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Por Publicado el: 04/10/2014Categorías: Crítica

Inicio a toda potencia de Ibermúsica con Jurowski

Ciclo de Ibermúsica

Inicio a toda potencia de Ibermúsica

Obras de Prokofiev, Shostakovich, Dvorak y Rachmaninoff. Jean-Efflam Bavouzet y Alexander Ghindin, piano. Orquesta Filarmónica de Londres. Vladimir Jurowski, director. Auditorio Nacional. Madrid, 1 y 2 de octubre.

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El mejor ciclo de conciertos -festivales aparte- que se desarrolla en Europa ha comenzado por todo lo alto y a plena potencia. Esta edición casi supone el traslado a Madrid de todas las orquestas de Londres, ciudad a la que miran muchos españoles ante la situación que se vislumbra. Buen puente de unión en el hipotético tránsito a cargo de la Sinfónica de Londres, la Philharmonia, City of Birmingham o la misma Filarmónica de Londres que ha inaugurado una serie en la que también figuran Gewandhaus, Concertgebouw, Gustav Mahler Jugendorchester, Halle, Sinfónica de Bamberg, etc. Once conciertos en cada una de sus dos series que, ciertamente, no son baratos, pero sí mucho más de lo que cuesta escuchar a las mismas agrupaciones en ciudades como Lucerna. Allí una entrada para el Concertgebow supone 350€ mientras que aquí 168€. La comparación se contrapone a lo que sucede por ejemplo en el Teatro Real, en donde la entrada más cara en  una primera función de una producción que se repone por quinta vez con un reparto mediocre cuesta la friolera de 381€. La butaca para la primera de la nueva producción de «Manon Lescaut» en Munich con Netrebko y Kaufmann vale 240€. Tampoco hay excusa para acudir a cualquier concierto suelto de Ibermúsica, puesto que no hay problema de localidades y existen amplias políticas de descuentos.

Los dos conciertos de apertura han coincidido en el repertorio ruso, salvo la excepción de la bella e infrecuentísima «La bruja del mediodía» de Dvorak.

Jean-Efflam Bavouzet desgranó el «Primer concierto para piano» de Prokofiev, dando rienda suelta a la fantasía que requiere y con capacidad para no quedar apagado ante la inmensidad sonora de la orquesta. No tuvo problema alguno en esto último, con el poco popular, difícil pero algo insustancial «Primero» de Rachmaninoff, el también pianista Alexander Ghindin, prácticamente desconocido por estos lares con técnica prodigiosa, aunque un poco dado al «piñón fijo».

El segundo programa fue cerrado por las «Danzas sinfónicas» de este último autor en una versión impecable de Vladimir Jurowski. Sin embargo lo mejor fue la «Octava» de Shostakovich de la primera jornada. Magnífica orquesta en conjunto y en cada uno de sus atriles solistas con un director a su frente, su titular, de gestos tan claros y precisos, con batuta o sin ella, como sus ideas. Un director capaz de crear climax, de arrollar en la sonoridades del tutti en forte, pero también de musitar los pianos. Sinceramente no hay muchos así. Una lectura que nada tuvo que envidiar a la legendaria de Haitink con la Sinfónica de Londres en el Festival de Granada de 2000, como recordaba José Luis Pérez de Arteaga en sus formidables notas al programa de mano. Gonzalo Alonso

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