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Por Publicado el: 05/07/2005Categorías: Crítica

Una factoría ajena a Mozart

“La Flauta Mágica” en el Real
Una factoría ajena a Mozart
“La Flauta Mágica” de Mozart. La Fura dels Baus, proyecto y dirección escénica. J. Plensa, estenografía y vestuario. M.Minkowski, dirección musical. Orquesta y Coro titulares del Teatro. E. Miklosa, M.Arnet, B.Polegato, E. GOIESS, M.Brutscher, D.Borowski, T.Spence, A.Ibarra, C.Díaz, F.Beaumont, F.Lis, etc. Teatro Real. Madrid, 5 de julio.
No es de mi agrado empezar una crítica lírica por el apartado escénico y mucho menos dedicarle más espacio que a los demás apartados de una ópera. Sin embargo, dado el despropósito de la propuesta y su repercusión sobre el resultado global, no hay más remedio. He visto bastantes trabajos de La Fura y guardo excelente opinión de algunos como “La Atlántida” o “Fausto”, pero éste pasará al recuerdo de las pesadillas. La escena puede llegar a ser más o menos importante en una representación, pero lo que nunca debe hacer es alejarse de la música y muchísimo menos alejar al espectador de ésta. Es lo que consigue La Fura en su “recreación” de “La Flauta Mágica”.
Pudo quizá tener su interés como “reescritura” cuando se estrenó en el Ruhr, en una fábrica con un gran espacio abierto. En los festivales se pueden hacer cosas que no son válidas en una temporada normal de teatro, donde debe primar la seriedad de las propuestas. Lo que se ve en escena puede ser tanto la “Flauta” de Mozart como la de Bartolo o incluso serviría para muchos otros títulos. Lo que queda de Mozart son apenas los múltiplos de tres, uno de los símbolos masónicos de la partitura. Y estamos ante un espectáculo visualmente atractivo e imaginativo, que saca mucho jugo a un mar de bolas o a una serie de colchonetas, que se inflan y desinflan o se dividen en paneles transparentes por donde los Furas pueden trepar y hacer acrobacias en la línea experimentada con la “Atlántida”. Sin embargo acaban abrumando por el abuso y, con tanto colchón, entran ganas de dormir. Sobre todo cuando los diálogos originales son sustituidos por otros textos en español, de Rafael Argullol, de relativa proximidad al libreto. Se pierde la acción quedando sin justificar elementos como el candado en la boca de Papageno. Se pierden los porqués de las cosas y se asiste a una sucesión de números en cuya música apenas puede concentrarse el espectador ante la avalancha de imágenes y movimientos en el escenario. Y, si el espacio lo permitiese, podríamos también entrar a analizar los personajes. Como no hay tanto papel, baste reflejar la duda razonable sobre “Papageno”, convertido en una especie de Drag-queen con enormes peluca y tacones. ¿Es acaso Papageno un ser sofisticado o un ser absolutamente elemental? Quizá ni los registas lo sepan. ¿Cómo si no se entiende que se dedique a quitarse las chinas del zapato de tacón en el gran final con Sarastro del acto primero? Esto no es ópera, es un espectáculo que utiliza como música de fondo la de Mozart, es la factoría de La Fura aplicada a Mozart como a las recientes creaciones de Mérida o Almería.
Por todo ello a uno no le sorprenden los abucheos continuos recibidos en París, ni las pocas ganas de Minkowski por dirigir en Madrid. Le convencieron y mantuvo el compromiso, aunque enviando por delante un ayudante a preparar la orquesta. Las mezclas de instrumentos antiguos con modernos suenan raras pero, he de reconocerlo, tengo debilidad por Minkowski, por su forma de dirigir llena de vida, sin dejar que decaiga la tensión un solo momento. Directores como él se echan mucho de menos en el Real.
En el reparto no hay grandes estrellas, pero para qué estrellarse en esta producción. Erika Miklósa convenció como Reina de la Noche, salvando los escollos de agudos y coloraturas así como los graves, que también existen. Maria Arnet sustituyó a Patricia Ciofi como Pamina. Toby Spence no es un Tamino de referencia, pero cumple bien y lo mismo sucede con el Papageno de Brett Polegato, el Sarastro de Daniel Borowski, el Monstatos de Markus Brutscher o la Papagena de Enmanuelle Goizé.
Señores de La Fura: aunque ustedes hayan declarado “no leemos el libreto en la escena”, en una ópera es necesario leerlo y saberlo contar. Esto es lo difícil. Inventar sin libreto es otra historia. Gonzalo ALONSO

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