabeth también muere aquí, pero no de pena por la desaparición de Tannhäuser, sino que se suicida cortándose las venas con el espadón de Wolfram y en brazos de éste. Un final poco apropiado para llegar a ser canonizada. Poco después llega de Roma Tannhäuser, quien se encuentra con su amigo Wolfram, pero no ve el cadáver de Elisabeth, aunque no puede estar más a la vista. Finalmente, también Tannhäuser se suicida, él cortándose la yugular, quedando ambos amantes muertos a los pies de nada menos que Venus, en una composición estética que recuerda a una famosa Piedad.

La escenografía de Hartmut Meyer ofrece un escenario en forma de concha para el Venusberg, que funciona bien, un concurso de canto bastante tradicional y una escena final sin mayor interés. El vestuario se debe a Ines Hertel y resulta muy poco atractivo, particularmente en lo que se refiere a los invitados, que parecen vestidos en un outlet. Lo que nunca falta en una producción escénica de Peter Konwitschny es una notable dirección de actores y masas. Sus trabajos escénicos están muy lejos de plantar a los cantantes y al coro en escena y eso siempre es de agradecer.

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La dirección musical estaba encomendada al joven Cornelius Meister, habitual en este teatro y que lleva una carrera muy notable a sus 34 años de edad. Su lectura no me ha resultado particularmente convincente ni emocionante. Ha demostrado un gran control de todas las fuerzas a sus órdenes y la corrección nunca ha faltado, pero yo tiendo a dar una gran importancia a la emoción en la ópera y ésta ha estado un tanto ausente. En general, sus tiempos fueron demasiado lentos. La Staatkapelle Dresden me defraudó un tanto durante el primer acto. Yo esperaba más de ellos, como lo han demostrado en otras ocasiones. Mejoraron notablemente en la continuación. Algo parecido puedo decir del Staatsopernchor Dresden, por debajo de otras veces, especialmente en la parte de hombres.

El americano Stephen Gould era Tannhäuser y volvió a demostrar que hoy por hoy tiene la primacía en estos tenores dramáticos y particularmente exigentes, como puede ser el caso de Sigfrido y el propio Tannhäuser. Muy pocos han sido siempre los tenores capaces de hacer justicia al rol de Tannhäuser, uno de los más exigentes de todo el repertorio. A las dificultades de sus intervenciones en el Venusberg, se añade la difícil tesitura del segundo acto y, como colofón, el extenuante relato de Roma. Stephen Gould no es un dechado de sutilezas y matices, pero el instrumento es amplio, poderoso, bien timbrado y es capaz de superar todas las dificultades que Wagner puso en la partitura. Con más elegancia y un canto más matizado podría ser un Tannhäuser perfecto. La perfección no es de este mundo.

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Stephen Gould y Elisabet Strid

La soprano sueca Elisabet Strid fue la intérprete de Elisabeth y su actuación fue buena, una vez superadas algunas dificultades en su entrada en escena con Dich, teure Halle. Sus intervenciones a favor de Tannhäuser en el concurso de canto fueron muy convincentes, quedando algo corta de emoción en la Plegaria del último acto. La voz es adecuada y tiene un timbre atractivo, aunque algo impersonal.

Rara es la vez en que Wolfram Von Eschenbach no se lleva el gato al agua del triunfo, ya que la música que le dedicó Wagner a este personaje es de las que entran en la categoría de lo sublime. Markus Brück fue un intérprete muy adecuado, cantando con intensidad y muy buen gusto, especialmente la Canción de la Estrella. Siempre me ha parecido un estupendo cantante y lo ha vuelto a demostrar. La pena es que la figura no le acompaña.

Georg Zeppenfeld fue un sólido Landgrave, cantando con autoridad y buen gusto su romanza del segundo acto. Es uno de los valores más sólido de la compañía de Dresde. La alemana Alexandra Petersamer fue una discreta Venus, con un centro adecuado, pero un tanto destemplada por arriba y muy débil por abajo. Los personajes secundarios estuvieron bien cubiertos. El tenor Ulrich Ress fue un Walther de voz bien emitida y de no mucha calidad. Sonoro el Biterolf de Tilmann Rönnebeck. Correctos tanto Aaron Pegram en Heinrich como Jörn Schümann en Reinmar. Emily Dorn exhibió una voz atractiva en el Pastorcillo.

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La Semperoper agotó sus localidades. El público se mostró cálido con los artistas, dedicando las mayores ovaciones a Markus Brück y a Stephen Gould.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 4 horas y 17 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 3 horas y 20 minutos, posiblemente la lectura más larga que he escuchado de esta ópera en la versión original de Dresde. Ocho minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara (Palco Central) era de 140 euros. La butaca de platea costaba 115 euros, aunque había localidades en el patio de butacas por 85 euros. La entrada más barata costaba 33 euros.  José M. Irurzun

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