Crítica: Teatralidad y drama con la OSCyL en el Auditorio Nacional
Teatralidad y drama
Obras de Berlioz y Chaikovski. Antoine Tamestit, viola. Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL). Dirección musical: Thierry Fischer. Ciclo Sinfónico 11 de la OCNE 24/25. Sala Sinfónica. 19 de enero

Antoine Tamestit
Con expectación se acogía la visita de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL) a cuenta de la calidad del conjunto por un lado, y por el otro por un programa que apostaba por la sonoridad heroica y exaltada de piezas sin ningún sentido de la contención. La primera de ellas, Harold en Italia, op. 16, de Berlioz, es una de las cimas de la escritura violística, capaz de trasladar a la partitura la complejidad del universo de Lord Byron, su acidez y su sentido crítico.
La visión completamente teatral de la obra de Antoine TamesTit ayudó a desarrollar el trasunto dramático, apareciendo el solista con la obra ya empezada por uno de los laterales del escenario y moviéndose para dramatizar sus intervenciones alrededor de las distintas familias de instrumentos, incluyendo una breve subida al podio de Thierry Fischer. La voz de la viola era la protagonista de la historia y el sustrato orquestal que la acompaña pasaba de lo descriptivo a lo diegético consiguiendo, por ejemplo, asustar físicamente a la viola en el inicio del cuarto movimiento, “Orgie de brigands”, o dibujando el lirismo de sus últimos momentos al lado de la arpista.
Pocos compositores han entendido mejor la tímbrica que Berlioz, que consigue en esta desclasada sinfonía evocar mundos sin acudir de forma tan reiterada a la palabra, proponiendo las atmósferas en subtítulos sugerentes. TamesTit se plegó a cada idea de Berlioz, a cada anotación de la partitura, ya desde el propio inicio en esa primeras “Escenas de melancolía, de felicidad y de alegría”. No evitó el desbordado lirismo romántico de algunos fragmentos, resolviendo con aparente facilidad los pasajes cadenciales y buscando la sutileza como en el juego de armónicos del segundo movimiento.
La labor de la OSCyL aquí no es la de mero acompañante sino protagónica, y mantuvo la tensión durante los distintos episodios, acoplándose a la visión melancólica de héroe del pasado que Tamesit cantó. Como propina, una transcripción a viola del Preludio de la Suite para chelo n.º 1 de Bach, ovacionada repetidamente.
Para la segunda parte quedaba otro ocho mil sinfónico, la Manfred, op. 58 de Chaikovski, una especie de Mahler antes que Mahler si hablamos de desarrollo de la tímbrica de los metales. La lectura de Fischer huye de la trivialidad, del exceso volumétrico, para ahondar desde el “Lento lugubre” en el contraste y en los silencios expresivos.
Cada motivo fue cantado por la OSCyL con expresividad y emoción medidas como parte de una construcción dramática mayor, que apuntaba hacia un estallido planificado. La sinfonía posee muchas esquinas, con entradas descubiertas y saltos interválicos poco gratos que las secciones de cuerda resolvieron sin sacrificar el lirismo cuando convenía o la rusticidad. Tal vez el momento de mayor calado llegó con el tercer movimiento, “Pastorale”, desde la propia introducción del oboe, pasando por el emotivo contracanto de las trompas o la hermosa intervención de las flautas. Fischer explicó no solo cómo puede sonar Chaikovski sino cómo contárselo con gesto claro a una orquesta.
En fin, un programa largo, gigante en cuanto a exigencias y resuelto con nota. Una visita agradecida.
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