Una gran noche de ópera italiana
“Payasos” y “Cavalleria rusticana” en el Real
Una gran noche de ópera italiana
“Cavallería rusticana” de Mascagni. Violeta Urmana, Vincenzo La Scola, Viorica Cortez, Marco Di Felice, Carlo Guelfi, Dragana Jugovic.
“Pagliacci” de Leoncavallo. Vladimir Galouzine, María Bayo, Carlo Guelfi, Antonio Gandía, Ángel Ódena.
Escenógrafo: Johannes Leiacker. Figurinista: Birgit Wentsch+. Iluminador: Wolfgang von Zoubek.
Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Giancarlo del Monaco.
Hacía muchos años que no se escuchaban estas óperas en Madrid y ya tampoco se hacen con frecuencia juntas en el extranjero. Hay razones para ello: la dificultad y el coste de hallar dos repartos completos. El repertorio va en Madrid además por otros derroteros o, quizá, iba.
El éxito de anoche fue de los que marcan historia en un teatro, con una auténtica explosión de júbilo al final. Una gran noche de ópera italiana coronada por el entusiasmo delirante de un público que estaba impaciente por escuchar y ver ópera italiana en condiciones. Si bien todos los participantes son artífices de ese inmenso éxito, hay uno que sobresale: Giancarlo del Monaco, quien hasta la fecha ha firmado en el mismo teatro “Simon Boccanegra” y “La Boheme”, el espectáculo del Real más paseado. Demuestra que el género no necesita de “audacias” escénicas caprichosas, sino de hacer las cosas con inteligencia y propiedad, conociendo música y texto y respetando lo que los autores escribieron. Claro que esto es lo más difícil.
Concibe las dos obras en unión, una propuesta redonda que empieza por el “Prólogo” de “Pagliacci” cantado por Tonio desde el patio de butacas como manifiesto ideológico del género, dando paso a “Cavallería”. Un tractor se lleva la piedra donde reposa el cadáver de Turiddu mientras entra el carromato de Canio, buen trabajo de la utillería de la propia casa. Al final Tonio recoge su chaqueta, anuncia “La comedia ha terminado” y se va por dónde entró. Cae el telón. Hay también cierto paralelismo entre la muerte, en duelo a la española y a la vista, de Turiddu y la de Silvio, sin embargo el contraste escénico de ambas óperas es grande. Busca para la primera el juego de colores entre el blanco de una cantera de mármol -la luz del Mediterráneo- y los ropajes negros de los pueblos del sur -el negro de Lorca- junto al estaticismo teatral de la Grecia clásica. El público se sorprende inicialmente pero entra rápidamente en el drama, muy bien planteado. La segunda sitúa a la compañía teatral calabresa en el mundo del Fellini de “La dolce vita” y “La estrada”, en donde todo es acción. Del Monaco logra aquí uno de sus mejores trabajos -y ya van siete nuevas producciones de esta obra- y marca hito en cuanto a interpretación escénica. Se lo pone muy difícil al coro, que ha de cantar de espaldas a la orquesta, pero con trabajo y monitores todo se demuestra posible y el coro cumple. Lo mismo que la orquesta -algún metal aparte-, nada habituada a este repertorio, mucho más complejo de lo que pueda pensarse, y el foso también responde bajo las órdenes de un López Cobos que echa el resto. Quizá pudiera pedirse más pasión en la primera parte del Mascagni, con expansiones mayores de las frases orquestales dramáticas -p.e. la que sigue al “l’amai” del “Voi lo sapete, o mamma”-, más amplios rubatos o tempos más dilatados. Entre los lentísimos de la grabación existente del propio compositor de “Cavallería” y la viveza de estos puede haber un término medio. En cualquier caso trabajo notable en Mascagni y sobresaliente en Leoncavallo, donde contrasta muy bien comedia y drama, huyendo de fáciles efectismos.
También hay la suerte de contar con repartos de gran nivel. Violeta Urmana es mezzo potente con un centro intenso y que apenas sufre por arriba en su difícil dúo con el barítono. Vincenzo la Scola aprieta un poco, pero aguanta el tirón de una parte casi toda en el pasaje. Marco Di Felice resulta grata sorpresa como Alfio y Viorica Cortez da adecuada réplica a Mamma Lucia. Por cierto cerrando ella la ópera, en vez de una corista, con el “Hanno ammazzato compare Turiddu”.
Formidable el Canio de Vladimir Galouzine, hasta el punto de ser hoy irrepetible. Timbre absolutamente baritonal pero de fácil registro agudo y artista de carácter. Imposible escuchar actualmente un “Ridi pagliaccio” superior. Carlo Guelfi, tantas veces fuera de estilo en Verdi, recita con intención el Tonio. Sorpresa auténtica la de María Bayo, ajena hasta ahora a la dramaticidad verista, que no sólo canta Nedda estupendamente -un poco a lo Stratas- sino que lo actúa con una intensidad inesperada -un poco a lo Massina-. Sin duda habrá costado sangre, sudor y lágrimas. Bien también Antonio Gandía y Ángel Ódena. Todos ellos aportan, además de un consumado trabajo escénico, la virtud de una clarísima dicción.
Así es la gran ópera italiana y con ella el público se vuelca. Lo siento por los que desprecian este repertorio, porque resulta obvio que la audiencia lo desea y con él ha de contar un teatro, por mucho que su dirección tenga predilección por clasicismo y barroco. No hay en este momento en el mundo un espectáculo con ambas obras de calidad paralela. ¡Enhorabuena a todos! Gonzalo ALONSO
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