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Sobre la apertura de temporada en la OCNE
Las opiniones de nuestros críticos nacionales a "Bodas de Fígaro" en el Real
Por Publicado el: 30/09/2009Categorías: Diálogos de besugos

Tres frente a uno

Dos (El Mundo y La Razón) de las críticas publicadas a la «Lulu» del Real son más o menos coincidentes, otra un tanto dubitativa (El País), mientras que la de ABC discrepa abiertamente y escribe que no tienen razón los que no opinan como él. Aquí van:

El MUNDO
Europa era una mujer fatal
El Teatro Real abre la temporada con un montaje a un paso de la versión concierto
‘LULÚ’
Director de escena: Christof Loy. Director musical: Eliahu Inbal. Intérpretes: Agneta Eichenholz, Jennifer Larmore, Heather Shipp, Will Hartmann, Gerd Grochowski, Paul Groves, Franz Grundheber. Escenario: Teatro Real.
La coproducción con el Covent Garden londinense destruye la gran riqueza dramática y la significación histórica de la obra con un simplismo y una pobreza que aparecen desde el inicio y se van imponiendo hasta que el estupor del público opta por la resignación o por el abandono, como hizo un tercio de los espectadores del patio de butacas después del primer acto. Si se renuncia a la estética expresionista hay que proponer algo más que un esquemático melodrama burgués con todos vestidos de negro sobre un fondo de paneles grises, sólo en un momento traslúcidos. Resulta suicida renunciar a las imágenes, uniformizar los escenarios, reducir la gestualidad a un cierre de cremalleras y a un quitar y ponerse chaquetas.

Quizá por primera vez en la historia de la Ópera, el arte lírico, acostumbrado a transitar libre y despreocupadamente por las cómodas convenciones de la mitología o de la narración imposible, se decidió a hablar del aquí y del ahora. La obra de Alban Berg no es una crónica, ni tampoco se molesta en respetar la lógica de la verosimilitud, pero sí capta y transmite la atmósfera irrespirable de la Europa de entreguerras, cuando el fin del primer cataclismo bélico mundial se diría que preparaba el terreno para el segundo, mucho más devastador. El grupo de criaturas zarandeadas alrededor de una mujer fatal demuestra que la fatalidad no consiste tanto en el cruel egoísmo de ella, sino en una generalizada putrefacción que afecta tanto a la moral como a la psicología, contaminando por igual sentimientos personales y movimientos sociales. La hembra supuestamente malvada acaba siendo la propia Europa, un continente empeñado en una inmolación masiva, con un apetito de muerte y destrucción que se desprende de la música de Berg, transida y rigurosa, capaz de hurgar en el dolor, la desolación y la ruina a través de la relectura de una serie de formas clásicas que sirven tanto de modelo como de inspiración.

Eliahu Inbal, aquejado sin duda de una cierta rigidez por el soplo gélido que le llega del escenario, no ha podido profundizar en la partitura con el detalle que tan exquisita música merece, y ofrece una lectura reconocible y de bello sonido, bien respondido por una orquesta que no revela incomprensión alguna frente a una obra tan comprometida. Pero la influencia letal del montaje oscurece la interpretación musical.

El reparto, limitado igualmente por el erróneo criterio escénico, se ve también constreñido, y da una versión aproximada de los insondables conflictos que allí bullen y se agitan. La protagonista es encarnada por la joven soprano sueca Agneta Eichenholz, con voz algo ligera, pero de un modo muy convincente; su fragilidad personal, su buena técnica vocal, y su estudio del personaje brillarían y brillarán en otras producciones más logradas.

