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La juventud se aplica
Barenboim con Viena en el país de la música
Por Publicado el: 03/03/2007Categorías: Crítica

Un Mahler extremado para el recuerdo

Festival de Canarias
Un Mahler extremado para el recuerdo
Obras de Dvorak, Adès, Janácek y Mahler. B. Fink, S. Isokoski, Orfeón Donostiarra, Orquesta Filarmónica de Berlin. S. Rattle, director. Auditorio de Tenerife, 1 y 2 de marzo.
Lástima que la acústica del Auditorio de Tenerife, un tanto distante para voces y cuerdas, no permita gozar en todas sus enormes posibilidades de la calidad de la Filarmónica de Berlín ni mucho menos efectuar comparaciones precisas con la de Viena, escuchada estos días en Madrid. Afortunadamente el primer concierto sirvió para que los oídos se acostumbrasen a los «tambores lejanos» y así poder disfrutar de una inmensa sinfonía «Resurrección» en el segundo. «Tevót», la nueva obra de Thomas Adès, reúne entidad en duración, plantilla orquestal e ideas y suena espléndidamente con los más de cien instrumentistas berlineses y las grandes dosis de efectismo desplegadas por su titular. Éstas no encajan tanto en la «Séptima» de Dvorak, demasiado articulada de otro lado, y con la «Sinfonietta» de Janacek, menos pretenciosa de como la concibe Rattle.
Si toda la obra de Mahler destila un sentimiento trágico de la vida, un deseo de rebelarse ante la muerte y, en definitiva, un clima agudo de crisis y conflicto, es en sus sinfonías 2 y 8 donde la necesidad de encontrar un mensaje trascendente a la idea de la vivir, la muerte y la resurrección se vuelve más explícito. Pero no es un mensaje de seguridades, sino de dudas, de sombras, de tensiones propias de la juventud de quien, hebreo de nacimiento, se convertirá al catolicismo. La sinfonía «Resurrección» no supone la llegada del hombre ante el Juicio Final -éste ni existe- sino el triunfo de la vida sobre la muerte. Para llegar a él se parte de un primer movimiento de ceremonia de muerte lleno de turbulencias a base de figuras tétricas que se incrustan fantasmagóricamente dentro de un discurso continuo a modo de marcha. Fue concebido inicialmente como partitura independiente y de ahí parte el silencio que pedía Mahler antes de el siguiente tiempo, un länder recuerdo a la pasada felicidad del héroe en su juventud. Rattle plantea una lectura extrema desde las primeras notas, acentúa atonalidades, disonancias y todo cuanto pueda resaltar lo más crispado del compositor, quizá en aras de buscar su enlace con la Segunda Escuela de Viena. Tres ejemplos: el “retardando” de la cuerda al final del primer movimiento, el acelerando o el “crescendo” de la percusión en el último. Lo que en sí podría ser discutible conceptualmente es irrebatible desde los resultados sonoros y expresivos y la coherencia global de su planteamiento, máxime cuando sus huestes poseen tan alta disciplina, cohesión y calidad, a pesar de que director y orquesta sean ya un matrimonio prácticamente roto. El Scherzo deslumbra y sobrecoge a la vez, para serenarse con la inocencia del canto del «Urlicht», a pesar de la corta potencia y el escaso color de contralto de Bernarda Fink.
Por aquí y por allá quedan detalles de virtuosismo de los diversos instrumentistas: flauta, pícolo… Mahler tardó aún un año en añadir el grandioso final, para muchos la cima del sinfonismo coral y gran respuesta a la «Novena» beethoveniana. Sorprende la perfecta planificación musical de este mensaje de rebeldía y vitalismo tanto por parte de Mahler como de Rattle como sorprendería, si no fuese porque le conocemos bien, la impresionante capacidad de respuesta del Orfeón Donostiarra para celebrar una auténtica comunión con las solistas -timbre grato el de la soprano Isokoski- y los de Berlín, igualando sus increíbles pianos y rematando los extremados fortes demandados por el director sin jamás herir.
Versión diferente y personal, pero también de antología, para la historia de un festival y para la lista de audiciones inolvidables de un crítico que hubiera deseado que todos ustedes la hubieran podido compartir, pero en un auditorio de acústica y ambiente más idóneo. Gonzalo Alonso

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