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Una gran noche de ópera italiana
Por Publicado el: 19/02/2007Categorías: Crítica

El sueño dorado de la voz más pura

El sueño dorado de la voz más pura
I CAPULETI E I MONTECCHI, DE V. BELLINI
LV Temporada de Ópera de la Asociación de Amigos de la Ópera de Bilbao. Intérpretes: Inva Mula, Daniela Barcellona, Ismael Jordi, Filippo Morace y Giovanni Battista Parodi. Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Navarra. Dirección de escena: Robert Carsen. Escenógrafo y figurinista: Michael Levine. Dirección musical: Ricardo Frizza. Fecha: Sábado, 17 de febrero. Lugar: Palacio Euskalduna de Bilbao. Aforo: Lleno (1.900 localidades).

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ANDRÉS MORENO MENGÍBAR
Frente a otros títulos del propio Bellini más habituales en las programaciones internacionales, esta peculiar versión de la clásica tragedia de Romeo y Julieta no suele subir a las tablas tanto como sus méritos musicales exigirían. Y la razón es bien simple: se precisan para esta ópera tres voces de verdadero empaque y de total afinidad con la vocalidad y el estilo belliniano, que combinen la más sólida y férrea técnica con una pasión desbordante a la hora de frasear y de acentuar las bellísimas líneas melódicas que hacen de I Capuleti e I Montecchi un auténtico e irrepetible festín vocal. Si alguna ciudad española puede montar con garantías este título es, sin duda, Bilbao, donde tradicionalmente se ha apostado por la calidad de las voces sobre otros elementos del espectáculo. Y hay que reconocer que, en lo que a la ópera que nos ocupa respecta, esta opción se manifiesta la más apropiada. En la mayoría de las óperas del repertorio belcantista la acción dramática es bastante simple y está siempre supeditada al despliegue de la voz y por ello no exigen montajes conceptuales ni movimientos de escena complejos. La producción firmada por Robert Carsen era un modelo de cuanto decimos: simple, con pocos elementos polivalentes, moviendo a los personajes lo justo para hacer creíbles las situaciones, siempre atento a que el cantante se encuentre cómodo, lo que no es poco con esta partitura.
En el plano musical, Ricardo Frizza, reconocido especialista en este repertorio, atacó desde los primeros compases de la obertura con energía y un ritmo bien marcado que se mantuvo sin desmayos a lo largo de la velada. Con la complicidad de una Sinfónica de Navarra de gran nivel (espléndidas maderas y un gran solo de trompa en el primer acto) y de sonido transparente, arropó a los cantantes con mimo, sin forzar nunca las dinámicas y planteando planos sonoros muy bien diferenciados y muy matizados.
La Giulietta de Inva Mula fue un dechado de buen gusto en el fraseo. Posee una voz de timbre bellísimo, emisión firme y una sobresaliente homogeneidad en todos los registros. Realizó ataques en pianissimo de una belleza deslumbrante y de una precisión increíble (Oh, quante volte, por ejemplo), puesto todo ello al servicio de una expresividad pasional, con corazón, emocionando con la voz más que con el gesto. Con el Romeo de Daniela Barcellona esculpió para el recuerdo el duetto en el primer acto. Barcellona es, sin duda, la gran mezzosoprano belcantista del momento: voz de amplio espectro, con suficientes resonancias en los graves y facilidad para el agudo y las coloraturas, su fraseo intenso y con corazón le permitió, por ejemplo, cantar La tremenda, ultrice spada con un fuego y con una variedad de recursos (con ornamentaciones en las repeticiones) realmente magistrales. Ella e Ismael Jordi dieron una lección magistral de fraseo belcantista en el duelo vocal en que convirtieron el duetto del acto segundo.
El de Tebaldo debe ser un papel que Ismael Jordi frecuente en un futuro inmediato, porque posee todos los recursos para dotar al personaje de la carne vocal precisa. Era para él un nuevo debut en esta temporada llena de primeras veces para el jerezano (Rigoletto, Oniegin, Doña Francisquita, Le chanteur de México) y desde el recitativo de su primera aria, cantado casi en frío en los primeros minutos de representación, mostró encontrarse en un momento vocal óptimo para esta música, por la delicadeza de su fraseo (esas medias voces, esas regulaciones), por la firmeza de la emisión (aquí más asentada que en el último Rigoletto del Villamarta) y por la facilidad para moverse por la peligrosa zona de paso. Todos ellos, junto al sólido Capellio de Parodi, al simplemente correcto Lorenzo de Morace y al impactante coro masculino (voces con poderío, empastadas y de respuesta unánime) hicieron un final del primer acto a la antigua, con los cinco solistas de pie, quietos, situados a lo largo de la boca del escenario, haciendo realidad el sueño de todo amante de la belleza desnuda del canto.

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