No es éste un título que se represente con frecuencia. Los espectadores que llegaron al final aplaudieron a músicos y cantantes y abuchearon a los responsables del montaje; sin estruendo, porque el mayor reproche consistía en los clamorosos vacíos de la sala. ÁLVARO DEL AMO

LA RAZÓN
Desbandada en el Teatro Real
Más de 600 personas abandonaron el patio de butacas en el estreno de «Lulú», ópera que abrió la temporada
«Lulú»
De Alba Berg. Voces: Agneta Eichenholz, Jennifer Larmore, Gerd Grochowski, Paul Goves, Will Hartmann, Franz Grundheber… Director musical: Eliahu Inbal. Director de escena: Cristof Loy. Teatro Real, 29-IX-2009.
Ha habido un buen foso en esta ocasión. La orquesta Sinfónica de Madrid estuvo muy atenta y muy cumplidora en todas sus familias y llegó a alcanzar inesperados niveles de virtuosismo en pasajes fugato, en escalas, en vertiginosas figuraciones. Se plegó a las indicaciones del director de orquesta Eliahu Inbal, cuya batuta, menos precisa que antaño, ha desentrañado el complejo entramado sonoro serial de Alban Berg. Los intermedios han tenido temperatura y ciertas frases líricas, de cargado cromatismo, han sido bien acentuadas y modeladas. Se ofreció la versión entres actos concluida por Cerha, pero se suprimió de ella el intermedio cinematográfico. La protagonista, una joven herida y traumatizada cuyos actos tienen algo de mecánico, fue incorporada de manera muy solvente por la sueca Agneta Eichenholz, una lírico-ligera de timbre metálico, suficiente extensión e imperfecta coloratura.
Nos convenció en mayor medida el Schön/Jack del rocoso Grochowsky, de oscuro timbre y sólida emisión. Del resto del reparto destacamos a la exquisita Condesa Geschwitz de Jennifer Larmore, nasal a veces, pero expresiva y doliente al tiempo; el saber decir y estar del barítono Grundheber, que cantó, sin declamar más que lo justo, Schigolch, y la valentía de dos tenores: Hartmann como Pintor y Groves como Alwa, éste más esforzado y débil en el sobreagudo. Aceptables o, en todo caso, discretos, los demás, con un pequeño grupo hispano el frente. Los difíciles conjuntos del segundo acto estuvieron bien encajados.
El público abucheó al director de escena. La música no es, desde luego, fácil para un espectador medio. A la desbandada pudo contribuir la carencia de electricidad de la batuta, y sobre todo la dirección escénica de Cristof Loy, que viene dada por la acumulación de gestos congelados, por la ausencia de acción propiamente dicha. Todo es frío, mecánico, ya hay demasiada luz en el vacío escenario, sin decoración alguna; sólo unos paneles de fondo, que se mueven de atrás adelante. Vemos sobre el escenario movimientos rituales –el continuo trasiego de los zapatos de Lulú, por ejemplo– y nada que nos aproxime a los latidos de un expresionismo evolucionado y de una emoción contenida. La poética del desgarro, del claroscuro, está ausente de esta «Lulú». ARTURO REVERTER

EL PAÍS:
Gélidamente inquietante
De entrada, una afirmación obvia: Lulu, de Alban Berg, con libreto del compositor a partir de un par de textos de Frank Wedekind, es una de las óperas capitales del siglo XX. Así lo ha entendido el Real y le ha concedido los honores de inauguración de temporada. En Madrid se representó en la Zarzuela en 1988, con montaje de José Carlos Plaza, dirección musical de Arturo Tamayo y Patricia Wise de protagonista. Dice el tango que 20 años no es nada. Entonces Lulu fue un acontecimiento, ahora se ha vivido con normalidad.

El director de escena Christoph Loy dice en una entrevista en el programa de mano del Real: «Mis producciones recientes han sido cada vez más minimalistas desde el punto de vista estético y gestual. No creo que la letra cantada o recitada se deba ilustrar con gestos o con una estética escénica detallada». Su puesta en escena de Lulu es conceptual, minimalista, sobria en la dirección teatral.

Más estereotipos
Busca más los estereotipos -o arquetipos- que las pasiones directas, tiende más a las ideas que a la evolución de los sentimientos. Es coherente, pero inevitablemente conduce a un distanciamiento comunicativo. En Theodora, este verano en el Festival de Salzburgo, Loy guardó los muebles al tratarse de un oratorio. En Lulu la fórmula no funciona de la misma manera justamente por ser una ópera. Las emociones quedaron para la música.

