«El Califa de Bagdad» inaugura el Festival de Granada
Un califato para Zapata
«El Califa de Bagdad» de M.García. JM. Zapata, M.Storti, A.Chierichetti, M.Custer, E.González, M.Cassi y D.Rubiera.Coro de la Orquesta Ciudad de Granada, Les Talens Lyriques. O.Simonnet, dirección de escena. J.E.Oña, vestuario. A.Kavyrchine, iluminación. Palacio de Carlos V. Granada.
Vaya por delante el aplauso a esta iniciativa para recuperar una obra de Manuel García (1775-1832), figura de gran relieve internacional en su época cuya actividad abarcó el empresariado musical, la composición, el canto tenoril, la enseñanza, sus tratados escritos y hasta fue cabeza de una saga familiar en la que figuraron las legendarias artistas María Malibrán y Pauline Viardot, quien llegó a cantar en Granada, o su también hijo Manuel, inventor del laringoscopio.
Aplauso por la recuperación de nuestro patrimonio y por la forma en que se ha realizado empresarialmente, con el esfuerzo común de varias entidades y su programación en Granada, Madrid y Barcelona. Las administraciones públicas están para coordinar y financiar proyectos concretos y comunes de interés, no para entregar dinero a fondo perdido y así se ha efectuado con Manuel García, inaugurando además un prestigioso festival. Otros, como el próximo de El Escorial, planean presentar a Gergiev y el Mariinsky para interpretar “El viaje a Reims” rossiniano. Todo un sin sentido.
«El Califa de Bagdad» fue estrenado en Nápoles en 1813. Hasta entonces no se habían conocido Rossini y aquel García destinado a encarnar su primer conde de Almaviva de “El barbero de Sevilla”. Hay que resaltar que «el Califa» contiene mucho Rossini siendo prácticamente prerossiniana y no resulta extraño que el propio compositor de Pésaro admitiese que el “Barbero” debía no poco a García. Dos horas bien construidas musicalmente y de grata audición, aunque falte ese número que queda en los oídos de todos y aunque arias, dúos y tercetos se alarguen indefinidamente hasta convertir en parodia -como me comentaba José Luís Pérez de Arteaga- la «agonía del tenor wagneriano» de la que hablara Bernard Shaw.
Versión semiescenificada en el incomparable marco del Palacio de Carlos V, donde se han visto resoluciones líricas superiores. Sin duda mejorará en el Teatro de la Zarzuela. Son sus bazas unos movimientos mínimos, una incómoda pasarela como único elemento escénico notable y un vestuario que intenta recrear la época, pero que cae en el batiburrillo y a alguno de los intérpretes le sienta como a un Cristo unas pistolas, empezando por el del director de orquesta, babuchas incluidas.
José Manuel Zapata sobresalió ampliamente del resto de un reparto que, en lo vocal, no pasó de la discreción, aunque escénicamente alguno pudiese tener su gracia. El tenor granadino, de cuerda de ligero pero instrumento timbrado y con cuerpo está llamado a una carrera internacional. Hay bien pocos capaces como él de afrontar el repertorio ligero rossiniano en el que se requiere peso vocal.
Aceptable el coro y la orquesta Les Talens Lyriques, si bien a Christophe Rousset le pesó bastante la partitura durante los primeros números del acto primero. No está a la altura de otros especialistas en el género, como Minkowski, Christie, Gardiner o Harnoncourt, pero se superó a sí mismo en la escena que cierra el primer acto, de planteamiento argumental y musical bastante paralelo al citado “Barbero”.
Un último apunte: no se puede ofrecer una primicia como ésta, terminanado a las dos menos cuarto de la madrugada, si se quieren evitar unos bostezos entre el público que no se hubieran producido un par de horas antes. Con todas las salvedades expuestas, el balance resulta ampliamente positivo. Gonzalo Alonso