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Por Publicado el: 13/01/2009Categorías: Crítica

Un “Simon Boccanegra” de antología

Opera de Zurich
Un “Simon Boccanegra” de antología
“Simon Boccanegra” de Verdi. L. Nucci, I. Rey, R. Scandiuzzi, F. Sartori, M. Cavalletti. G. del Monaco, dirección escénica. C. Rizzi, dirección musical. Coro y Orquesta de la Ópera de Zurich. Zurich, 11 de enero.
Hay ocasiones en que un espectáculo, un museo o un libro maravilloso pueden dejar un sabor agridulce. Eso le ha sucedido a quien escribe estas líneas con la nueva producción de “Simon Boccanegra” en Zurich, un teatro que es envidia en el mundo gracias a la formidable gestión de Alexander Pereira. En el pasado fin de semana se podían ver en días sucesivos “Tristan”, “Semele” y el citado “Simon” con primerísimos repartos y así, día tras día, durante todo el año, a pesar de no contar con las últimas tecnologías escénicas de las que presumen otros teatros.
Sabor agridulce porque, conociendo a la perfección una obra, habiéndola escuchado muchísimas veces y a grandes barítonos como Gobbi, Wächter, Cappuccilli o Bruson, uno es conciente al terminar la misma de que muy difícilmente volverá a disfrutar de un nivel similar en lo que le queda de vida. En la ópera es hato difícil que todo funcione bien y eso, con dos aspectos excepcionales, es lo que sucede en Zurich y, para mayor contraste, a la vez que un inmaduro “Simon” se representa en el Liceo. Carlo Rizzi dirigió con detalle y ponderación. Massimo Cavalletti, debutante como Paolo, es un barítono al que hay que tener muy en cuenta, al igual que al joven tenor Fabio Sartori, de potente voz y fácil agudo. Roberto Scandiuzzi tuvo una de sus mejores noches. Isabel Rey cantó Amelia como lo hacía Te Kanawa, sin el color más apropiado de voz para el personaje, pero perfecta de musicalidad y escena.
Leo Nucci y Giancarlo del Monaco son punto y aparte. Ambos han trabajado durante meses para lograr lo que la ópera debería ser: el teatro hecho música. El conocimiento y la profundización, dentro de un concepto histórico que no convencional, es modélico. Sobrecoge la muerte de Simon, con unos ojos impresionantemente abiertos que no fijan la mirada en ningún sitio y con una auténtica voz verdiana en unos milagrosos 67 años. No era un cantante a punto de morir, sino el Doge muriéndose. Y lo mismo cada detalle escénico, aunque resulte obvio que muy poca parte del público puede llegar a penetrar en tanta sutileza. ¿Quién puede darse cuenta, p.e. , de esa jarra que le sirven al Doge en el palacio de los Grimaldi y cuya agua él rechaza con precaución, mientras que la bebe mirando los ojos de Amelia cuando ésta se la ofrece inconscientemente en el último acto con el fatal veneno dentro. Así, con profundidad en los caracteres, en los textos y en la música es como ha de servirse la ópera. Es lo difícil. Lo fácil es deslumbrar con cachivaches a una masa ignorante, pero cualquiera con un mínimo de sensibilidad percibe la diferencia. ¡Qué gran noche de ópera! Gonzalo Alonso

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