Inbal llevó la obra con contención y un alto grado de profesionalidad, consiguiendo de la orquesta una atmósfera sonora adecuada. Agneta Eichenholz canta bien, pero su dibujo de Lulu es hierático. Inquieta su actuación por su alejamiento de la perspectiva habitual de mujer fatal. La escasa definición psicológica de los personajes condiciona la representación. Grundheber o Groves se mueven con soltura. A Jennifer Larmore le está reservada la única frase de esperanza. Jack el Destripador la deja que siga viviendo y amando. Parte del público abandonó el teatro tras el primer acto y hubo cierta desbandada tras el segundo. Loy aceptó mal las protestas, el resto de los artistas fue aplaudido por el esfuerzo. JUAN ANGEL VELA DEL CAMPO

ABC:
“Lulu”
Música: A. Berg. Int.: A. Eichenholz, J. Larmore, H. Shipp, S. Byriel, W. Hartmann, G. Grochowski, P. Groves, F. Grundheber, P. Gay, G. Siegel, Orq. Titular del Teatro Real. Dir. de escena: Ch. Loy. Dir. musical: E. Inbal. Teatro Real. 28-IX
La atracción de los contrarios
Acaba de inaugurarse la temporada del Teatro Real organizada alrededor de la mujer en el mundo de la ópera para lo que se anuncia la visita de «Theodora», «Jenufa», «Salomé» y otras grandes. Sólo queda disfrutarla, o eso cabía pensar antes de descubrir que la primera invitada, «Lulu», es mujer que siempre tuerce el deseo. El imprevisto lo firma el director Christof Loy, autor de una singular puesta en escena que ha dividido a los espectadores del estreno y obliga a tomar partido.
Algunos comentarios, ideas preconcebidas, han hablado (falsamente) de versión de concierto por la sintética sustancia del escenario. Efectivamente, el rectángulo blanco del suelo, el muro acristalado de fondo que sutilmente avanza y atrasa, y la circunstancial presencia de algún elemento corpóreo parece más proclive a la imagen congelada de máscaras cantantes que a la narración de una historia plagada de seres abocados a lo sanguinolento. Pero lo sutil no puede confundirse con lo escaso. La minuciosa coreografía que mueve a los personajes, el buen acabado de una iluminación bien dibujada que también prefiere plasmar antes que explicar, la coherencia del vestuario y el uso proporcionado del espacio demuestran que hay un complejo trabajo de fondo.
Lo estricto y geométrico ac¬túan, en este caso, como filtro de todo lo decorativo que hay en la obra, una forma de hacer transparente el agónico jadeo que bulle en la magistral ópera de Berg. Y eso está conseguido. Y se realiza con autoridad, resolviendo brillantemente el difícil encuentro entre estéticas contrapuestas, de un lado el carácter expresionista de la obra y del otro un escenario que lo niega a través de un minimalismo de imposible alegoría, que es neutral ante el reino de cadáveres de Lulu, aséptico frente a su devastadora presencia y sordo ante una música que suena a romanticismo regurgitado en forma de dodecafonismo. Por cier¬to, sigue siendo curioso que esta música que ya es vieja historia de museo, incite a huir a muchos aficionados que abandonaron el estreno pero, quizá, se paren ante la pintura de Kichner o Kandinski. También esto es una contradicción, aunque en este caso sea para lamentarlo.
Para este muy interesante encuentro de caracteres, el Real se ha presentado con un armado reparto. En alguna función cambiará la protagonista, Agneta Eichenholz, que por figura y voz es una Lulú importante con la peca de algún detalle de cansancio en el registro agudo. Jennifer Larmore, la voz más densa, interesante, es la ávida Geschwitz, y Gerd Grochowski un sólido Schón de buena caracterización dramática. Podría citarse a otros. Sólo queda añadir que, asumido el contraste, se podría preferir una versión musicalmente más acerada, Pero el director Eliahu Inbal asume el pasado y convierte a «Lulu» en heredera de un «pathos» de expresivo vuelo lírico, a veces algo desmesurado de volumen, pero con los intersticios de la apabullante orquestación de Berg (en el tercer acto acabado por Cerha caben disquisiciones puntuales) bien trabados. En fin, que hay motivos para contemplar, mente abierta y oídos curiosos, el primer «éxito» del Real. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

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